Raúl Rivero: Alegría de caballo capado
La vida no cambia y las nuevas generaciones son unas figuras de cartón que moldean los funcionarios del partido
El VII Congreso del Partido Comunista de Cuba, clausurado ayer en La Habana, demostró que el grupo de poder impone el escenario de un país cada vez más pequeño y falso, mientras los cubanos de la calle, los grandes sectores marginados, se empeñan en los cambios y en el progreso de la nación. O hallan la solución en una visa para cualquier país o en una balsa para que el mar los libere.
Los amigos extranjeros del castrismo y la milicia interna han aplaudido el discurso antiimperialista de Raúl Castro porque esa retórica, utilizada en los seis congresos anteriores, produce una especie de nostalgia combativa y causa la impresión de que la vida no cambia y que las nuevas generaciones son unas figuras de cartón que moldean los funcionarios del partido.
Los anuncios de renovación que precedieron el congreso se han dejado para una reforma constitucional y un referéndum sin fecha que, para los que conocen la manera de actuar de los compadres de la Sierra Maestra, servirán para darle una lechada de capitalismo de agua de azúcar a las ruinas del socialismo.
En general, los jefes comunistas cubanos organizaron una reunión con todo el andamiaje del desaparecido campo socialista que incluye secretismos, mentiras, entusiasmo revolucionario prefabricado y soluciones sin almanaque.
La jerarquía se vio obligada, eso sí, a combatir a un invitado que entró sin credencial a las sesiones: Barack Obama. El hombre, con el discurso que pronunció en Cuba durante su reciente visita, venía en la cabeza de los delegados que, aunque tienen sus privilegios, viven más cerca de la gente sin libertad y con cartilla de racionamiento.
De manera que Bruno Rodríguez, el sonriente canciller que esperó con un paraguas al presidente en el aeropuerto, tuvo que decir en la cita que con esa visita se produjo «un ataque a fondo a nuestra concepción política, a nuestra historia, nuestra cultura y nuestros símbolos.» Obama, dijo Rodríguez, trató de encandilar al sector no estatal de nuestra economía «como si fuera en su país el defensor de los que venden perros calientes.»
Otro asunto singular que estaba en agenda secreta del congreso es que, a pocas cuadras del sitio donde hablaba Raúl Castro, la policía política le dio una paliza a las Damas de Blanco.