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República de Chikungunya

Hoy es la República de Chikungunya y quienes la gobiernan, quizás conociendo lo que significa la palabra “chikungunya” en lengua Makonde (“doblarse por el dolor”), no están ni estarán jamás dispuestos a ofrecernos otra cosa.

Los salideros, el agua estancada y las montañas de basura en La Habana propician la reproducción del mosquito que transmite el chikungunyaLos salideros, el agua estancada y las montañas de basura en la Isla propician la reproducción del mosquito que transmite el chikungunya (Foto: CubaNet)

LA HABANA.-En broma le han puesto el nombre que debería llevar —República de Chikungunya— pero, en serio, es el que mejor le queda y por tanto el que habría que reclamar para un país donde, evidentemente, hay muchos más que los 20 mil casos que el Ministerio de Salud Pública se ha visto obligado a reconocer cuando ya le es imposible ocultar que, en Cuba, nos enfrentamos a otra pandemia.

Nos enfrentamos y solos, sin medicamentos, sin atención médica, sin pruebas clínicas que puedan confirmar que en realidad hemos enfermado de eso que está matando a decenas de cubanos y que está incapacitando a quienes sobreviven. No sabemos si se trata realmente de chikungunya, dengue, oropouche u de otra infección gestada en cualquiera de los basurales que rodean nuestra existencia, en el sancocho podrido que nos venden como si fuese comida para seres humanos o en algún experimento que resulte de haber sido vendidos como cobayas a un laboratorio chino, ruso, iraní o norcoreano.

Todo es posible en esta República de Chikungunya siempre que el resultado sea empeorar nuestras vidas y aún así hacernos creer que el mal viene de “afuera”. Nos dicen que la basura sepulta nuestros barrios porque somos unos puercos, que comemos mal o no lo hacemos porque no producimos alimentos. Nos dicen que vivimos a oscuras porque no ahorramos electricidad, que los jefazos del PCC están obesos por causa del estrés, que los precios están altos porque el dólar sube, y que este sube solo porque la gente es mala y no lo quiere bajar.

Pero ellos son “buenos”, tan buenos que, sin remordimiento alguno, le dicen a una señora de Santiago de Cuba que no hay una cama para darle, o al menos un colchón de esos que donaron de “afuera” pero que aún nadie ve repartir entre quienes lo han perdido todo y no solo por causa del último huracán sino por el abandono en que han vivido desde siempre.

Nadie aún ve repartir los colchones chinos ni las casas de campaña llegadas de Japón, porque de seguro ya fueron guardadas en algún almacén de las Fuerzas Armadas como “reserva de tiempo de guerra”, a la espera de ese conflicto que jamás llegará —y que si llegara alguna vez acabaría en un par de horas— pero que les sirve como pretexto para acaparar lo que quizás puedan comercializar en algunas de esas fincas de “turismo agroecológico”. Esas que promueven con desmedido entusiasmo, donde el poco turista que va llegando paga por una noche de “glamping” (por dormir en una casa de campaña “de lujo”) lo que GAESA no ingresará al darle al damnificado el donativo que le corresponde.

En los hoteles de La Habana, como en los del resto de la Isla, hay miles de camas que no se usan hoy por la falta de turistas, y que jamás se han usado ni se usarán cuando el desastre en el sector, entre la insalubridad y los desabastecimientos, entre una infraestructura de servicios básicos en ruinas y la falta de atractivos, entre el corralito financiero y la huida de inversionistas extranjeros, apunta a convertirse en una crisis insalvable.

Entonces, ¿el señor Miguel Díaz-Canel no puede ordenar que se destinen esos colchones inutilizados (y esas habitaciones vacías) a cubrir las necesidades de las personas que hoy reclaman aunque sea algo modesto donde echarse a dormir, si es que pueden hacerlo en medio de otras tantas desgracias? ¿No pudiera usar los millones de dólares que recibirá por concepto de donaciones para cubrir la producción de colchones y muebles en esas mismas empresas nacionales que suministran mobiliario a los hoteles de GAESA?

No pueden darle una cama a la señora como posiblemente tampoco le darán una simple dipirona para aliviar el dolor y bajar la fiebre si llegara a enfermar. No le darán un techo ni comida que no pueda pagar porque es que ni siquiera están de paso por esos lugares devastados para brindar consuelo, empatía sino para mostrarle al pueblo enojado hasta dónde son capaces de llevar el brazo represor, y es por eso que le preocupa más a Díaz-Canel la posible directa que hace quien lo filma y lo increpa que la desesperación que ha llevado a ese muchacho a un acto temerario, casi suicida, que pudiera llevarlo a prisión.

Porque para la hipocresía del régimen es más grave una directa en Facebook denunciando el abandono en que se encuentran tanto las víctimas del huracán Melissa como las del sistema de salud cubano, que las declaraciones de Sandro Castro donde se burla de la ley. Lo hace no solo al confesarse y participar como especulador en el mercado informal de divisas sino, además, al promover la creación de un movimiento de “emprendedores privados” (como si realmente lo “privado” existiera donde absolutamente todo pertenece a los Castro) que establezca una tasa de cambio a contrapelo de lo establecido legalmente.

Sin dudas, si hay un chupador de sangre en esta historia de terror que va más allá de enfermedades, dólares, abusos y burlas, no son precisamente los mosquitos, de modo que es hora de pensar en algo más letal que la fumigación con humo para comenzar a sanar de verdad en este lugar del mundo que, con orgullo, alguna vez fue llamado Cuba.

Hoy es la República de Chikungunya y quienes la gobiernan, quizás conociendo lo que significa la palabra “chikungunya” en lengua Makonde (“doblarse por el dolor”), no están ni estarán jamás dispuestos a ofrecernos otra cosa.

 

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