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Ramón Peña – En pocas palabras: La commedia è finita

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La idea original era preservar hasta lo posible el velo democrático –léase electoral-  que disimulase la realpolitik de autoritarismo, liquidación de las instituciones y corrupción del régimen. Acordada la estrategia con los patriarcas de La Habana, Chávez halló el modelo  ideal para estructurar el poder, aconsejado por aquel facho argentino llamado Norberto Ceresole. Su fórmula mágica: pueblo, ejército y caudillo. 

Para cubrir la ruta electoral legalizadora, el pueblo -esencialmente  las mayorías necesitadas- sería conquistado con una panoplia de promesas asistenciales, bajo la figura de misiones de todo orden, a cambio de fidelidad a través del voto. A los militares, se les daría participación creciente, y buenas veces crematística, en la administración de los bienes del Estado. En cuanto al caudillo, nadie mejor que ese grandilocuente e inescrupuloso que fue Hugo Chávez.

La fórmula para quienes quedaban fuera de la tríada: acoso y desplazamiento de la economía privada, hostigamiento a los medios, persecución de la disidencia, historias de magnicidio, conspiración internacional, guerra económica y colonización de todas las instituciones.

Lubricante vital de esta maquinaria, el petróleo, dio lo mejor de sí para la aplicación de la fórmula Ceresole, sirvió también para comprar el apoyo de grandes y minúsculos países del hemisferio. Pero como la planificación comunista no cultiva la teoría de los ciclos, fue tarde cuando el régimen se enteró del desplome del precio del crudo.

Como dice la salsa, “Todo se derrumbó…” Al caudillo se lo llevó la parca; el pueblo, con hambre, inflación y muerte se hartó de mentiras y marcó un punto de inflexión con su voto el 6 de diciembre de 2015. Se desgarró el velo electoral. Se acabó la farsa, al régimen solo le queda el ejército y eso es dictadura…cobarde, que se esconde bajo las enaguas del CNE, pero dictadura.

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