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Respuesta masiva al sanchismo

Desplazar al PSOE a los postulados del comunismo populista es una estrategia suicida: buscar votantes fáciles, a su izquierda, provoca que se acentúe el abstencionismo en el centro-izquierda e imposibilita una mayoría de gobierno

Hartazgo es la palabra. Por razones diversas. Pero lo que empezó a adivinarse en las elecciones andaluzas ha cristalizado el 28M y tendrá mayor expresión dentro de seis semanas. Hartazgo con el sanchismo desde afluentes distintos. Lo que estamos viendo es una respuesta sociológica de amplísimo espectro, que va agregando todo lo que no es la izquierda más extremista, una movilización en clave nacional a estos cinco años, donde se ha pretendido sacar a los españoles de su espacio, de los márgenes del consenso, de las reglas de convivencia, de lo que somos según hemos convenido desde la instauración democrática. Estamos comprobando la fortaleza de la España constitucional contra las afrentas sobrevenidas. Desde los ataques a la propiedad y la permisividad con los delincuentes al incremento de los impuestos para satisfacer clientelismos y un intervencionismo desmesurado en los sectores productivos; de la reingeniería social que pretende voltear nuestra cultura de valores y el derecho privado a la implementación de nuevas identidades fabricadas en laboratorios ajenos; de las mentiras sistémicas de una presidencia a la entrega del destino institucional a las siglas que operan para debilitar y fragmentar el proyecto común.

La respuesta ha sido tan contundente que ha cogido a la coalición de gobierno desprevenida. Sánchez, después de la hiperactividad nerviosa de los primeros días, empieza a dar señales de que no cree en la victoria. Andan amarrando lealtades de la manera más chusca: Tezanos convierte en funcionario a su número dos en el CIS, el fiscal general incrusta a su antecesora Dolores Delgado en la fiscalía de Memoria Democrática sin importarle la destrucción reputacional del ministerio público, ministros y secretarios de Estado buscan cómo asegurar la continuidad de los periodistas de la cuerda, el jefe de Gobierno ocupa las candidaturas provinciales con sus ministros y desaira a los barones… En realidad, el líder socialista siempre ha ejercido en precario, desde que llegó, malbaratando el bien general para mantenerse arriba, asociándose a antisistemas y separatistas: justo todos aquellos que no creen en España. El hartazgo de la calle viene de antiguo, sólo había que poner la oreja atenta en bares, oficinas o mercados; Sánchez ha perdido siempre, elección tras elección, pero su manera arrogante y firme de representar el mando provocaba temor en los despachos y en las recepciones oficiales, que sí le concedían una fortaleza irreal, en lo que tiene mucho que ver la reverencia tradicional de las elites hacia el poder.

La izquierda del PSOE está ultimando una carnicería inspirada desde La Moncloa. Primero Sánchez creó a Yolanda Díaz para mermar la fuerza de los fundadores de Podemos, en especial de Pablo Iglesias. Más o menos lo ha conseguido, con ese aparente refinamiento de modales frente al estilo de trincheras de sus camaradas. Díaz se ha beneficiado de la alta toxicidad que rodea a Irene Montero, a su mentor, a Pablo Echenique y demás pícaros del 15M, hasta convencer a todos de que ir en su compañía supone volver a las catacumbas y ser casi extraparlamentarios. Lo sorprendente es que una vez que Sumar se ha hecho con el control de la izquierda radical, anulando al grupo de Iglesias, Pedro Sánchez ha trasladado a sus diputados y senadores que quiere apropiarse de ese ámbito, desplazando el posicionamiento del Partido Socialista directamente a los postulados del comunismo populista (lo que históricamente supone remontarse a Negrín y Largo Caballero). Eso es lo que planteó hace diez días; veremos si fue una improvisación o mantiene el objetivo. Pero es una estrategia suicida: buscar votantes fáciles, a su izquierda, que ya tiene de manera indirecta, quitándoselos a sus socios, provoca que se acentúe el abstencionismo en el centro-izquierda, el otro lado de su espectro, e imposibilita una mayoría de gobierno.

Esto lo entiende cualquiera, por lo que toca preguntarse si el secretario general del PSOE en realidad está dando por perdidas las elecciones y lo que busca es el mejor resultado posible para su partido, hurtándole los votos a sus socios, para presentarse en la noche del 23J con una derrota presentable, que pueda publicitar incluso como un triunfo particular, aunque inviable para una investidura porque quienes habrían fallado son sus coaligados. El egoísmo del personaje es de tal calibre que no resulta descartable. Lo que ha hecho con las listas revela que es consciente de que se ha quedado sin partido para gestionarle la campaña, porque la mayor parte de los cuadros han perdido sus cargos públicos en alcaldías y comunidades autónomas; visto que no puede contar con la organización para el desafío electoral, otra vez se ha propuesto ser él mismo el agente movilizador del voto, ahora succionando el potencial de Yolanda Díaz. Sánchez sabe que los barones irán a por él la mañana del lunes 24, y por eso toda su atención radica en asegurarse peones defensivos en el grupo parlamentario.

Las dinámicas no van a cambiar en 45 días. Lo que se evidenció la noche del 28M saldrá reforzado a finales de julio. No queda tiempo, pero es que además esas corrientes de opinión se están todavía consolidando, creciendo, irán a más, máxime con el gesto de Ciudadanos de no concurrir, lo que aporta otros 300.000 votos valiosísimos al centro-derecha. La fecha elegida para las generales es mala por las altas temperaturas y el descanso vacacional, pero la abstención no afectará más a quienes quieren el cambio que a los partidarios de mantener el actual ciclo político. Lo que vamos viendo en las últimas dos semanas es que para la mayoría social personajes como Iglesias-Montero o Pedro Sánchez son percibidos como nocivos y altamente tóxicos. Si todo se consuma, la izquierda entrará en agosto en una profunda crisis de duración incierta.

A falta de un nuevo quiebro, la estrategia sanchista es activar a los electorados de izquierda con aquello de que viene el lobo, la derecha extrema y la extrema derecha, aprovechando los pactos municipales y autonómicos de PP y Vox previos al 23J, como si fueran ilegítimos o antidemocráticos. Supone una infamia comparar a Vox con las fuerzas anticonstitucionales con las que ha pactado Sánchez. El partido de Abascal en nada es peor a Aragón Existe, Coalición Canaria o Revilla, en nada; asumir un cordón sanitario sobre Vox, aparte de una vileza, supone una equivocación. Vox merece ser respetado. Su líder parece consciente de la trampa tendida por el sanchismo. Si Vox se precipitara o exigiera más de lo razonable, si hubiera una repetición electoral, digamos en Extremadura por falta de acuerdo con el PP, provocaría un aluvión de voto útil a favor de Feijóo el 23J. Pero eso Abascal ya lo sabe.

 

 

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