Retorno de Trump a la Casa Blanca: ¿Qué significa para América Latina?
La reciente elección de Donald Trump en Estados Unidos marca un hito en las relaciones con América Latina. Su regreso al poder plantea interrogantes sobre la dirección de estos lazos, especialmente considerando las políticas controversiales de su primer mandato. Este segundo período probablemente impactará áreas clave como la migración, el comercio y la política exterior en el hemisferio.
La visión de Trump hacia América Latina ha sido de enfoque pragmático, priorizando la reducción de la inmigración ilegal y la renegociación de acuerdos comerciales que, según su visión, afectan negativamente a la economía estadounidense. Es previsible que estas prioridades se intensifiquen, generando posiblemente más fricciones que cooperación en sus relaciones con los países de la región.
La victoria de Trump plantea desafíos para América Latina, una región históricamente influenciada por Estados Unidos, que continúa siendo su mayor inversor extranjero. Aunque en años recientes Washington ha puesto mayor énfasis en otras zonas geopolíticas, como el Medio Oriente y el Indo-Pacífico, y en enfrentar la influencia global de actores como Vladimir Putin y Xi Jinping, el triunfo de Trump ha generado preocupación en América Latina.
La región anticipa cambios en áreas críticas como las relaciones bilaterales, el comercio, la política migratoria y la seguridad. Países como México, Brasil, Argentina, Venezuela, Cuba, Colombia y El Salvador se preparan para posibles repercusiones económicas y políticas que podrían reconfigurar sus vínculos con Washington. Para América Latina, el retorno de Trump a la Casa Blanca representa incertidumbre, con su visión de reindustrialización y enfoque interno, porque podría debilitar las relaciones históricas entre Estados Unidos y la región. Un posible giro hacia políticas proteccionistas en EE. UU. podría no solo derivar en inflación interna, sino también en tensiones con sus socios comerciales regionales.
En la medida que Trump implemente su «America First» de manera más agresiva, el diálogo bilateral podría reducirse a la problemática migratoria, así como el crimen organizado y las drogas, lo cual podría hacer que la región pierda interés estratégico en Washington e incluso entre los votantes hispanos en EE. UU.
Con un Congreso favorable y una Corte Suprema alineada con los valores republicanos, Trump tendría mayor libertad para avanzar en su agenda, lo cual genera preocupación tanto a nivel interno como en los gobiernos latinoamericanos. Existe el temor de que algunos avances, en derechos humanos, políticas migratorias y cooperación económica, se vean comprometidos. En particular, México estará en el centro de atención de Trump en temas como migración, drogas, comercio y el nearshoring chino en México.
Pese a los intentos de la presidenta Claudia Sheinbaum por calmar las expectativas, se anticipa una relación difícil. Trump ha propuesto imponer un arancel del 10% a todas las exportaciones mexicanas a EE. UU., lo que podría afectar el PIB de México en un 1.5%. Trump busca evitar que China traslade la producción de autos eléctricos a México, ya que el T-MEC permite que empresas automotrices extranjeras en México o Canadá exporten a EE. UU. con mínimos impuestos si cumplen requisitos de contenido local.
En respuesta a esa propuesta, Elon Musk anunció que esperaría los resultados electorales para decidir si construirá una planta de Tesla en Nuevo León, con una inversión prevista de $4,500 millones de dólares y la producción de un millón de autos al año.
En el sur, las reacciones ante el triunfo de Trump son variadas, desde el entusiasmo de figuras como Javier Milei en Argentina y la oposición brasileña de Jair Bolsonaro, hasta la cautela de Gabriel Boric en Chile y la oferta de diálogo de Nicolás Maduro, quien comentó: “Así como su lema es ‘Make America Great Again’, diría que nuestro lema es ‘hacer grande a una Venezuela unida y una América Latina y el Caribe’”.
Estos posicionamientos reflejan la expectativa de una administración «Trump 2.0», que se prevé más radical, especialmente en migración, comercio, China y drogas, con una preferencia por amenazas y sanciones en su política exterior.
Hace ocho años, Trump ganó la presidencia amenazando con deportar a millones de indocumentados, algo que no llegó a realizar debido a las advertencias de sus asesores. En esta ocasión, ha declarado que se rodeará de asesores leales que no detendrán sus planes.
Muchos se preguntan cuál será su estrategia hacia Venezuela tras haber reconocido en su primer mandato a Juan Guaidó como presidente legítimo, sin éxito. En esta oportunidad podría optar por un enfoque menos confrontativo y buscar oportunidades de negocio en el país, dado su perfil empresarial y los recursos naturales que posee Venezuela, que serían de interés para los hombres de negocios afines al nuevo presidente de Estados Unidos. Respecto a Cuba, se espera que continúe el statu quo, ya que la política de Estados Unidos hacia la isla es ya bastante restrictiva y no parece haber incentivos para un cambio significativo.
Otros líderes de izquierda en la región, como Lula en Brasil o Gustavo Petro en Colombia, quienes mantuvieron diálogo con Biden, probablemente no verán grandes cambios en sus relaciones, aunque un acercamiento de Trump a Bolsonaro podría generar cierta distancia con Brasil. La colaboración en temas como narcotráfico, fundamental para Colombia, también debería mantenerse bajo Trump. Sin embargo, cabe recordar que Colombia tiene acelerados acercamientos con China, el principal rival geoestratégico de Estados Unidos que gana terreno en Sudamérica, invirtiendo en múltiples megaproyectos.
A comienzos de octubre, el vicecanciller colombiano Jorge Rojas anunció que Colombia entrará a la iniciativa de la Franja y la Ruta de China, la ambiciosa y también cuestionada estrategia de cooperación del gigante asiático con la que ha invertido miles de millones en infraestructuras y tecnología en múltiples naciones desde 2013. Ese acercamiento podría tener un impacto en las relaciones entre Colombia y el nuevo gobierno de Estados Unidos.
Por otro lado, presidentes como Nayib Bukele y Javier Milei han mostrado simpatía por Trump y esperan una cooperación más estrecha en temas de seguridad y economía, particularmente Argentina que necesita el apoyo de Estados Unidos en sus gestiones en el FMI. En El Salvador, la preocupación por posibles deportaciones masivas es alta, ya que millones de salvadoreños que se encuentran en EE. UU. contribuyen con remesas vitales para la economía del país. Vale señalar que las remesas provenientes de Estados Unidos representan el motor económico principal del país. En el período de enero a julio de 2024, El Salvador recibió 4,756 millones de dólares en remesas, un aumento interanual inferior al 1 % respecto al mismo período de 2023.
Ecuador, bajo el presidente Daniel Noboa, mantiene una estrecha cooperación en seguridad con EE. UU., y es probable que la colaboración contra el crimen transnacional aumente bajo Trump si la reforma constitucional en Ecuador permite bases militares extranjeras.
Aunque América Latina no será la prioridad de Trump, es posible que privilegie las relaciones con gobiernos conservadores como los de Daniel Noboa en Ecuador, Javier Milei en Argentina, Nayib Bukele en El Salvador y Santiago Peña en Paraguay. Por otro lado, Uruguay y Perú mantendrán una relación estable con EE. UU., aunque en este último la construcción del Megapuerto de Chancay, financiado por China, podría aumentar la influencia de Pekín en la región, lo que ha causado preocupación en Washington.
Nos guste o no, el regreso de Trump a la Casa Blanca implica un cambio en la dinámica con América Latina, por lo que ese regreso no puede ser ignorado.