Castro nació el 13 de agosto de 1926, y fue uno de los siete hijos de Ángel Castro, un emigrante español de la región de Galicia, y de Lina Ruz, que trabajó como sirvienta en la finca azucarera que tenía el padre en la localidad de Birán, en el norte de la provincia de Oriente.
Desde la escuela primaria y secundaria, que estudió en parte con los padres jesuitas, hasta la Escuela de Leyes de la Universidad de La Habana, demostró tener una gran inclinación hacia políticas de línea dura como el “gangsterismo” que marcaron la vida de la universidad en esa época y los sucesos conocidos como “El Bogotazo” que tuvieron lugar en Colombia en 1948, cuando Castro apenas tenía 21 años.
Después de que Fulgencio Batista dio un golpe de estado en 1952, Castro organizó y dirigió el ataque al Cuartel Moncada en Santiago de Cuba el 26 de julio de 1953. El ataque fue un sangriento fracaso —cerca de la mitad de los participantes murieron en combate o en ejecuciones posteriores — pero Cuba hoy en día celebra la fecha como el inicio de la revolución.
Capturado y amnistiado poco después por Batista, Castro partió rápidamente hacia México donde organizó una fuerza de 82 hombres que desembarcó en Cuba a bordo del yate Granma en 1956. De nuevo, todo parecía haber fracasado, cuando menos de 20 sobrevivientes lograron internarse en las montañas de la Sierra Maestra.
Sin embargo, la inepta respuesta de Batista —torturar y asesinar casi al azar, mientras sus fuerzas armadas permitían que los rebeldes crecieran y se fortalecieran en las montañas— obligó al gobernante a escapar a República Dominicana y le dejó abiertas las puertas a Castro el 1ro. de enero de 1959.
En sólo unos meses, ya Castro se enfrentaba al gobierno de Eisenhower y se hacía amigo de la Unión Soviética. La fallida invasión de Bahía de Cochinos en 1961, por parte de exiliados cubanos armados y entrenados por la CIA, solidificó su poder, y apenas meses más tarde declaró lo que llevaba mucho tiempo negando: “Creo en el marxismo”.
Cuando aviones espías norteamericanos confirmaron la presencia de armas atómicas en Cuba en octubre 1962, le envió a Nikita Kruschov un mensaje donde le decía que él y sus compatriotas estaban listos para morir en una conflagración nuclear si era necesario para la victoria del comunismo.
Pero cuando a exiliados cubanos se les permitió regresar a visitar la isla a partir de 1979, y la mayoría les llevó a sus familiares artículos de consumo que hacía años habían desaparecido de la isla, millones de cubanos comenzaron a preguntarse si de verdad había valido la pena 20 años de revolución.
Para muchos, la respuesta fue no, y unos 125,000 cubanos huyeron del país durante el éxodo del Mariel en 1980.
El éxodo —y la decisión de Castro de enviar decenas de miles de tropas a Angola y a Etiopía— fue el golpe final que echó por tierra los esfuerzos del presidente Jimmy Carter para mejorar las relaciones entre los Estados Unidos y Cuba. De hecho, cada vez que un presidente norteamericano trató de acercarse a Cuba, Castro hizo algo que mantuvo encendida la llama de la enemistad entre los dos países.
Otros 35,000 cubanos se fueron del país durante la crisis de los balseros en 1994, luego de que la caída de la Unión Soviética eliminó los subsidios anuales de entre $4,000 y $6,000 millones que Moscú le entregaba al gobierno cubano. La isla cayó en la peor crisis de su historia.
En la actualidad, alrededor de un millón de cubanos viven en el sur de la Florida y cientos de miles viven en muchos otros lugares, desde New Jersey a España y hasta en Suecia y Pakistán.
Desesperado por el colapso de la economía a principios de los años 90, Castro accedió a regañadientes a permitir el turismo masivo de extranjeros (que condujo a una abierta prostitución), y a legalizar los dólares norteamericanos que enviaban los exilados a sus familiares, la inversión extranjera y los mercados campesinos donde los precios se establecían de acuerdo a la oferta y la demanda.
Pero a finales de 1995, confiado de que su revolución podría sobrevivir a la crisis, comenzó a apretar las tuercas nuevamente. Cerró los mercados libres, destituyó de sus cargos a muchos economistas “reformistas” y empezó a centralizar otra vez la economía al tiempo que endurecía el control político.
En 1996 ordenó el derribo de dos avionetas de la organización Hermanos al Rescate, en donde perecieron cuatro residentes de Miami. Y en el 2003 lanzó un fuerte ataque contra disidentes, conocido como la Primavera Negra, donde 75 opositores recibieron largas condenas tras juicios de unas pocas horas.
Después de luchar durante años con problemas económicos, Castro encontró otro apoyo financiero cuando en 1998 los venezolanos eligieron como presidente a Hugo Chávez.
El tiempo, sin embargo, fue debilitando al hombre que llegó a pronunciar discursos que duraban hasta seis horas.
En junio del 2001, Castro se desmayó en medio de un acto público. Pareció desmayarse de nuevo durante una visita a Argentina en el 2003. En el 2004, tropezó al bajar de un estrado y se fracturó la rodilla izquierda y el brazo derecho.
Y en el 2006, a los 79 años, fue sometido a una cirugía intestinal de emergencia que lo obligó a ceder parte de su poder a su hermano, el ministro de Defensa Raúl Castro.
En el 2006, a los 79 años, fue sometido a una cirugía intestinal de emergencia que lo obligó a ceder parte de su poder a su hermano, el general Raúl Castro, quien tomó oficialmente el cargo de presidente dos años después.
Luego del anuncio de Castro a principios del 2008 de que no buscaría ni aceptaría ser reelegido al cargo de presidente, Raúl Castro lo sustituyó y nombró en los principales cargos del gobierno a viejos revolucionarios, todos mayores de 70 años.
Al principio había indicios de que Fidel Castro continuaba siendo una poderosa figura a la hora de tomar decisiones estratégicas y reunirse con mandatarios visitantes, aunque sus columnas trataban un sinfín de temas diferentes, que iban desde el inminente colapso del capitalismo hasta el calentamiento global, pero casi nunca tocaban temas domésticos.
Pero en sus últimos años quedó claro que tenía mucho menos influencia sobre los temas de estado, aunque seguía siendo honrado como el Comandante en Jefe y líder de la revolución cubana.
Al morir, Castro deja detrás a los varios hijos que engendró, fiel a su fama de mujeriego: un hijo, Fidel, que tuvo con Mirta Díaz-Balart, con quien se casó en 1949 y se divorció en 1955; una hija, Alina, que tuvo con Natalia Revuelta; cinco hijos, llamados Alexis, Alex, Alejandro, Antonio y Ángel, con Dalia Soto del Valle, con quien supuestamente se casó en 1980; y, según se ha reportado, otros cuatro hijos con otras cuatro mujeres, lo que hace que tenga siete o tal vez 11 hijos.
Su legado político es tan turbio como el número de descendientes: ¿lo considerará la historia como el revolucionario que desafió a Estados Unidos, o como un dictador totalitario que se apoderó del poder en lo que era entonces un país relativamente próspero, aunque con grandes diferencias entre ricos y pobres, y convirtió la economía en un verdadero desastre nacional?
¿Acaso lo absolverá la historia, como tituló su alegato durante el juicio en que se defendió a sí mismo por el ataque al Cuartel Moncada en 1953?
“En mi opinión, la historia lo condenará. Esa es mi simple respuesta”, le dijo a el Nuevo Herald el reconocido historiador de Cuba Sir Hugh Thomas, autor en 1970 del libro Cuba: The Pursuit of Freedom.