Ricardo Bada: Carta abierta a Nora Ephron († 26.6.2012)
Nora Ephron
Admirada Nora Ephron,
Esta es una carta que llevo rumiando desde hace muchos años y que hubiera querido enviarle en vida, no ahora, a diez años de su muerte. Sí, se la quise escribir en vida, pero siempre me detuvo algo que no era timidez ni miedo a hacer el ridículo, sino la convicción íntima de que si por alguna casualidad nos llegásemos a conocer en persona, platicando en una cafetería de Roma, con sendos Camparis soda por delante, le podría vender mi idea bastante mejor que por escrito…, ni siquiera pidiéndole a Julian Barnes el inmenso favor de que me escribiese esta carta.
La historia se remonta a un día alrededor del año 2000, cuando volví a ver por enésima vez You’ve Got Mail [Tienes un email] en la programación nocturna de un canal alemán de TV, y me entró la curiosidad por fisgar en su filmografía, a través de su ficha de www.imdb.com. Para mi gran sorpresa descubrí en ella que su primer crédito como guionista lo fue por un episodio de la serie Adam’s Rib [La costilla de Adán], que era la peli predilecta de mi padre, con quien la vi en el Gran Teatro de Huelva, cuando la estrenaron allí en el invierno de 1951; tenía yo 12 años, mi padre me llevaba siempre con él cuando iba al cine, y él no se perdía ni un solo film de Spencer Tracy, su actor favorito, a quien solía imitar en el divertido papel de Father of the Bride [El padre de la novia] y nos hacía reír a carcajadas a toda la familia.
Los mecanismos gracias a los cuales se genera una idea suelen ser por completo diferentes en todos los seres humanos, pero siempre existen algunos puntos de referencia comunes. En este caso el mínimo común denominador consistía en que You’ve Got Mail también era una adaptación, si bien no a la tele, sino al mismo cine, y actualizada, de un gran éxito comercial de los años cuarenta: The Shop Around The Corner [El bazar de las sorpresas], nada menos que de Ernst Lubitsch, con Margaret Sullavan y James Stewart.
Y el caso es que yo había vuelto a ver muy poco antes de aquel día alrededor del año 2000, y asimismo por enésima vez, Roman Holiday [Vacaciones en Roma], el grandioso debut de Audrey Hepburn en Hollywood, 1953. Cuando terminó el pase de la peli me quedé frente a la pantalla sin prestar atención a lo que se mostraba en ella, porque acababa de asaltarme una de esas ideas locas que a veces nos visitan golpeando recio la aldaba de la puerta de nuestra atención, sin soltar el dedo del timbre de nuestra consciencia con más ventanas a lo nuevo.
Sólo que por si fuera necesario (aunque creo que no, pero por si las “que ni labráis como abejas / ni brilláis cual mariposas”), antes de seguir quiero recordarle la sinopsis de Roman Holiday tal como ± la reseña esa Biblia de los cinéfilos que es www.imbd.com:
«Joe Bradley es un reportero del American News Service en Roma, desempeño que no le gusta mucho ya que preferiría trabajar para lo que considera una verdadera agencia de noticias en Estados Unidos. Está a punto de ser despedido cuando, al quedarse dormido y ser pillado en una mentira por su jefe, se pierde una entrevista con S.A.R. la Princesa Ann, que está de gira de buena voluntad por Europa, siendo Roma su última parada. Sin embargo, ese mismo día Joe cree que se ha topado con una gran primicia. La princesa Ana ha cancelado oficialmente todos sus compromisos en Roma dizque debido a una enfermedad. En realidad, Joe reconoce por una fotografía suya en el diario a la joven borracha, bien vestida, que rescató de la calle la noche anterior (ya que no quería entregarla a la policía por ser una vagabunda), y que sigue en su pequeño apartamento–estudio durmiendo la resaca. Lo que Joe no sabe es que en realidad está durmiendo debido a los efectos de un sedante que le dio su médico para calmarla después de un ataque de ansiedad, esa que le asalta porque odia su vida reglamentada en la que no tiene libertad y siempre debe hacer y decir las cosas políticamente correctas, no lo que realmente tiene en su mente o en su corazón. En su deseo de gozar un poco de libertad, aprovecha una oportunidad para escapar del palacio donde se aloja, aunque sin un centavo en los bolsillos. Joe cree que puede conseguir una entrevista exclusiva con ella sin que ella sepa siquiera que él es un periodista o que la está entrevistando. Mientras acompaña por Roma a «Anya Smith» –el nombre tras el que ella quiere ocultar su verdadera identidad– en su día de libertad y de incógnito, y sin saber que el servicio secreto de su país la está requetebuscando, también la acompaña un fotógrafo amigo de Joe, Irving Radovich (¡fabuloso Eddie Albert!), a quien Joe ha encargado que le haga fotos clandestinas para ilustrar el reportaje. A medida que avanza el día, Joe y Ann empiezan a enamorarse el uno del otro. Sus sentimientos mutuos afectan a lo que ambos deciden hacer, Ann con respecto a sus deberes dinásticos, Joe con respecto al reportaje, y ambos con respecto a si hay un futuro para ellos juntos».
Es el cuento de la Cenicienta, pero con los papeles cambiados y sin final feliz. Sin final feliz en 1953, el año en que se rodó la peli y en el que se supone que transcurre la trama: eso fue lo que me dije. Pero, y seguí devanando la madeja, admitamos que Ann renuncia al amor porque se debe a sus obligaciones como princesa real y, como sucede en la peli, regresa a su país con el corazón roto y dejando roto el de Joe. De acuerdo, admitido.
Y en ese momento, se lo crea o no, de pronto yo estaba sentado a la mesa de una cafetería romana y usted estaba sentada frente a mí y me oía sin saber si asombrarse o echarse a reír. Porque yo le estaba diciendo:
– Imagínese, miss Ephron, que poco después de regresar a su país, a la princesa Ann la casan con un alto miembro de la nobleza del mismo, o algún príncipe segundón de una de las casas reales europeas, un matrimonio de pura conveniencia, y un año o dos después una revolución popular pone fin a la monarquía en ese país sin que a la familia real le quede otra salida que partir al exilio.
En ese momento usted pareció interesarse por primera vez en serio al oír lo que añadí:
– Tengo la convicción, miss Ephron, de que en el exilio, una de las primeras providencias de la ya ex princesa Ann será divorciarse sin escándalo alguno de un esposo a quien no quiere y debió aceptar acatando la razón de Estado. Y a renglón seguido del divorcio, remover Roma con Santiago hasta volver a dar con Joe.
Tengo muy presente con qué delicadeza y economía de movimientos, ni dejar de mirarme, usted abrió su bolso y sacó una libretica y un bolígrafo diminuto y casi sin mirar el papel anotó un par de palabras en la libretica mientras yo seguía con mi retahíla:
– Digamos, miss Ephron, que entretanto han pasado siete años, estamos en 1960, y Ann se entera de que Joe acudirá desde los Estados Unidos a cubrir para una revista deportiva los Juegos Olímpicos de Roma. El resto lo dejo en sus manos. Y si bien creo que como primer paso para una secuela de Roman Holiday no es quizás el de una bota de siete leguas, sí creo que es bastante prometedor, y Nora Ephron la persona más indicada para llevarla a cabo.
Usted se me quedó mirando y supe lo que estaba pasando por su cabeza:
– Querida miss Ephron, sé lo que está pensando. Audrey Hepburn murió en 1993, el día de san Sebastián, el patrón de mi ciudad natal, que era festivo cuando vi por primera vez en ella Vacaciones en Roma, en el cine Rábida, si recuerdo bien. Y Gregory Peck murió en el 2003. Eso además de que ella tendría ahora 93 años, y él 106. Y William Wyler, el director, 119 años. Pero recuerde la Sabrina de Sydney Pollack: ¿no fueron Julia Ormond y Harrison Ford en 1995 una Sabrina Fairchild y un Linus Larrabee más auténticos que Audrey Hepburn y Humphrey Bogart en 1954, y eso a pesar de dirigirlos Billy Wilder?
Su sonrisa me dio a entender que había entendido, y ahora sí la vi mirar en la libretica lo que estaba escribiendo, al tiempo que yo alzaba mi Campari soda y cerrando los ojos bebía un trago largo que me supo a Roma y a música de Respighi. Hasta que desperté de golpe, sentado en el sillón del living de mi casa frente a un televisor que transmitía un arco iris vertiginoso en líneas paralelas.
Siempre le quise escribir este sueño, mi querida y admirada Nora Ephron. Recién esta noche me he decidido a hacerlo, y quedo devotamente a sus pies, como se estilaba decir en tiempos más caballerosos que los actuales.
Suyo,
Ricardo Bada
Posdata : En sus paseos por el Valle de Josafat, salúdeme por favor a Dalton Trumbo, Billy Wilder y François Truffaut: junto con usted, son mis guionistas preferidos. Gracias.
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Posdata para los lectores: Una filmografía selecta de Nora Ephron:
Silkwood [Escándalo nuclear] (1983), guion nominado para el Oscar; con Meryl Streep, Kurt Russell y Cher, en la misma línea que Norman Rae (1979), con Sally Field (Oscar por su interpretación); Erin Brockovich (2000), con Julia Roberts (Oscar por su interpretación) y Albert Finney; y Made in Dagenham [Pago justo] (2010), con Sally Hawkins y Bob Hoskins.
Heartburn [El difícil arte de amar] (1986), con Meryl Streep y Jack Nicholson, basada en su propia novela autobiográfica sobre su tempestuoso matrimonio con Carl Bernstein, uno de los reporteros de The Washington Post que destaparon el escándalo del Watergate.
When Harry met Sally… [Cuando Harry encontró a Sally…] (1989), guion nominado para el Oscar; con Meg Ryan, Billy Crystal, Carrie Fisher y Bruno Kirby.
Sleepless in Seattle [Sintonía de amor] (1993), guion nominado para el Oscar; con Meg Ryan, Tom Hanks, Ross Malinger y Bill Pullman.
You’ve Got Mail [Tienes un email] (1998), con Meg Ryan, Tom Hanks, Jean Stapleton y Greg Kinnear.
Bewitched [Hechizada] (2005), con Nicole Kidman, Shirley McLaine, Will Farrell y Michael Caine.
Julie & Julia (2009), con Amy Adams y Meryl Streep, estando el guion basado en los libros Julie & Julia, de Julie Powell, y My Life in France, de Julia Child.