Ricardo Bada: EL CANTO XXV
EL CANTO XXV
Copenhague, 2018
Como ya hiciera James Joyce en su archiconocido (no sé si tan leído) “Ulises”, Ricardo Bada recrea en esta nouvelle la obra homérica. Pero, muy al contrario del indudablemente meritorio y más pesadísimo irlandés, el igualmente magnífico –que no plúmbeo- onubense ubicado en Colonia, lo hace en una clave de humor (a la que no faltan algunas pinceladas dramáticas) que no cesará de arrancar sonrisas al lector en su periplo por el texto y de divertirlo con las peripecias y reflexiones de los odiseicos personajes constituidos por una pandilla de jóvenes de Huelva que hacen del espacio entre esta y Punta Umbría sobre todo, su Mediterráneo particular.
A caballo entre la década de los cincuenta y los sesenta del siglo XX, eran aún esos lugares lo suficientemente novelescos como para no desmerecer de la narración de un Homero (el que narra, Dick) que parte de la ciudad de los cabezos hacia aquel, junto al mar, mar de dunas, chozas de marineros y casas más o menos coloniales que constituía el ya entonces pueblo turístico y de pescadores, para abordar unas aventuras en las que “Héctor es Héctor, Verónica es Andrómaca, Luigi es Ulises, Marilena es Helena, Wendy es Menelao…”. Y Narcisa es Nausicaa. Guadalupe queda en la capital tricotando un suéter para Luigi mientras le guarda la ausencia como buena Penélope hasta que, informada de sus veleidades, deja de guardársela.
En guateques que acaban como batallas campales, confidencias y cotilleos que serpentean entre amores e infidelidades, visitas a tabernas en las que un Polifemo borracho y exaltado llora con desgarrada queja la pérdida de sus atributos viriles durante su estancia en la Legión Francesa, arribos a prostíbulos delirantes, islas de Circe situadas en medio de nocturnos arenales (“La casa de Marta La Potenta, bloque de sombra magnética en el corazón de la noche, era un chalé de los primeros tiempos de Punta Umbría como balneario. Arquitectura inglesa…”), naufragios, rescates y folletinescas adopciones, se desarrollan estas andanzas de iniciación que, más que de una forma heroica, culminan de la burguesa manera que corresponde a sus agonistas.
Con el estilo irónico que lo caracteriza, el autor construye un texto en el que la mezcla de abundantes referencias a su fuente clásica y a otros autores (Blake, Machado, Steinbeck…) y el uso de extravagantes onubensismos de etimología inglesa (espiritati, chipichanga…), que trufan el discurso eruditamente esnob de los dramatis personae, consigue un efecto cómico de farsa entreverado de inquietudes existencialistas que reflejan las que empaparon la generación del escritor, de la que este hace, con cariño y ternura evidentes, una crítica basada en las contradicciones de aquella.