Ricardo Bada: La aspirina y nuestras letras
Además de un analgésico fabricado por la firma farmacéutica Bayer, la aspirina era el nombre de un pincho de tortilla española de reducido diámetro en la ya desaparecida taberna madrileña La Percha, de la calle de Toledo. Y por si ello fuera poco, según el malogrado poeta salvadoreño Roque Dalton, «el comunismo será una aspirina del tamaño del sol». Con lo que tocamos tierra literaria por el camino de la hipérbole.
Alguna vez habría (habrá) que hacer una antología de la presencia de la aspirina en la literatura iberoamericana.
La encontramos en la correspondencia de María Zambrano con Reyna Rivas y en el epistolario de Macedonio Fernández; en la colección de artículos de Julio Camba Esto, otro y lo de más allá y en la de textos memorialistas de Héctor Abad Faciolince Las traiciones de la memoria; en las memorias de Josep Pla: El quadern gris y en las del editor guatemalteco Roberto Díaz Castillo: Para no saber de olvido.
Tratando de paliar sus cefaleas han recurrido a la aspirina personajes de Camilo José Cela, Elena Poniatowska y Juan Carlos Onetti. Nos tropezamos con ella en la página 177 de Paradiso de Lezama Lima, en las pgs. 228 y 273 de Abaddón el exterminador, de Ernesto Sabato, y en otras muchas más, de Álvaro Mutis, Mario Benedetti, Augusto Monterroso, Lizandro Chávez Alfaro, Claribel Alegría, Osvaldo Soriano, Vlady Kociancich, Ignacio Martínez de Pisón, Zoé Valdés…
También se la nombra en el teatro, por ejemplo en el prólogo y el primer acto de Un marido de ida y vuelta, de Jardiel Poncela. ¡Hasta George Steiner la citó en El País, de Madrid, en una entrevista con motivo de la recepción del Premio Príncipe de Asturias!: «Hoy por hoy, la novela es como una aspirina que te tomas después de salir del trabajo». (27.10.2001). Y por supuesto que, entretanto, también aparece en la tuiteratura: «La aspirina, elimina los estúpidos pequeños dolores,hace los días más llevaderos y ha aumentado el bienestar del mundo. Para los grandes dolores están la morfina y la religión». (@kely_mporta)
Por lo que respecta al ámbito lusófono pondré dos ejemplos, uno a cada lado del gran charco; las novelas del brasileño Ignacio de Loyola Brandão y la Oda al resfriado de Fernando Pessoa.
Pero para que no nos quedemos en el terreno de la pura enumeración, vayan acá dos citas de Ángeles Mastretta en El cielo de los leones:
«Hay maravillas que pueden conseguirse todos los días, pero que necesitan precisión: cualquier párrafo de Gabriel García Márquez, el sabor aterciopelado del café cuando no hierve, una flauta de Mozart sonando en el coche mientras afuera ruge el tránsito más fiero, una aspirina a tiempo, un beso a destiempo».
«No he perdido a mis amigos de antes y he ido encontrando nuevos como quien encuentra promesas. Por si algo me faltara, un perro cuyos ojos declaman a Quevedo, como si fuera yo su amante, mientras camino por el parque en las mañanas. Además, todavía me perturban los chocolates y los hombres guapos, todavía me encandilan las playas y las novelas, la poesía y las tardes de cine, la buena conversación y el silencio de un abrazo, la ópera, Mozart, una guitarra, un bolero, dos aspirinas, todo el mes de diciembre».
Estoy bastante más que convencido: alguna vez habrá (habría) que hacer, sí que sí, una antología de la presencia de la aspirina en la literatura iberoamericana.