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Raúl Castro se va, y ni vaso de leche ni cambio de mentalidad en Cuba

El hombre nuevo cubano no sirve ni siquiera para el castrismo mismo; el daño antropológico es tan profundo que imposibilita incluso el desarrollo del régimen que lo creó.

En 2009, apenas comenzando su reinado, pero ya algo frustrado, confesaba Raúl Castro que los resultados económicos en Cuba estaban «lejos de la expectativa… por la resistencia pasiva de los cuadros intermedios a cambiar la mentalidad».

En 2010 argüía que «el proyecto» planteado en el VI Congreso del Partido Comunista de Cuba (PCC) estaba «pidiendo a gritos un cambio de mentalidad a todos los niveles», algo que repetiría poco después: «Es necesario cambiar la mentalidad de los cuadros y de todos los compatriotas al encarar el nuevo escenario que comienza a delinearse».

En 2011 radicalizaba la idea argumentando que «cambiar la mentalidad es indispensable para acometer los cambios necesarios en el país y garantizar lo irrevocable del carácter socialista«. Para Raúl, o la gente cambiaba el chip o la Revolución se iba a bolina.

El marxista en jefe, Raúl Castro, debería saber que para cambiar la mentalidad de las personas hay que comenzar por cambiar el entorno en el cual viven; aquí, el orden de los factores sí afecta el producto.

Tras tantos años torturando al pueblo con soporíferas lecciones de marxismo; tantos miles de hombres y mujeres que son hoy analfabetos funcionales por haberse doctorado en Filosofía Marxista; tantas horas que médicos, ingenieros, pedagogos y científicos malgastaron intoxicándose con marxismo, los responsables de tanto desastre no han aprendido la lección más fundamental: la base, como llamó Marx en jerga hegeliana a las relaciones de producción imperantes, define la superestructura, es decir, las instituciones políticas y jurídicas existentes, que a su vez se concretan en los esquemas mentales del individuo inmerso en tal circunstancia histórica.

Esa concatenación lógica la resume muy bien una frase que toda víctima de una lección de marxismo no olvidará jamás: el hombre vive como piensa.

Aun así, en su informe al Congreso actual, vuelve Raúl Castro y proclama que «sin cambiar la mentalidad no seremos capaces de acometer los cambios necesarios para garantizar la sostenibilidad, o lo que es lo mismo, la irrevocabilidad del carácter socialista«.

Este Castro, más realista que su mesiánico predecesor, se percató hace mucho de que el hombre nuevo cubano no sirve ni siquiera para el castrismo mismo; el daño antropológico es tan profundo que imposibilita incluso el desarrollo del régimen que lo creó.

A Víctor ya no le gusta —ni le sirve— su Frankenstein

El castrismo ha sobrevivido apisonando la parte rebelde del cubano mediante mecanismos que no caben en este escrito. Los Castro lograron matar, o al menos adormilar la energía que llevó a los cubanos a la manigua, a la revolución del 30 e incluso a la Sierra Maestra. Han convertido al hombre-cubano en hombre-masa.

Ortega y Gasset define al hombre-masa como «hombre previamente vaciado de su propia historia, sin entrañas de pasado, dócil a todas las disciplinas… Más que un hombre, es solo un caparazón…; carece de un ‘dentro’ (…), de aquí que esté siempre en disponibilidad para fingir ser cualquier cosa».

Este hombre-cascarón-vacío dispuesto a fingir alborozo un 1º de Mayo, votar unánimemente por el Parlamento o aplaudir las gestiones del delegado de su circunscripción, ha sido la arcilla imprescindible para la obra de los Castro; pero esa naturaleza dócil le inhabilita para liderar con creatividad y emprendimiento, pues el hombre-masa castrista le teme al cambio, sobre todo si tiene que dar él el primer paso. El hombre-masa castrista, tal como querían los Castro, es oveja, no pastor.

El diagnóstico del general es muy acertado, y es raro que los críticos del castrismo no ponderen más este lúcido reconocimiento de derrota. El hombre-masa actual no sirve para que el socialismo sea «irrevocable», sin embargo, la única manera de crear un hombre diferente al actual es, precisamente, desconfigurando el socialismo: para salvar al socialismo hay que acabar con el socialismo… menuda contradicción.

Tanto la teoría marxista como los muchos años que lleva Raúl Castro intentando modificar la mentalidad del pueblo, sin el más mínimo éxito, prueban que el cambio que necesita la élite cubana del poder tendrá que hacerlo ella misma: tiene que cambiar la base si quiere que cambie la superestructura, ¿se atreverá?

Pero abril no es solo el mes delVIII Congreso del PCC, es también el mes en que los niños cubanos de entre siete y 13 años celebran el 60 aniversario de la Declaración del Carácter Socialista de la Revolución sin poder desayunar siquiera ese mejunje llamado yogur de soya, pues la empresa estatal Complejo Lácteo no tiene en qué envasar la asqueante pócima. Gran colofón para la gestión de un general que inauguró su mandato diciendo que había «que producir leche para que se la tome todo el que quiera tomarse un vaso«… y se va dejándonos hasta sin «yogurt».

Así que, pensando en Raúl, despidamos el artículo parafraseando a Evian Guerra, narrador deportivo de la Serie Nacional de Béisbol que con gran entusiasmo «canta los jonrones» al grito de: «se va… Se va… Se va… A esaaaaa… ¡Díganle adiós!»

 

 

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