Cultura y Artes

Ricardo Bada: La Historia, gran fazedora de entuertos

Tal y como les anuncié la semana pasada, hoy les quiero proponer una adivinanza.

La Historia, gran fazedora de entuertos, tan sólo ha conservado –y en letras de oro– el nombre de su compañero. La Leyenda, en cambio, gran Don Quijote, subraya con todos los posibles adjetivos románticos aquellos diez años que estuvieron juntos el gran hombre y nuestra heroína.

Diez años de los cuales los cuatro primeros vivieron en concubinato, y durante los cuales –además– nacería el primero de sus hijos. Diez años de duras luchas en dos continentes, y sin que una sola palabra de queja saliese de los labios de esta mujer francamente incomparable. Aun cuando habría tenido más de un motivo para quejarse.

Por ejemplo: el dichoso día en que por fin pudieron legitimar su unión, los bolsillos del hombre amado se encontraban tan vacíos que no hubiese podido pagar los gastos de la boda si no hubiera vendido el único regalo de valor que ella le pudo hacer en todo ese tiempo: un reloj de plata.

En cierto sentido, esta vida real recuerda mucho la de una de las protagonistas de Bertolt Brecht: la Madre Coraje. Sólo que a la Madre Coraje, al final de la representación, la vemos seguir arrastrando la carreta. A nuestra heroína, al final de esta rememoración, la vemos muriendo en la retirada de una derrota, embarazada de seis meses y gritándole al marido: “José, el niño

Ella moriría, y su hombre ni siquiera podría velarla, huyendo como iba a matacaballo. Y así terminaría, diez años después de iniciarse, esta bellísima historia de amor que comenzó, para aquél a quien ella llamaría José, al otro lado del gran charco, en las tierras adonde había llegado, una vez más, huyendo.

Poco menos que doce años tras la muerte de su esposa, el gran hombre vio transformada en realidad la idea por la que había luchado, y aún viviría veintiún años más, participando en otras guerras y convertido ya en el personaje legendario que simboliza como ningún otro el espíritu revolucionario de su país natal.

Hasta aquí el cuento. Y ahora mi pregunta: ¿Quién fue su compañera?

La solución el próximo martes, en este mismo blog, y quede constancia de que les dejo como ayuda una formidable pista fonética: si bien ella lo llamaba José no lo pronunciaba tal y como se escribe en castellano. Confío en ustedes, para que descubran quién se esconde tras el antifaz que le he puesto a esa mujer tan decididamente admirable.

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