Ramón Peña / En pocas palabras: El premio Rómulo Gallegos en democracia
A Simón Alberto Consalvi
In memoriam
Hace 56 años, fuimos testigos directos de cómo Mario Vargas Llosa, radicado entonces en la ciudad de Londres, dudaba ante el anuncio de ser ganador del Premio Internacional de Novela Rómulo Gallegos.
Se interrogaba el novelista, entusiasta defensor de la Revolución Cubana y miembro del Directorio de la Casa de las Américas de la Habana, si debería, o no, aceptar aquel importante premio, que era otorgado por un gobierno enemigo de la revolución y promotor de la expulsión de Cuba de la OEA. Era una duda sincera por su compromiso ideológico de aquel momento. Finalmente, lo aceptó y lo recibió en agosto de 1967, como reconocimiento a su novela La casa verde, sin implicar compromiso político alguno.
Pocos años más tarde, a comienzos de los setenta, ante el asedio y castigo a los poetas cubanos Heberto Padilla, Reinaldo Arenas y a otros intelectuales disidentes, Vargas Llosa abjuró de su devoción por la revolución castrista. Desde entonces, convertido en paladín de la democracia liberal, no ha cesado su execración del totalitarismo cubano y de las tiranías de cualquier tinte.
Traigamos a la memoria que, en la madrugada del 8 de mayo de aquel mismo año, habían desembarcado en las costas de Barlovento (Machurucuto) líderes insurrectos en compañía de soldados cubanos, pertrechados y entrenados personalmente por el propio Fidel Castro. Un episodio notable entre las agresiones del régimen castrista contra Venezuela. No obstante, aquello en nada perturbó la decisión del Instituto Nacional de Cultura y Bellas Artes, presidido por Simón Alberto Consalvi, de proclamar ganadora la novela de quien respaldaba públicamente a Castro y su revolución, desestimando su identificación ideológica y política.
Fue una lección de tolerancia, de “generosidad” como lo reconoció en aquel entonces el ahora Académicien Français. Era aquella ejemplar democracia nuestra, donde no afloraban resentimiento ni exclusión como conductas de Estado.