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Ramón Peña / En pocas palabras: La pareja siniestra

Francisco de Goya, de vivir en la Nicaragua de hoy, habría tenido de sobra motivos de inspiración para sus fantasmales Pinturas Negras, teniendo de modelo el aquelarre político del gobierno de Daniel Ortega y Rosario, su brujeril pareja. Es cotidiano el terror que asedia a quienes no veneran las ejecutorias sombrías de esta satrapía fantasmal. El ritual, que no cesa, se regocija en todas las formas de castigo: prisión, tortura, muerte, confiscación de bienes, deportación y, recientemente, la llamada apatridia, aplicada a aquellos adversarios que estén fuera del alcance de sus garras.

El horror de este Corazón de las tinieblas mesoamericano ha conmovido al mundo democrático. Mas no así a notables conmilitones del bautizado Grupo de Puebla quienes mayoritariamente han conformado un coro de silencio cómplice, bajo la hipocresía de supuesta neutralidad, entre ellos, Andrés Manuel López Obrador, Lula Da Silva, Luis Arce (léase Evo Morales) Alberto Fernández y, por supuesto, nuestro Golem gobernante. Una notable excepción ha sido la del benjamín de la nueva ola rosada de gobernantes, el chileno Gabriel Boric, el único en condenar sin ambages las atrocidades del régimen nica, concordante por cierto con su reiterada denuncia de las violaciones de derechos humanos en Venezuela.

Más allá del continente, es justo reconocer el gesto del gobierno español al ofrecer la nacionalidad a los 94 exiliados nicaragüenses declarados apátridas, beneficio que ya este país había concedido al notable ensayista y líder sandinista Sergio Ramírez.

En Nicaragua se repite el ciclo involutivo que caracteriza a las “revoluciones” socialistas. Siempre terminan superando las atrocidades de los regímenes de derecha que suplantaron. Así, la crueldad de esta pareja, ex guerrilla sandinista, rinde un claro homenaje a la memoria de Anastasio Somoza, no a la de César Augusto Sandino.

 

 

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