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Revolución y amores

Revolución y amores

 

Charles Dickens publicó Historia de dos ciudades (A Tale of Two Cities) en la revista All the Year Round, fundada por el propio Dickens, en 31 entregas semanales entre el 30 de abril y el 26 de noviembre de 1859. Constituyó su primer gran éxito de lectores y público, alcanzando tiradas de 120.000 ejemplares y multitudes congregadas a la puerta de la revista, esperando ansiosa que saliera la siguiente entrega.

Historia de dos ciudades muestra el talento inmenso de Dickens como narrador de historias, creador de personajes inolvidables y pintor de frescos humanos sitos con extraordinaria precisión en momentos sociales e históricos. La novela se sitúa entre los años previos a la Revolución Francesa, con la ominosa prisión de la Bastilla albergando a pobres inocentes y los años en los que la sangrienta marcha revolucionaria sirve a la sedienta guillotina la cabeza y la vida, de nuevo, de pobres inocentes. Dickens crea una compleja red de tramas y subtramas, magníficamente enjaretadas, dominada por el peso del pasado y sus secretos, y la idea, tan cristiana como fordiana, de la redención por el amor y el sacrificio personal ejemplificado en Sidney Carton, un desvencijado, alcoholizado e inteligente abogado que tiene al otro lado del espejo a Charles Darnay. Dickens opera con extremada habilidad la idea moral del doble, un aristócrata marcado por el pasado de malignidad de su familia, un pasado que le persigue implacablemente, mientras Darnay se comporta con bondad moral. Entre ambos, la delicada figura de Lucía, uno de esos personajes femeninos dickensianos, frágiles, emocionales, arrasados por la vida. Inglaterra y Francia, París y Londres unidos por el río incontenible de la vida que ofrece horror y amor, miseria, traición y honor, muerte, pasado y futuro.

El comienzo de la novela es, sencillamente, deslumbrante. Un ejercicio primoroso de estilo, dominio del lenguaje y epístola moral que convierte a la novela en un fanal que sirve para iluminar cualquier tiempo pasado, presente y futuro.

“Era el mejor de los tiempos, era el peor de los tiempos, la edad de la sabiduría, y también de la locura; la época de las creencias y de la incredulidad; la era de la luz y de las tinieblas; la primavera de la esperanza y el invierno de la desesperación. Todo lo poseíamos, pero no teníamos nada; caminábamos en derechura al cielo y nos extraviábamos por el camino opuesto. En una palabra, aquella época era tan parecida a la actual, que nuestras más notables autoridades insisten en que, tanto en lo que se refiere al bien como al mal, sólo es aceptable la comparación en grado superlativo”.

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LA VIDA SEGÚN WOODY ALLEN

 

 

Con Annie Hall, Woody se adentró en una madurez creativa sencillamente extraordinaria. No es que en Toma el dinero y correBananasTodo lo que usted deseaba saber del sexo y no se atrevía a preguntar o La ultima noche de Boris Grushenko no dejaran ver su inmenso talento para la comedia y la filosofía más inmediata de la vida, pero Annie Hall ya era otra cosa. Una película. Y magnífica. Las andanzas neoyorquinas de Alvin Singer, su idas y venidas sentimentales, el paisaje urbanita de Mannhattan, la banda sonora de standards jazz… nos abrían de par en par las puertas de un universo alleniano, propio e intransferible, en el que desde entonces algunos de nosotros nos instalamos en casa.

En esta primera entrega de la Comedia Humana de Woody Allen, el hermoso y desinflado final de la película lo decía todo: sobre Woody, la vida, las relaciones sentimentales, casi siempre de ida y vuelta, los recuerdos de aquellas y el sabor agridulce de saborearlos.

No obstante, volví a verla. Volví a ver a Annie. Fue en la parte alta del Oeste de Manhattan. Había vuelto a Nueva York. Vivía en el Soho con un chico y cuando la vi, lo estaba arrastrando a ver el documental «La Pena y la Piedad», así que lo tomé como un triunfo personal. Annie y yo almorzamos juntos poco después, y hablamos de los viejos tiempos.

Después se nos hizo tarde, los dos teníamos que irnos, pero fue magnífico volver a ver a Annie. Me di cuenta de lo maravillosa que era y de lo divertido que era tratarla, y recordé aquel viejo chiste, aquel del tipo que va al psiquiatra y le dice: «Doctor, mi hermano está loco, cree que es una gallina». El doctor contesta: «¿Lo ha internado?» y el tipo le dice. «Lo haría, pero necesito los huevos». Pues eso, más o menos es lo que pienso sobre las relaciones humanas, ¿saben? Son totalmente irracionales y locas, y absurdas, pero… supongo que continuamos manteniéndolas porque, la mayoría, «necesitamos los huevos».

 

 

 

 

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