Rafael Rojas: Dos libros de cabecera de Vladimir Putin
A juzgar por la reciente intervención del jefe de Inteligencia de Estados Unidos, James Clapper, ante el Congreso de ese país, la corriente de simpatía con Donald Trump en el Kremlin es mucho más profunda de lo que se estimaba en medios occidentales y latinoamericanos. Existe en esta parte del mundo una visión exótica de Rusia, que es un correlato del orientalismo estudiado por Edward Said, y que, muchas veces, impide tomar en serio el lugar que buscan los líderes de esa nación en el mundo.
En entrevista reciente para Russia Today, uno de los principales ideólogos de la geopolítica antiglobalizadora, el historiador y economista canadiense Michael Chossudovsky, que sostiene que Al Qaeda e Isis son creaciones de Estados Unidos y, por tanto, hay que oponerse a la política antiterrorista de Washington, dijo que con Donald Trump en la Casa Blanca aparecía, por primera vez desde la caída del Muro de Berlín, la posibilidad de que Rusia volviera a posicionarse como líder global.
Las sintonías entre Putin y Trump son múltiples, a nivel doméstico e internacional. Ambos rechazan el libre comercio, la Unión Europea, las coaliciones antiterroristas en el Medio Oriente, la OTAN, el protagonismo de la ONU o las instituciones globales de derechos humanos. Ambos son reacios, también, al escrutinio de la opinión pública, la división de poderes, el parlamentarismo, la autonomía de la sociedad civil, el orden multicultural y los derechos de las minorías.
Con frecuencia se asocia esa voluntad de poder mundial, desde alguna modalidad autoritaria de gobierno, con una vuelta a la Guerra Fría. Pero lo cierto es que Vladimir Putin no es leninista, estalinista o, tan siquiera, marxista, ni tiene el menor interés en reconstruir un proyecto político como el de la Unión Soviética. Putin es la expresión más depurada del estadista post-soviético en Europa del Este, que entiende el socialismo real como una fase superada de la larga tradición imperial rusa, cuyas fuentes doctrinales se encuentran en el nacionalismo eslavo y no en alguna versión del marxismo.
Timothy Snyder observaba no hace mucho en el New York Times algo que los comentaristas de la cuestión rusa pasan por alto. El pensador ruso al que más honores ha rendido Putin no es Vladimir Lenin sino Ivan Ilyin, un hegeliano de derecha, expulsado de Rusia por Lenin, en 1922, en el ominoso Preussen, el “barco de los filósofos”, donde los bolcheviques embarcaron rumbo a Alemania a cientos de pensadores contrarios al comunismo, como Nikolai Berdyaev, Sergei Bulgakov y Mijaíl Osorgin.
Ilyin, un intelectual conservador, eslavófilo y monarquista, desarrolló buena parte de su obra en el Instituto Científico Ruso de Berlín en los años 20, mostrando admiración por Mussolini y el fascismo italiano, aunque rompió con Hitler y el nazismo alemán a mediados de los 30, probablemente a causa del antisemitismo, que no compartía, y se trasladó a Ginebra. Fue en esta ciudad, entre los años 30 y 50, que Ivan Ilyin escribió sus mayores tratados sobre la reconstrucción nacional rusa, a partir de una moderna monarquía cristiana-ortodoxa y eslava, opuesta a la democracia liberal occidental.
Dos libros de Ilyin trasmiten claramente ese proyecto: Foundations of Struggle for National Russia (1938) y About the Future Russia (1948). Durante sus dos primeros gobiernos, entre 2000 y 2008, Vladimir Putin comenzó a citar a Ilyin en sus discursos y, tras delegar el poder en Dmitri Medvédev, siendo Primer Ministro, en 2009, agenció el regreso de los restos del filósofo de Ginebra y el traslado de sus papeles, de la Universidad de Michigan, al Ministerio de Cultura de Rusia en Moscú.
Rafael Rojas Gutiérrez (Santa Clara, 1965) es un historiador y ensayista cubano residente en México. Licenciado en Filosofía por la Universidad de La Habana y Doctor en Historia por El Colegio de México. Es autor de más de quince libros sobre historia intelectual y política de América Latina, México y Cuba. Recibió el Premio Matías Romero por su libro «Cuba Mexicana. Historia de una Anexión Imposible» (2001) y el Anagrama de Ensayo por «Tumbas sin sosiego. Revolución, disidencia y exilio del intelectual cubano» (2006) y el Isabel de Polanco por «Las repúblicas de aire. Utopía y desencanto en la Revolución de Hispanoamérica» (2009). Desde 1996 es profesor e investigador del Centro de Investigación y Docencia Económicas (CIDE), en la ciudad de México y ha sido profesor visitante en las universidades de Princeton, Columbia y Austin.