Ramón Peña / En pocas palabras: Una lección de la India
El destacado periodista del NYT, Thomas Friedman, recordó en un artículo de esta semana un episodio de 2008, en el que una brigada de yihadistas islámicos pakistaníes irrumpió en Mumbai, India, y asesinó brutalmente a más de 160 civiles inocentes. Una acción no ajena a la enemistad inveterada entre ambas naciones, que las ha llevado a pertrecharse con poderío nuclear.
Ante este cruento ataque, el primer ministro indio, Manmohan Singh, no ordenó respuesta militar alguna. Su gobierno consideró que el asalto escondía una provocación de los militares pakistaníes para incitar a un enfrentamiento bélico con India, contrario a su gobierno civil que procuraba una relación pacífica con ésta. India no se dejó tentar por la venganza, optó por denunciar el crimen, Pakistán fue repudiado mundialmente como estado depredador, se evitó una guerra de probables consecuencias desastrosas. India reforzó su inteligencia defensiva y, de manera encubierta, logró capturar y ejecutar a unos cuantos cabecillas del ataque.
Un acto de naturaleza similar a la del asalto canallesco de Hamás contra ciudadanos israelíes el 7 de octubre, aunque, obviamente, de proporciones muy diferentes. La respuesta en ambos casos fue asimétrica, Netanyahu decretó invadir Gaza “para borrar a Hamás de la faz de la tierra”.
En un teatro de guerra como Gaza, con una población de 2.2 millones apretujados en 360 kilómetros cuadrados, la mayor densidad poblacional del globo, es inimaginable poder liquidar a unos 25.000 guerrilleros, diseminados entre kilómetros de túneles y guaridas, sin arrasar inevitablemente miles de vidas inocentes.
Era entonces pronosticable una guerra de horror para los gazatíes, que ya suman unos nueve mil fallecidos, incluidos numerosos niños. Con esta acción, Netanyahu ha implicado a Israel en una atroz aventura, que ensombrece el horror del ataque de Hamás. Una conflagración con pronóstico de perder-perder, material y moralmente, para palestinos e israelíes.
Guardando las distancias, contrasta en extremo el raciocinio del mandatario indio con la brutalidad tribal de Netanyahu.