Dice el poder que no le importa que Europa occidental, los Estados Unidos y Canadá y casi toda América Latina desconozcan los comicios para Asamblea Nacional. Por mi parte, creo que esa es la precisamente parte de la comunidad internacional que más nos interesa por razones obvias, aunque hay que anotar que eso, siendo importante, no es lo más importante.
Lo más grave es que según cifras oficiales, con todos los estímulos y recursos oficiales para premiar y castigar, la participación fue del 30.18%. Un bajón neto de 44% con relación a 2015. Durísimo golpe a la legitimidad del nuevo Poder Legislativo Nacional, pero que también representa un impacto negativo para el sistema político en su conjunto.
Paralelamente, el liderazgo de más peso en la oposición, desde la Asamblea Nacional, convocó una Consulta Popular, cuyas cifras oficiales de participación presencial y telemática, aquí y en el exterior, no necesariamente inscritos en el registro electoral, dan un número ligeramente superior al de la convocada por el CNE. Dato significativo si se consideran las adversas condiciones de su realización pero magro al compararlo con la proporción de venezolanos que valora regular hacia mala, mala, muy mala o pésima la gestión gubernamental.
Según Datanálisis, seis de cada diez compatriotas no acompañan las posiciones de Maduro o Guaidó. También es cierto que en sondeos distintos, cualquier otro u otra figura recibe mucha menos confianza.
La dura verdad es que cada vez más vivimos una política sin pueblo. Cunde una sensación de ciudadanía abandonada a su suerte en medio de una crisis larguísima y profunda que reta diariamente su capacidad de aguante y muestra de la política un rostro remoto y ajeno. El desafecto domina. Gástense millones en propaganda que diga otra cosa, pero esa es la realidad.
Así la política es anémica y con defensas tan bajas, su vida peligra. El triunfo antipolítico del desencanto es un pasivo pesado. Reconectar con las mayorías amerita estar cerca. Si la emoción priva sobre la razón, como en nuestro tiempo, el desafío es mayor. Pero el trabajo del político consiste en hacer posible lo necesario.
Mil veces repetida la definición de Lincoln, democracia es “Gobierno del pueblo, para el pueblo y por el pueblo”. Un siglo después Maritain: la tragedia de las democracias modernas es no haber logrado realizar la democracia. Ni hablar de cuando aprendices de brujo ensayan sustituirla por un remedo relleno de extras.