Ricardo Bada: La pureza de la cerveza alemana
La ley de la pureza de la cerveza alemana se promulgó en Ingolstadt (Baviera, o Bavaria) el mismo día de la muerte de Cervantes, pero un siglo antes, el 23 de abril de 1516.
Debe decirse que esta ley, el famoso Reinheitsgebot de los alemanes, fue llevada a rajatabla y con un gran orgullo durante casi medio milenio, hasta que en 1986, al cabo de 470 años, tuvo que claudicar ante las normas de la Unión Europea.
Dicho sea de paso, en verdad no se trataba de una ley (en alemán Gesetz) sino de algo distinto, de una ordenanza (Vorschrift), la cual, a partir de la sesión del Parlamento regional bávaro del 4 de marzo de 1918 pasó a convertirse en algo más, en un Gebot, la palabra tedesca para designar un mandamiento, como los del Decálogo, la ley que Jehová le dictó a Moisés en el Sinaí. Y en esa ordenanza convertida en mandamiento se establecía que la cerveza alemana nada más podía elaborarse a partir de tres elementos, a saber: agua, cebada malteada y lúpulo.
Santo y bueno si no fuese porque la tal ordenanza se decretó motivada por el desmedido afán de lucro del entonces rey de Baviera, Guillermo IV, quien como detentaba el monopolio de la cebada, pudo matar así dos pájaros de un tiro: a) obligaba a los cerveceros a comprarle sólo a él la materia prima; y b) podía ponerle a esta el precio que le diese su real gana.
Y que la cosa iba muy en serio se desprende de la pena dispuesta en la ordenanza: «A quien a sabiendas no cumpliere con este mandato, la autoridad judicial correspondiente le impondrá como pena, tantas veces cuantas ello suceda, la incautación inexorable de sus barriles» [en el documento original el adjetivo “unnachläßlich” no deja lugar a dudas].
La cerveza, no sólo la alemana, es hoy en día una de las bebidas más universales y preferidas por los bebedores, pero eso no siempre ha sido así, amén de que el juego de las asociaciones históricas haya afectado algunas veces su consumo. Así por ejemplo, es demostrable, cifras en la mano, que la cerveza fue poco menos que identificada en los Estados Unidos, durante la segunda guerra mundial, con la Alemania nazi, y su consumo bajó de manera notable.
A España la cerveza llegó en el siglo XVI de la mano del Emperador Carlos, flamenco de nacimiento, cuando heredó los reinos de Castilla y Aragón, y al principio no les gustó a los españoles, que eran grandes consumidores de vino. Por lo mismo no debemos extrañarnos de que nadie menos que Lope de Vega, en su comedia Pobreza no es vileza, le enjaretase los siguientes versos: “Voy a probar la cerveza / a falta de español vino / aunque con mejores ganas / tomaba una purga yo / pues pienso que la orinó / algún rocín con tercianas”.