Ramón Peña / En pocas palabras: La enajenación del pensar
“Pensar es diferenciar entre lo bello y lo feo, entre lo justo y lo injusto, entre lo bueno y lo malo.”
Hannah Arendt
El 4 de diciembre se cumplieron 50 años del fallecimiento de la filósofa alemana, Hannah Arendt, autora de Los orígenes del totalitarismo. Su pensamiento es un legado fecundo que sacudió la apreciación que se tenía sobre las raíces y el desempeño de regímenes totalitarios, especialmente del nazismo y el comunismo del SXX.
Una de sus tesis más reveladoras es la enajenación del pensar de quienes constituyen la maquinaria burocrática del totalitarismo. Militares, soldados, funcionarios, jueces, a las órdenes de tiranos, son personas que actúan sin juicios morales, sin reflexión. “El mayor mal es cometido por seres insignificantes, sin motivos ni convicciones, sin corazones malvados o demoníacos, seres que se rehúsan a ser personas. Esa es la banalidad del mal”. Lo escribió en su reportaje sobre el juicio al criminal nazi Adolfo Eichmann.
Individuos para quienes el bien y el mal no está en el juego de sus decisiones y son capaces de cometer horrendos crímenes contra la humanidad. Así lo demostraba el caso de Eichmann, él no era un convencido antisemita, pero firmaba el acarreo de seres humanos en trenes cuyo destino final era la cámara de gas.
La historia demuestra que las mentes perversas en el poder solo pueden cometer sus crímenes contando con la contribución de muchos seres banales. “Sin la horrible banalidad del mal, ante la cual el pensamiento fracasa, el mal, en su expresión total y radical, nunca habría podido existir”.
El Mal Radical, afirma Arendt, consiste en echar a andar las intenciones de un pensamiento perverso usando una maquinaria humana incapaz de pensar. Lo ilustran, por ejemplo, jueces subalternos que, por instrucciones del vértice del poder, sin cargos reales ni pruebas, condenan a seres humanos a 30 años de prisión…
