El Fondo Monetario Internacional estima en 25% la caída del PIB de Venezuela este 2020. Lo cual significa una reducción acumulada del tamaño de nuestra economía, desde 2013 hasta la fecha, cercana a 90%. Dicho en cifras, de US$ 438 millardos, cuando asumió el poder el Golem gobernante, nos hemos encogido a US$ 48 millardos. Si nos comparásemos con un país semejante al nuestro en población y territorio, por ejemplo Perú, históricamente de un nivel de vida bastante bajo, nuestro PIB per cápita es apenas 28% del que exhiben nuestros hermanos del altiplano.
Difícil encontrar hueso sano. Las reservas internacionales, de US$ 15.6 millardos en 2014 se han contraído a US$ 6.5 millardos. El Estado es insolvente, el déficit fiscal estructural lo resuelve el Banco Central con emisiones fantasmagóricas, un eficaz fuelle para la hiperinflación que, irreductible desde hace 36 meses, cierra en 6.500% este año. El atraso del régimen en honrar el servicio de la deuda externa de US$ 150 millardos, es perseverante. Sin acceso al auxilio del FMI, parece iluso esperar socorro financiero de los aliados Rusia y China.
Del sector privado de la economía sobrevive un tercio. El desempleo, que supera 55%, se expande, y la forma de sobrevivencia es una economía informal caracterizada por la buhonería, el mercado negro y actividades ilícitas, algunas ligadas al abuso de poder.
Mientras agoniza el signo monetario nacional, el régimen se rinde complaciente ante una dolarización improvisada, gestada en la esfera privada, que desarticula las transacciones de la actividad económica, mientras la banca, sin intermediación financiera, es reducida a ser custodia de depósitos.
Se miniaturizó la economía privada, pero no para ser reemplazada por el poderoso petroestado que soñaba el patriarca de esta desgracia, porque las empresas públicas han sido devastadas. La única promesa económica viable al alcance del régimen para el 2021, será la de restarle otros cuantos ceros a nuestro recordado e inmolado Bolívar.