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Ricardo Bada: Carta abierta a Uli Rueger

Mi columna del pasado viernes en estas mismas páginas estuvo severamente afectada por su formato, que no abarca más de los 2.700 espacios. Aprovecho, pues, la libertad que me ofrece mi blog para publicar completa esa carta abierta a Uli Rueger. Hela aquí:

 

Estimado Uli,

gracias por sus letras, y considerando su condición de alemán nativo y boyacense vocacional, desde luego concuerdo con usted en que el tema que me propone (el desconocimiento que se tiene en América Latina acerca de Europa) podría ser digno de una columna, pero más bien lo veo como digno de un tratado en varios tomos.

Y a la inversa, igual. Con la posible –¡pero sólo posible!– excepción de España, de América Latina no se sabe casi nada en Europa. Por lo menos a la derecha del espectro. A la izquierda sí se sabe algo más, pero muy mediatizado por entelequias la mayoría obsoletas. Con decirle que hay gays europeos que lucen camisetas con la efigie del Che Guevara, quien quería reeducar a los homosexuales cubanos

Vea: cuando la feria del libro de Fráncfort en 1976, que estuvo dedicada a América Latina, “un continente por descubrir”, en documentos oficiales de la dirección de la feria y del Gremio de Libreros Alemanes aparecía el novelista Juan Carlos Onetti unas veces como uruguayo y otras como paraguayo. Si eso es así a ese nivel, imagínese el resto. Debería bastarle con nada más otro botón de muestra. En diciembre 1982, cuando acudí a Estocolmo para cubrir para mi emisora la entrega del Premio Nobel a Gabo, en el taxi que me llevaba de la terminal de buses del aeropuerto de Arlanda a mi hotel, al enterarse del motivo de mi viaje el taxista me dijo que le parecía muy bien que ese año le hubieran concedido el Premio a Gársia Gómesseguramente eras los dos únicos apellidos castellanos que conocía.

Pero hay más botones de muestra. El de la señora berlinesa, que le preguntó a mi amiga Esther Andradi («mi deuda estherna») si en Buenos Aires había librerías: «Debí decirle que dos, y así mi interlocutora se hubiera quedado satisfecha. Pero más pior [sic] le tocó a mi querido amigo peruano Edmundo Torres, nada menos que de Puno, cuando le preguntaron si en el Perú había papas».

Añada esta a la colecciónA mi amigo angoleño (blanco) Julio de Moura, le ocurrió una vez, allá por 1965, que le falló el correo de sus padres, quienes le escribían con regularidad desde Luanda. Él estaba, como yo, alojado donde una familia alemana, en su caso en Beuel, al otro lado del Rhin en Bonn, y siempre que regresaba de su oficina a casa preguntaba ansioso si le había llegado correo de sus padres. Hasta que finalmente un día su anfitriona le dijo con sabias precauciones: «Herr Moura, ¿y si la persona que le escribe a usted las cartas de sus padres se ha puesto enferma?»  Es decir, daba por descontado que los padres de Julio eran analfabetos. Nos lo contó casi llorando (de pena y de la risa, al mismo tiempo) en nuestra tertulia del Café Kaiser de Bonn, una que menciono en mi cuento «La oración fúnebre».

Más Mi amiga mexicana Lillian me reseña que una británica le preguntó una vez si en México había automóviles: «Le dije que sí, que unos cuantos, y luego le pregunté si en Gran Bretaña había escuelas». Y añade, casi exculpándola: «Eran los tiempos previos a Internet, que conste», a lo cual le comento: «Claro, en los tiempos posteriores a Internet te habría preguntado que si en México hay computadoras».

Y más : Desde Managua me cuenta José Luis Rocha que su madre es española, de Extremadura, y recuerda que «ya pasada la guerra en Nicaragua, sus vecinos le decían a una tía, la única que quedó en su pueblo de origen: “Oye, Olalla, he visto que otra vez hay guerra allá donde tu cuñado, en Nigeria”. Y lo peor es que no hay que ir a tales extremos –de Europa a África– para encontrarse esas suposiciones peyorativas. Los guatemaltecos casi nos consideran en ese nivel a los nicaragüenses, y no es algo que deba sorprender de esa ex gran Capitanía donde una señora le dijo a mi suegra: “Hay que ver a estos indios, ya hasta se creen gente”».

Por otra parte, el conocimiento que tienen los europeos acerca de ellos mismos tampoco es cosa del otro jueves. Se lo crea o no, a mí una vez, 1964, en Berlín, un matrimonio alemán con que me tocó almorzar en un restaurante popular que ya no existe, me preguntó que si en Madrid había cines. Yo, muy serio, contesté que sí, que había uno. Y seguimos charlando, hasta que de pronto la mujer, que se había quedado muy pensativa, arguyó: «Pero usted mismo dijo que Madrid tiene tres millones de habitantes, ¿no es un solo cine demasiado poco?» Imperturbable le dije: «Están construyendo el segundo». Y ella, tranquilizada: «¡Ah, siendo así

[Todavía me parece ver la cara de aquella matrona berlinesa, al enterarse de que ya estaban construyendo el segundo cine en Madrid: «Ach so!», que en alemán, como usted sabe, es harto más expresivo que mi traducción líneas más arriba].

¿Pero qué decir de aquel empleado de Correos en Buenos Aires al que le entregué un paquete a certificar conteniendo un regalo para una cuñada mía que se casaba dos semanas después? El buen hombre agarró el paquete y se echó a reír. Le pregunté algo sorprendido que de qué se reía y me dijo bien compadrito: «Es que se ve que usted es europeo» «¿Y eso que tiene que ver con el paquete?» «Es que, mire, señor, acá en América no hay países bajos ni altos, todos somos parejos». A cuenta de la asignatura Geografía Postal, que yo (buen europeo, sí) presuponía obligatoria para tener acceso a un puesto en la nómina de los Correos Argentinos, la bronca que le eché fue fenomenal, tanto que acudió su jefe y le ordenó que se retirase y él mismo me despachó el paquete.

En fin, estuve viendo qué podía enhebrar con estos mimbres, pero mi impresión personal es que una columna sobre el tema no sería sino una gota de agua dejada caer en una piedra de esas que usan en los restaurantes portugueses y brasileños para asar la carne en la propia mesa. Sea como fuere, aquí la tiene, se la regalo y se la dedico.

Con un cordial apretón de manos en pixeles, el deseo de una feliz semana y, ya sabe, bleiben Sie gesund! [=¡que siga usted sano!], el nuevo Auf Wiedersehen! en Alemania.

 

 

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