DictaduraEconomía

Rafaela Cruz: ¿Qué tener en cuenta para saber si Cuba debe dolarizarse?

Dolarizar implica transferir parte de la confianza popular a políticos extranjeros, no porque sean más honestos o eficientes, sino porque trabajan bajo un marco institucional más adecuado para promover el desarrollo y el bienestar.

Billetes de 500 pesos cubanos.
Billetes de 500 pesos cubanos. DIARIO DE CUBA

 

 

La participación en las elecciones argentinas del candidato libertario Javier Milei abre el debate sobre la conveniencia de que países indisciplinados monetaria y fiscalmente, que sufren inflación crónica, dejen de tener moneda propia y usen como medio de intercambio el dinero emitido por otro Estado, es decir, se dolaricen.

El debate se torna difícil porque las proclamas nacionalistas —siempre demagógicos camuflajes de intereses mezquinos o mentes estrechas— hacen de tener moneda propia un asunto de orgullo patrio, de soberanía, eludiendo lo que debería ser el verdadero objetivo: el progreso de las personas.

En Cuba, tras 64 años de una crisis económica exacerbada por una inflación que se estuvo tapando mediante la no amortización el capital fijo, tipos de cambio artificiales y endeudamientos gigantescos e inasumibles, es relevante analizar si la dolarización es una alternativa posible para el futuro sin Castros que más pronto que tarde debe llegar.

Partamos de Milton Friedman —monetarista insigne— para quien «la inflación es siempre y en todas partes un fenómeno monetario», defendiendo la interpretación de la ecuación cuantitativa del dinero que establece una relación directa entre cantidad, velocidad y valor de las monedas.

Y, aunque económicamente tal afirmación sea verdad —aunque no toda la verdad—, si profundizamos un poco más el razonamiento encontraremos que la inflación, en realidad, es siempre y en todas partes un fenómeno político, pues solo aparece —la historia lo corrobora empíricamente— allí donde los políticos manipulan el valor del dinero para gastar más de lo que deberían, da igual si son peronistas argentinos o emperadores romanos.

Entonces, partiendo de que la inflación es esencialmente un fenómeno político, debe entenderse que la decisión de curarla mediante dolarización, más que una solución económica, está planteando una solución a un problema que los políticos generan en la economía persistentemente, con degradantes y peligrosas repercusiones en el tejido social y la fibra moral de un país, como bien demuestra el ascenso del Tercer Reich Nazi, posibilitado y catapultado por un proceso inflacionario.

La dolarización como hecho económico tiene ventajas y desventajas que no entraremos a profundizar porque, como en muchos otros casos que la ciencia económica estudia, de momento no hay consenso, y difícilmente lo haya ya que cada país y época es diferente, lo que impide generalizar a todos lo que puede ser cierto para alguno. Así que, desde un uso honesto de las más modernas modelizaciones económicas, lo único que puede afirmarse con seguridad es que no puede saberse a priori si dolarizar un país es económicamente positivo o negativo, con lo que el eje del debate no debe estar en lo económico, sino en lo político.

El mismo Milei no dice que dolarizar sea la opción económica óptima, sino que, dado el historial argentino, es mejor quitar a sus políticos la capacidad de manipular el valor de la moneda, lo que a su vez les restringirá la capacidad de hacer aquellas políticas cortoplacistas que han sido, precisamente, las que han llevado al país a la decadencia.

Dolarizar, entonces, no es más que transferir parte de la confianza popular desde políticos nacionales hacia políticos extranjeros, no porque aquellos sean intrínsecamente más honestos o eficientes, sino porque los foráneos trabajan bajo un marco institucional que se ha demostrado más adecuado para promover el desarrollo y el bienestar.

Dolarizar, en definitiva, es un atajo que permite que una nación utilice a su favor las instituciones —banco central, moneda, división de poderes, legislación económica— de otros países que han tenido un devenir histórico distinto, condicionado por determinantes culturales y geográficas, donde han emergido instituciones más efectivas en la promoción del bienestar humano, de ahí que estén en estadios de desarrollo superior.

Desde la ciencia económica no puede haber una respuesta definitiva sobre si dolarizar la Cuba post Castro es o no la mejor opción. Asumiendo esto, debe sumarse al análisis, y ser definitoria, una perspectiva política que sopese nuestra historia, cultura y geografía, todo ello puesto en relación con los retos y oportunidades —enormes tentaciones para medrar— que una transición hacia la democracia traerá aparejada, antes de decidir si es conveniente o no que desde Cuba se haga política monetaria o, sencillamente, se delegue eso en instituciones foráneas.

 

 

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