!Régimen totalitario y bien!
En un artículo publicado este pasado lunes en El Nuevo Herald, el destacado periodista Alejandro Armengol critica la aparente contradicción de quienes “hablan de fortalecer o fomentar la sociedad civil en Cuba, y al mismo tiempo se refieren a la naturaleza totalitaria del régimen, mientras califican de ‘cosméticos’ los cambios realizados”.
La presunta contraposición en realidad no es tal: por supuesto que el castrismo siempre ha tenido una vocación no simplemente autoritaria, sino totalitaria. Pero a medida que pasa el tiempo, se le hace más difícil tener el control absoluto de la sociedad cubana, como quisiera. Gracias a la decisión de los activistas prodemocráticos y a la solidaridad internacional con la que hasta ahora ellos han contado, las “parcelas de autonomía” que se abren en el seno de la sociedad de la Isla crecen poco a poco.
Tiene razón Armengol cuando afirma que “bajo el manto de la sociedad civil se cobijan los intereses y aspiraciones más diversos”. El hecho es cierto, pero nada tiene de repudiable. Precisamente esa coincidencia de distintos objetivos y enfoques (aunque todos enfilados hacia la democracia), es lo que ha permitido que un grupo representativo de activistas contestatarios nos hayamos agrupado bajo la amplia cobija del Espacio Abierto de la Sociedad Civil Cubana.
También acierta el autor cuando plantea que las “organizaciones de masas” oficialistas y los “satélites que se desprenden de ellas”, son “simples correas transmisoras de las orientaciones del Partido”. Con razón él califica a esas entidades como “las mismas marionetas que cuando se crearon a imagen y semejanza de las existentes en la URSS”.
Pero donde el colega se equivoca de lleno es cuando, después de referirse a las especulaciones de los disidentes de Europa Oriental sobre “las posibilidades de un restablecimiento democrático mediante el resurgimiento de la sociedad civil”, afirma: “En la práctica, dicha sociedad nunca fue establecida, no ejerció mayor incidencia en la desaparición del ‘socialismo real’ y los movimientos opositores tuvieron una vida efímera”.
Hay que preguntar: ¿Don Alejandro no ha oído hablar del sindicato Solidaridad? Se trata —y con mucho, sin dudas— del ejemplo más descollante, de un caso extremo. ¿Pero puede ponerse en duda el papel primordial que ese gremio, con sus millones de afiliados, desempeñó en el cambio pacífico hacia la democracia en Polonia y en toda Europa Central y Oriental?
Bajo el liderazgo de Lech Walesa, los activistas de esa organización de la sociedad civil obligaron al gobierno comunista a declarar la ley marcial. Es cierto que siguieron años de cruel represión, pero en definitiva sucedió lo inevitable: el general Jaruzelski y su régimen se vieron obligados a abrogar ese estado de excepción, y el “socialismo real” no tardó demasiado en desaparecer. ¿Pretende Armengol negar esa realidad?
Ya señalé que el caso de Solidaridad es —con mucho— el más destacado. Pero junto a ese ejemplo (que parece increíble que alguien pretenda negar), hubo otras muchas organizaciones que, sin descollar tanto, colaboraron también a dar lugar al cambio democrático, tanto en la misma Polonia como en otros países dominados por partidos marxistas-leninistas.
No es necesario hablar de estos temas en pasado. Es verdad que los países de Europa sometidos a esos regímenes totalitarios hace decenios que transitan caminos de democracia. Pero ahí está también el ejemplo de nuestra misma Cuba, sometida aún a un régimen de inspiración estalinista en el que no faltan elementos tomados de la más rancia tradición autoritaria y militarista de Latinoamérica.
Pese al éxito obtenido hasta ahora por el castrismo en el sostenimiento de su sistema, el desarrollo de la verdadera sociedad civil está a la vista de todo el que no pretenda tapar el Sol con un dedo. Y cuando hablo de una sociedad civil verdadera, me estoy refiriendo a la que es independiente del Estado. Comprendo que esa afirmación es una perogrullada, pero es necesario recalcarla cuando los conceptos se confunden.
Como demostración de la importancia relativa de las organizaciones autónomas de Cuba, puedo mencionar el ejemplo de la misma agrupación de abogados alternativos que me honro en presidir: la Corriente Agramontista. Esta entidad, la más nutrida y antigua de su tipo en Cuba, cuenta hoy con más de una docena de miembros.
Parece poca cosa, pero, con la segura excepción de la ya mencionada Polonia, y quizás algún país más, se trata del grupo más numeroso de juristas que ha asumido una postura contestataria ante un gobierno comunista. En la misma Unión Soviética —con todo y haber sido un país inmenso con una población veinte veces mayor que la de Cuba— había apenas un par de abogados independientes.
Entonces, podemos concluir a modo de resumen: ¡Régimen totalitario y bien! ¡Sociedad civil y bien! ¡Y cambios cosméticos y bien!
La Habana, 8 de junio de 2015
René Gómez Manzano
Abogado y periodista independiente