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Reflexiones de un pintor: tres cartas de Amedeo Modigliani

Una breve pero intensa muestra del pensamiento y las preocupaciones de un gran pintor cuando apenas tenía dieciocho años, de frente a la vida y las exigencias de la creación. En una de ellas afirma: “Ten el culto sagrado (yo lo digo por ti… y por mí) por todo lo que puede exaltar y excitar tu inteligencia. Trata de provocarlos, de perpetrarlos, estos estímulos fecundos, porque sólo ellos pueden impulsar la inteligencia a su máximo poder creador.”

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En 1902, con apenas dieciocho años de edad, el célebre pintor y escultor italiano Amedeo Modigliani se trasladó a la ciudad de Florencia para asistir a la Escuela de Desnudo Libre, impartida por Giovanni Fattori, tiempo en el que compartió habitación con el también pintor Oscar Ghiglia y con el cual mantuvo una relación de profunda amistad que perduró toda su vida. Con el paso de los años, Ghiglia ganó una reputación notable como retratista y paisajista; mientras que Modigliani, por su parte, llevaba una vida desenfrenada en París, al mismo tiempo que obtenía notoriedad entre intelectuales y artistas, entre ellos Pablo Picasso. Un total de treinta cartas –tres de ellas, redactadas entre los años 1904 y 1905, presentadas aquí– significan la única forma de acceder a las reflexiones y preocupaciones de Modigliani, quien nunca escribió diarios o memorias.

 

Carta primera

Queridísimo Oscar:

Me habías prometido el diario de tu vida desde que nos separamos hasta ahora. Lo espero impacientemente.

En cuanto a mí, me es imposible cumplir mi promesa porque no puedo escribir un diario. No sólo porque ningún acontecimiento exterior se ha infiltrado por ahora en mi vida, sino porque creo que incluso los interiores del alma no se pueden traducir mientras estamos bajo su dominio.

¿Para qué escribir cuando se escucha? Todas son evoluciones necesarias a través de las cuales debemos pasar y que no tienen más importancia que el fin al que conducen.

Créeme, no es que la obra llegue a su fase completa de gestación recreándola y extrayéndola del encadenamiento de todos los incidentes particulares que han contribuido a fecundarla y producirla, y que merecen la pena ser expresados y traducidos con el estilo. La eficacia y la necesidad del estilo se presenta justamente en eso que, además de ser el único lenguaje apto para extirpar una idea, la separa del individuo que la produjo, dejando el camino abierto a lo que no se puede ni se debe decir. Cada gran obra de arte debería ser considerada como cualquier otra obra de la naturaleza. Primero, en su realidad estética; y después, fuera de su desarrollo y del misterio de la creación, de lo que alteró y conmovió a su creador. Esto, por otra parte, es puro dogmatismo.

¿Por qué no me escribes más seguido? ¿Y qué es de tus cuadros? Leí la descripción de uno en un artículo del Corriere [de la Sera]. Todavía no puedo desear pintar: me veo obligado a hospedarme en un hotel de aquí. Comprendes la imposibilidad de dedicarme todavía a la pintura; por lo demás, trabajo mucho mentalmente y en la contemplación de la naturaleza. Creo que acabaré cambiando de residencia: la barbarie de los turistas y de los veraneantes me hace imposible el recogimiento en los momentos en que más lo necesito. Acabaré subiendo al Tirol austríaco. No te comuniques todavía a casa. Escribe siempre al Hotel Misurina –Misurina. Adiós. Escríbeme, envíame lo que me prometiste. La costumbre de la contemplación del campo y de la naturaleza alpina marcará, creo, uno de los cambios más fuertes de mi espíritu. Me gustaría hablarte de la diferencia que existe entre las obras de aquellos artistas que más han comunicado y vivido con la naturaleza, y los de la actualidad, que buscan inspiración en los estudios y que pretenden educarse en las ciudades de arte.

¿Se divierten en Livorno?

Modigliani

 

Carta segunda

Querido Oscar, he recibido la tuya y me arrepiento muchísimo de haber perdido la primera que dijiste que me enviaste. Lo entiendo, y, por desgracia, más por el tono mismo de la carta que por la confesión que me haces, por tu dolor y tu desánimo. Entiendo la razón, y créeme, he sentido y siento un dolor real.

Todavía no conozco las causas precisas y eventuales que lo provocan, pero entiendo que a ti, que eres un alma noble, debe producirte una triste deterioro de ti mismo al derecho que tienes a la alegría y a la vida– para reducirte a ese estado de desánimo. No sé de qué se trata, te lo repito, pero creo que el mejor remedio para ti sería enviarte desde aquí, desde mi corazón, que está vigoroso en este momento, un soplo de vida, porque tú fuiste creado, créeme, para la vida intensa y para la alegría.

Nosotros (perdón por el nosotros) poseemos derechos distintos sobre los demás, porque tenemos necesidades diferentes que nos ponen por encima –hay que decirlo y creerlo– de su moral. Tu deber es nunca consumirte en el sacrificio. Tu deber real es salvar tu sueño. La Belleza también contiene deberes dolorosos; sin embargo, producen los más bellos esfuerzos del alma. Cada obstáculo superado marca un aumento de nuestra voluntad, produce la renovación necesaria y progresiva de nuestra aspiración.

Ten el culto sagrado (yo lo digo por ti… y por mí) por todo lo que puede exaltar y excitar tu inteligencia. Trata de provocarlos, de perpetrarlos, estos estímulos fecundos, porque sólo ellos pueden impulsar la inteligencia a su máximo poder creador. Por ellos debemos luchar. ¿Podemos encerrarnos en el círculo de su moral estrecha? Siempre evidenciados y superados. El hombre que desde su energía no sabe liberar continuamente nuevos deseos y casi nuevos individuos destinados a afirmarse siempre para derrumbar todo lo que es viejo y rematadamente podrido, no es un hombre, es un burgués, un licenciado, lo que quieras.

Tú sufres, tienes razón, ¿pero tu dolor no se puede transformar para ti en un estímulo para que logres renovarte todavía más y llevar tu sueño más alto, más fuerte en el deseo? En este mes podrías haber venido a Venecia; pero elige, no te agotes, acostumbrándote a poner tus necesidades estéticas por encima de los deberes y sobre los hombres. Si quieres escapar de Livorno, yo puedo proporcionarte tanto como pueda, pero no sé si es el caso. Para mí sería una gran alegría. De todos modos respóndeme. De Venecia he recibido las enseñanzas más valiosas en la vida; de Venecia ahora parezco salir como liberado después de un trabajo. Venecia, la cabeza de Medusa con las infinitas serpientes de ojos azules, glaucos, inmensos, en el que el alma se pierde y se exalta entre las ventanas…

 

Carta tercera

Querido amigo, escribo para desahogarme contigo y para afirmarme ante mí mismo.

Lo mismo estoy preso en el despunte y la disolución de energías fortísimas.

Desearía que mi vida fuera como un río provisto de abundancia, que fluyera con alegría sobre la tierra. Tú ya eres a quien puedo decirle todo: pues bien, ahora soy rico y fecundo en simientes, y necesito la obra.

Tengo excitación, pero la excitación previa a la alegría, que precederá a la actividad vertiginosa e ininterrumpida de la inteligencia.

Incluso después de escribirte esto, creo que es bueno que persista la exaltación. Y desde esta exaltación me levantaré lanzando de nuevo en la gran lucha, en el riesgo, en la guerra de una energía y una lucidez nunca antes conocida.

Quisiera decirte cuáles son las nuevas lanzas con las que volveré a sentir la alegría de la guerra.

Hoy un burgués me ha insultado, me dijo que yo, o mejor dicho mi cerebro, es ocioso. Me ha hecho muy bien. Haría falta una advertencia similar todas las mañanas cuando se despierta: pero ellos no pueden entendernos y no pueden comprender la vida.

De Roma no te platico. Roma, que mientras te escribo no está fuera sino dentro de mí, como una joya terrible incrustada sobre sus siete gargantas como sobre siete ideas imperiosas. Roma es el conjunto al que me ato, la circunscripción en la que me aíslo y coloco mi pensamiento. Sus dulzuras febriles, su terreno trágico, sus formas de belleza y armonía, todas estas cosas que son mías, para mi pensamiento y para mi obra.

Pero no puedo decirte toda la impresión que encuentro en ella, ni todas las verdades que he sabido sacar de ella.

Voy a esperar una nueva obra y, desde que la he precisado y formulado, miles de otras aspiraciones surgen de la vida cotidiana. Veo la necesidad del método y la aplicación. También trato de formular con la mayor lucidez las verdades sobre el arte y sobre la vida que he recogido esparcidas por las bellezas de Roma, y cómo me ha deslumbrado también su vínculo íntimo. Intentaré revelarlo y de recomponer la construcción y –casi diría– la arquitectura metafísica para crear mi verdad sobre la vida, la belleza y el arte.

Adiós. háblame de ti como yo te hablo de mí. ¿No es este el objetivo de la amistad: la de componer y de exaltar la voluntad según su dirección, revelarse el uno con el otro y ante sí mismos?

Tu Dedo

 

Nota y traducción de Roberto Bernal

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