Ricardo Bada: 20 años (y un día) sin Rafael Alberti
Fue en el Puerto de Santa María, donde vio la primera luz del mundo un día de 1902. Murió, pues, Rafael Alberti, el 28 de octubre de 1999, al nivel del mar. No se cumplió su antiguo miedo ni hubo necesidad de recordar su antiguo deseo:
Si mi voz muriera en tierra
llevadla al nivel del mar
y dejadla en la ribera.
Con Rafael Alberti desapareció la última luminaria de la Generación del 27, una generación poética nacida al calor del tercer centenario de la muerte de Góngora, y compuesta por cinco andaluces: Aleixandre, Cernuda, García Lorca, Altolaguirre, Prados; tres castellanos: Salinas, Guillén y Dámaso Alonso; y un cántabro: Gerardo Diego, antólogo del grupo en una antología fundacional. Ah, y luego se les arrimó un alicantino: Miguel Hernández.
Poeta emblemático de la guerra civil española, correligionario y amigo de Pablo Neruda, republicano y comunista que se permitió el lujo de una décima lujosa a la Reina Doña Sofía cuando recibió en Alcalá de Henares el Premio Cervantes, Rafael Alberti fue el autor de libros esenciales del surrealismo, como Sobre los ángeles y Yo era un tonto y lo que he visto me ha hecho dos tontos, y es también autor de los poemas que conforman ese canto de amor incomparable a su segunda vocación, A la pintura.
De Rafael Alberti nos queda el recuerdo de un viejo bardo, genio y figura hasta la sepultura. Y también nos quedan docenas de grabaciones de poemas suyos convertidos en canciones por Ana Belén, Alberto Cortez, Joan Manuel Serrat y Paco Ibáñez. ¿Quién no habrá oído alguna vez este poema suyo transformado en himno de batalla de un antifranquismo que –como quería don Antonio Machado– se paraba a distinguir las voces de los ecos, y escuchaba solamente, entre las voces, una?:
Las tierras, las tierras, las tierras de España,
las grandes, las solas, desiertas llanuras.
Galopa, caballo cuatralbo,
jinete del pueblo
al sol y a la luna.
¡A galopar,
a galopar,
hasta enterrarlos en el mar!
A corazón suenan, resuenan, resuenan
las tierras de España en las herraduras.
Galopa, jinete del pueblo,
caballo cuatralbo,
caballo de espuma.
¡A galopar,
a galopar,
hasta enterrarlos en el mar!
Nadie, nadie, nadie, que enfrente no hay nadie,
que es nadie la muerte si va en tu montura.
Galopa, caballo cuatralbo,
jinete del pueblo,
que la tierra es tuya.
¡A galopar,
a galopar,
hasta enterrarlos en el mar!
También esto nos queda de Rafael Alberti: una docena de grabaciones de sus recitales multitudinarios (era un magnífico recitador). ¿Cómo no recordar ahora, y en su voz, cuando ya sus cenizas se convirtieron en plata de la tacita que es la bahía de Cádiz, el comienzo de las Coplas de Jorge Manrique recitado por él?:
Recuerde el alma dormida,
avive el seso y despierte,
contemplando
cómo se pasa la vida,
cómo se viene la muerte,
tan callando.
Pero no tan callando, Rafael, no tan callando. La tuya fue una muerte clamorosa. Pues como Cernuda dijo prematuramente de Calderón, eres tú quien se llevó a la tumba el secreto de la rima.