En estos tiempos en que la corrección política del lenguaje se ha puesto de moda, pocos términos resultan tan ambiguos como «terrorismo». El uso y abuso de este concepto con fines políticos ha dado lugar a numerosas imprecisiones e interpretaciones, que suelen confundir la supuesta legitimidad de las motivaciones con las acciones terroristas.
Intimidación, secuestros, atentados con bombas, coerción, sabotajes, asesinatos selectivos o masivos, torturas, ejecuciones extrajudiciales, destrucción de bienes privados y públicos son tácticas comunes a grupos terroristas del más diverso pelaje -sean de carácter religioso, étnico, político o simplemente bandas criminales- cuyo objetivo es ganar espacios de dominación a través del terror social, sea a escala nacional o regional, llegando a afectar incluso las estructuras del poder y las relaciones a nivel internacional.
La naturaleza violenta de los actos terroristas por parte de grupos, organizaciones o gobiernos tiene como efectos la alteración de la paz pública y la desestabilización en las estructuras institucionales y económicas de los Estado
La naturaleza violenta de los actos terroristas por parte de grupos, organizaciones o gobiernos tiene como efectos la alteración de la paz pública y la desestabilización en las estructuras institucionales y económicas de los Estados. Además, provocan profundos daños a nivel humano, teniendo en cuenta que la mayoría de sus víctimas son civiles inocentes. Se trata, entonces, de hechos injustificables más allá de fundamentaciones ideológicas.
Habría que añadir a estas consideraciones generales otra complejidad del término: su carácter evolutivo. Décadas atrás, por ejemplo, la violencia revolucionaria contra el poder político en Cuba no se definía exactamente como terrorismo, aunque sí lo es a la luz de consideraciones actuales. Esto explica que en las escuelas se hayan omitido o reinterpretado los hechos violentos que tuvieron lugar fundamentalmente en la segunda mitad de los años 50 del pasado siglo, aunque sin abandonar el adoctrinamiento.
Así, los «grupos de acción y sabotaje» del Directorio Revolucionario -organización clandestina fundada el 24 de febrero de 1956 por el líder estudiantil universitario José Antonio Echeverría con el objetivo de apoyar a la guerrilla de Fidel Castro que operaba en la Sierra Maestra- han sido rebautizados simplemente como «grupos de acción», como si aquellos jóvenes en lugar de colocar bombas en lugares públicos, principalmente en la capital y en ciudades importantes del interior, se hubieran limitado a la inocua labor de repartir proclamas antigubernamentales, gritar consignas u orquestar mítines a favor de la Revolución.
Está claro que si aplicáramos los raseros actuales a los hechos que jalonaron la Revolución cubana, el propio asalto a un cuartel militar del ejército constitucional protagonizado por un puñado de hombres al mando de Fidel Castro es un acto definitivamente terrorista.
Terrorista fue también la toma de una estación de radio a punta de pistola -al mejor estilo gansteril de las películas estadounidenses- por parte del antes mencionado José Antonio Echeverría, quien gracias a ese hecho se convirtió quizás en el autor del más sonado fake news de la época al anunciar la falsa muerte (dizque ajusticiamiento) del dictador del momento, Fulgencio Batista.
Para el castrismo todo el que se le opone es susceptible de ser acusado de terrorista al servicio de una potencia extranjera. Estos son terroristas malos
La lista de signo terrorista que ha marcado nuestra historia sería interminable, pero no tendría mucho sentido ahondar en ello, habida cuenta que -para bien y para mal- la justicia no tiene carácter retroactivo.
No obstante, es notoria la utilidad instrumental que hace el Gobierno cubano de este término. Para el castrismo todo el que se le opone es susceptible de ser acusado de terrorista al servicio de una potencia extranjera. Estos son terroristas malos. Y, so pretexto de salvaguardar ese valor superior que es la Patria-Revolución (asediada, acechada, amenazada por un poderoso enemigo externo), les aplica impunemente la violencia de los cuerpos represivos, los mítines de repudio, las lapidaciones de prestigio, la descalificación, el acoso, la cárcel, la muerte y el destierro.
Actualmente, y en proporción con la profundización de la crisis estructural del sistema, en Cuba hay un repunte de lo que en otras situaciones y escenarios sería considerado terrorismo de Estado. Ahora la coerción, la intimidación y el terror represivo no se limita a los grupos opositores y disidentes sino que se dirige contra toda la sociedad civil, incluyendo artistas contestatarios, ciudadanos incómodos o grupos de emprendedores independientes que cuestionen en cualquier sentido las disposiciones del poder.
Y como si no bastara la espiral represiva, silenciada en los medios oficiales, algunas señales que se emiten desde el monopolio de televisión gubernamental tienden a revalorizar y legitimar en el imaginario social el terrorismo «revolucionario».
Así se evidenció el pasado 30 de octubre durante la emisión de la telenovela cubana de turno – Entrega– que se está transmitiendo los lunes, miércoles y viernes en el canal principal del país ( Cubavisión) en el horario estelar de las 9 pm.
En una escena completamente prescindible un profesor de Historia de un preuniversitario de la capital, hacía una apologética referencia a Urselia Díaz Báez como «la primera heroína del clandestinaje», que falleció en septiembre de 1957 en el Teatro América de la céntrica calle Galiano, en La Habana, a causa de la explosión de una bomba que llevaba adherida a su muslo y que estalló antes que tuviera tiempo de colocarla bajo alguna luneta o en el baño donde finalmente encontraron su cuerpo destrozado.
El mensaje, no disimulado, es que el terrorismo es lícito, siempre que se realice en aras de la salvaguarda de la revolución de Castro
El profesor de marras no se limitó a apelar a la memoria de aquella muchacha de 18 años, una perfecta desconocida para la inmensa mayoría de los cubanos, sino que desafió a sus alumnos a tener el valor de aquella torpe terrorista a la hora de defender la Revolución. «¿Quién de ustedes se atrevería a andar con una bomba bajo la ropa?», inquirió el maestro a sus estudiantes adolescentes. El mensaje, no disimulado, es que el terrorismo es lícito, siempre que se realice en aras de la salvaguarda de la revolución de Castro.
Desliz, descuido o deliberada estrategia, resulta mala cosa a estas alturas del siglo XXI influir a los jóvenes televidentes en la cultura de la violencia desde los poderosos medios oficiales, en una sociedad llena de tensiones y frisada por el rencor, la polarización y las frustraciones, largamente acumulados.
Y también un arma de doble filo, porque si los cubanos de hoy interiorizan la violencia como método legítimo para alcanzar sus aspiraciones y libertades, bien podrían volverse en su día contra el propio poder que les corta las alas y contra sus instituciones, con consecuencias impredecibles. Si en medio del descontento social generalizado el Gobierno cubano sigue tensando la cuerda, quizás tendrá ocasión de lamentarlo.