Raffaele Simone: “Somos totalitarios por instinto”
Raffaele Simone el pasado mayo en Roma.
El pensador italiano sostiene que la izquierda está en vías de extinción y que el sistema democrático se ha vaciado de contenido
Fraguó su prestigio como lingüista, pero últimamente Raffaele Simone (Lecce, 1944) da más que hablar por sus controvertidos ensayos políticos. “Sigo una tradición ilustre de lingüistas dedicados a la política, desde Humboldt a Chomsky”, explica. “Pero no soy politólogo, lo que hago es análisis de la modernidad”. Lo aborda desde una posición inclasificable, que bebe tanto de Ortega —“una de mis pasiones teoréticas principales”— como de Pasolini. “Me he ganado reputación de pesimista, pero creo que no la merezco”, bromea Simone en su pequeño despacho de la Universidad de Roma III. Esa fama se ha acrecentado con sus dos últimos libros, que desprenden el frío metálico de una autopsia: el primero, El monstruo amable (2008), opera sobre el cadáver de la izquierda; el segundo, El hada democrática (ambos en Taurus) sobre el de la democracia misma. El hada es la idea de democracia como un ente benefactor y lleno de principios nobles que, según Simone, ha colapsado.
Pregunta. ¿La democracia siempre ha tenido un componente utópico?
Respuesta. Es evidente, sus orígenes son utópicos. El paradigma democrático tiene dos fuentes, la socialista y la liberal, pero la contribución fundamental es la primera. Todo el mundo ha creído en este elemento utópico, pero, con el cambio de siglo, algunos mitos se han caído. La democracia se sostiene en ficciones, en ideas que no se pueden realizar, pero que adoptamos como ciertas y en las que tenemos que creer. Ahora hemos comprendido que algunas eran ficciones, sobre todo la idea de representación, que está completamente cuestionada.
P. ¿La democracia entra en crisis al descubrir que lo que prometía no era posible?
R. Hay tres motivos. Primero, el propio paradigma democrático era frágil por lo que yo llamo el pensamiento político natural, que instintivamente no es democrático, sino totalitario. Se ve en el comportamiento primario de los niños, que crean entre ellos jefes, gregarios, dinámicas de poder… La democracia se basa en la negación de ese elemento natural. Luego viene la construcción histórica del paradigma. Por ejemplo, la idea de representación, que ya Ortega definía como “acrobática” porque supone que mil personas, al no poder ejercer directamente su soberanía, la transmiten a otras diez que se consideran idénticas a las mil. Es un salto lógico audacísimo, que podría tener consecuencias muy nobles, pero que está ya despojado de toda nobleza: por la corrupción, los privilegios de los políticos, el descuido frente a las necesidades del pueblo… Y el tercer motivo: una serie de acontecimientos planetarios que han impactado durísimamente en la democracia.
P. ¿Comparte ese análisis izquierdista de que el desarrollo del capitalismo ha asfixiado la democracia?
R. Sí, claro, pero no es una posición izquierdista, es una posición obvia. Que el mando del mundo está en manos del supercapital es evidente. Hay hechos emblemáticos, como el conflicto entre Apple y el FBI: un poder político institucional no puede hacer nada contra una corporación.
P. ¿Debemos resignarnos a lo que usted llama una “democracia de baja intensidad”?
R. Es lo que parece que nos espera. Necesitaríamos ciertas dosis de imaginación institucional, inventar cosas nuevas. Por ejemplo, la elección de cargos por sorteo, inviable en el ámbito nacional, podría serlo en otros. ¿Por qué no recuperar una tradición antigua para rechazar a un representante que demuestra que no merece esa función? Es una medida pequeñísima, pero de gran interés, como también lo sería pedir su opinión a los ciudadanos sobre asuntos de gran trascendencia. Aunque solo sea por fragmentos, se puede devolver a los ciudadanos algo de su soberanía.
P. Parte de su análisis coincide con lo que usted llama el movimentismo, en referencia a Cinco Estrellas y a Podemos. Pero también es muy crítico con ellos.
R. Tengo más simpatía por Podemos, porque ha tenido la voluntad de proclamarse un partido. Cinco Estrellas no tiene ni estatutos, van fijando las reglas arbitrariamente. Los movimientos cristalizan los deseos del pueblo de participar y en este sentido son importantes. Pero su punto débil es que son genéricos: no tienen programa ni reivindicaciones precisas. No son más que agregados de personas que protestan. Tienen energía pero no dirección. Podemos sí ha elegido ser un partido de izquierda, pero intransigente, no se pone de acuerdo con nadie. Y la democracia exige el compromiso como elemento fundamental, que todos renuncien a algo por el interés general. Pero es un fenómeno interesante. La política necesita un reinicio, una tarea para políticos con imaginación.
P. ¿Esa respuesta puede venir de los partidos tradicionales?
R. No me parece posible. En los acontecimientos humanos hay momentos en que las cosas recomienzan desde el origen. Este es uno de ellos. Lo que estamos viviendo ya no es democracia. Los partidos tradicionales han agotado su papel histórico.
P. Una de sus ideas más controvertidas es que considera demasiado generosa la política de inmigración.
R.La inmigración puede disolver Europa. El paradigma democrático contiene un principio ficción fundamental, que yo llamo de inclusión ilimitada: cualquiera se puede presentar a mi puerta, sobre todo si está escapando de la represión, y encontrará hospitalidad. Es un principio sacrosanto, pero se puede aplicar solo a individuos. Aquí tenemos el caso de subcontinentes enteros que se transfieren a Europa. Ese choque es fatal desde el punto de vista económico, porque va a gravar nuestros presupuestos sociales, y cultural, porque la inmensa mayoría son islámicos. Y provienen de países con una cultura del trabajo débil o inexistente; la mayoría son varones que plantearán problemas de acompañamiento sentimental, por decirlo así, y tienen un ritmo de reproducción mucho más alto. Se han inventado mitos, como que, al sufrir Europa una crisis demográfica, los recién llegados van a compensarlo. Pero son islámicos y esa es una diferencia radical. Ante esto, la izquierda ha adoptado la filosofía de “que vengan todos”. Pero eso no es una filosofía, es la renuncia a tomar una decisión. Y ha hecho un regalo monumental a la derecha. De ahí que el futuro de países como Francia, Austria o los escandinavos esté definido por la mala gestión del tema de la inmigración. Y Europa se desplazará hacia la derecha.
P. Usted también es muy crítico con la herencia sociocultural de mayo del 68.
R. No soy crítico, soy descriptivo. Es necesario tener algún concepto de autoridad y ya no tenemos ninguno. El 68 conectó morfológicamente autoridad con autoritarismo. Y prácticamente la única autoridad que se reconoce es la de la policía, y ni siquiera ella. En la escuela, la idea que se ha difundido de que la educación la pueden hacer solo los alumnos es absolutamente loca. Las estructuras humanas necesitan que alguien tenga una responsabilidad de coordinación.
P. ¿Es la cultura de masas la que socava los viejos conceptos de autoridad intelectual y moral?.
R. Está pasando exactamente lo que ya describió Ortega en los años veinte en La rebelión de las masas. La masa no tiene la aspiración de convertirse en clase cultivada, no; impone su incultura. Eso es lo perturbador, que desaparece la aspiración a mejorar. Y eso no es democrático, porque la democracia supone elevación cultural de todos.
P. Su libro tiene un último capítulo terrorífico sobre Italia. De ahí parece concluirse que Berlusconi ha dejado el país moralmente devastado.
R. Así es. Conectándose a un clima general planetario de masificación, Berlusconi ha trastocado completamente la moral pública, el lenguaje público, las relaciones entre ciudadanos e instituciones, el concepto de lo público y lo privado. Es un fenómeno históricamente importantísimo y del que se derivan consecuencias sociales y políticas. El perfil de Renzi [Matteo, primer ministro, del Partido Democrático] es autoritario, berlusconiano. Hasta los analistas reconocen que es un Berlusconi sin dinero propio. Tiene su grupo de amigos, compañeros del colegio, que han crecido con él y actúa con él políticamente, entre los que ha distribuido los cargos. Nuestra transformación ha sido radical.