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Recuerdo de Lampedusa (Pre-Textos), de Francesco Orlando.-

El gatopardo es una de las grandes novelas del siglo XX, no sólo de la literatura italiana sino de todas las literaturas. Su autor, Giuseppe Tomasi de Lampedusa (Palermo, 1896-Roma, 1957) era un noble italiano que escribió solamente esa novela, publicada poco después de su muerte.

En 1953, cuando tenía 19 años, Francesco Orlando conoció a Lampedusa, un señor que podría ser su abuelo. Para Orlando, “la asociación entre nobleza local y frivolidad casi analfabeta poseía una espontaneidad intacta y casi categórica”, de modo que para él fue una sorpresa encontrar a alguien que contradecía esa convicción: “su mismo aspecto físico revelaba, al primer golpe de vista, una fortísima personalidad. Era uno de esos hombres que no tardan en atraer involuntariamente la atención sobre sí, incluso en una habitación en la que hubiera veinte personas. Y no dependía esto tanto de su notable estatura y corpulencia como del carácter imponente de su cabeza, de lo abierto de su hermoso rostro y de sus ojos oscuros que, si siempre tímidamente huidizos en el acto de tender la mano, en cualquier otro momento, dominaban el ambiente y los interlocutores. (…) ¿En qué medida el trato, el lenguaje, la amabilidad: el sentido del humor de Lampedusa eran distintos y me parecían superiores a cualquier otro ejemplo anteriormente experimentado? Resultaría demasiado general limitarse a responder, por lo que a sus modos se refiere, que se trataba de un gran señor crecido en un mundo todavía del siglo XIX y, parcialmente, en el extranjero; aunque, desde luego, incluso en este aspecto le separara un abismo de la media de los nobles palermitanos, explicable a partir de su educación no provinciana y de sus viajes. En el modo claro y concreto de conversar, en la lucidez simplificadora, en el arte de adular deliciosamente cuando quería, o de molestar en manera igualmente experta, en su actitud para divertir a los interlocutores, en su facilidad para resolver las pequeñas situaciones embarazosas que vetean toda relación humana no confidencial, se mezclaban en diferente medida la finura de su educación, aportaciones de la cultura inglesa y francesa, desencanto senil, pesimismo aristocrático y formación positivista”.

Al hacer el recuento, Orlando admite que “aprendí de Lampedusa, además de muchas nociones de detalle, su sentido incomparablemente eufórico, casi tonificante, diría yo, de la literatura. La literatura era para él una fuente incesante de curiosidad, alegría y diversión. (…) Su idolatría por los mejores de todas las literaturas se manifestaba en las formas más variadas: desde la extasiada hilaridad, que no era la menos frecuente, a ese excepcional ‘llorar de belleza’, como se llora de dolor o de alegría, que me dijo alguna vez haber experimentado”.

Cuenta Orlando que “el nacimiento de El gatopardo me llegó por sorpresa. (…). Un día, cuando llegué a Vía Butera pensando en que iba a traducir o a charlar, como de costumbre, me entregó, con una impenetrable sonrisa, un grueso cuaderno ya lleno pero sin título, con el ruego de leerlo en voz alta. Se trataba del primer capítulo de la novela. (…) Debíamos estar en uno de los primeros meses de 1956. Durante un año o más, hasta aproximadamente marzo de 1957, pude ver cómo, poco a poco, en grandes cuadernos como aquel primero, se fueron añadiendo el resto de los capítulos. Lampedusa decía siempre que se trataba de la primera redacción. He de confesar que no lograba reprimir alguna duda, dado la cantidad relativamente escasa de correcciones, tachaduras o superposición de líneas. Si el autor decía la verdad hay que concluir que la novela surgió de un auténtico y verdadero estado de gracia literario. Yo mismo fui quien leyó en voz alta, en su casa, el segundo capítulo. (…) Debería haber llegado ya al tercero o al cuarto cuando comprendí que le habría gustado que me ofreciera para pasar a máquina lo que iba escribiendo. Era especialmente rápido, sobre todo si alguien me dictaba. Al aceptar la oferta Lampedusa propuso cortésmente venir a dictarme él mismo, lo que suponía un desplazamiento diario de su parte, porque en su casa no tenía una buena máquina de escribir. Así que desde el final de la primavera de 1956 en adelante vino no sé exactamente cuántas veces, a un cuartito que formaba parte del despacho de abogado de mi padre, durante los días pares en que ese estudio estaba cerrado. (…) Él, desde una butaca que yo le colocaba junto a la máquina de escribir, con una camisa color tabaco o gris ceniza de manga corta, dictaba con voz clara, fumaba y sudaba, interrumpiéndose con frecuencia también para aliviar educadamente la mecanicidad de nuestra tarea”.

Lampdusa murió el 23 de julio de 1957. No alcanzó a ver impresa su novela. En 1962, Francesco Orlando redactó este magnífico y revelador Recuerdo de Lampedusa que editó Pre-Textos en traducción de Juan Antonio Méndez Borra. En 1996 el mismo Orlando escribió otro texto sobre Lampedusa, Con otra distancia, que está incluido en este volumen.

 

 

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