Cultura y Artes

Ricardo Bada: El tesoro de los quimbayas

Entre los muchos y por fortuna casi todos buenos libros colombianos que he leído, uno de ellos me hizo reflexionar acerca de ciertos malentendidos históricos.

El libro de marras es uno editado en Planeta el año 2002, se titula El tesoro de los quimbayas y su autor es Pablo Gamboa Hinestrosa, quien tiene publicados al menos cinco más sobre temas de arte precolombino, colonial y republicano. Si todos son como éste del que estoy platicando, no tengo más remedio que felicitar al profesor Gamboa porque él escribe como a mí me gusta que lo hagan los especialistas en un tema: de tal manera que alguien como yo, ignaro en la materia, logre entender lo que quiso decir. Lo habitual suele ser lo contrario.

Pues bien, en su libro El tesoro de los quimbayas me vine a enterar de que esa maravilla a buen recaudo en el Museo de América de la capital de España, no se encuentra allá desde el siglo XVI, XVII o XVIII, o sea, no es fruto de la rapiña ni la codicia de los conquistadores. No, el tesoro de los quimbayas fue un regalo hecho en 1892 por el entonces presidente de Colombia, Carlos Holguín, a la reina regente de España, María Cristina de Habsburgo–Lorena, con motivo del IV centenario de la aventura de Cristóbal Colón. Y eso porque “la República de Colombia intenta descolonizarse pero todavía la atan lazos de sumisión muy fuertes con la Corona Española” [sic].

¿Qué quieren que les diga? Al leer esas líneas se me escapó un hondo suspiro de alivio desde lo más profundo del corazón. Aunque no soy español de profesión ni vocación, sino nada más que de nacimiento y pasaporte –el primero un dato ginecológico, y el segundo burocrático–, me consuela pensar que dispongo de un argumento frente a los tantos amigos latinoamericanos que tantas veces me han enrostrado el expolio cometido allende los mares por el Reino Desunido de la ex Gran España.

Al menos una parte, y no la más desdeñable, de los tesoros precolombinos que se guardan en la ex potencia colonial, fue un obsequio generosísimo que llegó desde un país independiente y soberano. A lo que no me quedaría añadir sino aquello que suelen decir los campesinos de mi tierra natal: ¡Viva el lujo y quien lo trujo! Pero la mente humana es retorcida, y la mía está en la lista de espera del Guinness Book of Records para inscribir sus circunvoluciones cerebrales como una plusmarca del retorcimiento. Y se me ocurre lo siguiente: Si en 1892, a sólo seis años de haber establecido relaciones diplomáticas con su ex metrópoli, Colombia le hizo ese obsequio inconmensurable que es el tesoro de los quimbayas, ¿no debería España tener la decencia de devolver un regalo que según parece nunca se ha merecido?

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