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Ricardo Bada: La Víspera

PUERTOdePalos

Puerto de Palos

Ni ellas ni ellos lo saben, ni siquiera lo intuyen, ni jamás lo sabrán. Pero esa noche del 2 al 3 de agosto de 1492 entrarán casi anónimos por la puerta grande de la Historia.

De los 19 tripulantes de la Niña, los 26 de la Pinta y los 32 de la Santa María, 77 en total, 55 eran de las villas de Palos, Moguer, Huelva, Lepe y Ayamonte. Una gente de lo que es hoy la provincia de Huelva. Unos marineros que no habían querido salir de viaje con aquel extranjero llamado Colón, pese a que la Corona de Castilla les obligó a entregarle dos carabelas como pago por una deuda de sus municipios con la Hacienda Real. Una cosa era pagar deudas a la Corona, y otra aventurarse por el mar de Poniente, hacia donde la cosmogonía de la época situaba el fin del mundo. De allí no se regresaba.

Pero hubo un hombre de Palos que creyó en Colón, o que al menos confió en él y, sobre todo, en los sabios monjes de La Rábida, que lo habían respaldado ante la reina Ysabel. Se llamaba Martín Alonso Pinzón y su palabra era respetada. Descartó las naves embargadas por la Corona, aportó capital propio y convenció de que debían sumarse a la empresa tanto a sus hermanos como a la familia Niño, otra seria garantía para los palermos y los moguereños.

Tengo la convicción de que se durmió muy poco en Palos de la Frontera esa noche del 2 al 3 de agosto de 1492. Los hombres, indecisos entre su fe en la palabra de Martín Alonso Pinzón, en la que confiaban, y su inquietud ante el riesgo de aventurarse allí donde nadie había navegado hasta entonces. Las mujeres, porque esta vez sus hombres no salían de pesca ni al transporte de mercancías, sino rumbo a lo desconocido, y por mucha confianza que les diera la presencia de Martín Alonso Pinzón capitaneando la Pinta, el mundo, ese mundo suyo que era plano, acababa a Poniente y sus hombres desaparecerían viento en popa desplomándose en el vacío.

Pienso sobre todo en esas mujeres de aquellos honrados marineros del litoral de Huelva que con toda certeza no pegaron un ojo durante toda la noche. ¿Volverían sus hombres, regresarían los padres de sus hijos de aquella navegación a Poniente, cuyo posible éxito tan sólo avalaba el juicio de los frailes franciscanos de La Rábida y la resolución, quizás audaz en exceso, del buen Martín Alonso Pinzón?

Esa noche es una de las más preñadas de la Historia. Los 77 tripulantes de la Pinta, la Niña y la Santa María zarparon a la mañana siguiente del estero de Domingo Rubio, en el estuario de los ríos Tinto y Odiel, y también tengo la convicción de que en aquella despedida desde la orilla hubo más lágrimas que las de costumbre. Una cosa es que tus hombres salgan a faenar, y otra es que salgan a no se sabe qué, en una dirección que terminaba en el Infierno, y liderados por un extranjero medio loco que creía que el mundo era redondo.

Esa mañana del 3 de agosto de 1492, las mujeres del litoral de Huelva demostraron tener más ovarios que la reina Ysabel. O bien se resignaron a su destino. Pero también ellas morirían años después sin saber, como tampoco la reina, ¡ni siquiera Colón!, que las tierras descubiertas a Poniente no eran ni la India ni la China ni el Japón, sino nada más que un continente que hasta el 12 de octubre de 1492 era desconocido y aún no se llamaba América.

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Este es un homenaje a mis gentes de Huelva. La mayoría de los marineros del primer viaje de Colón, y el de la nao con la que Elcano circunvaló por primera vez la tierra, la gran mayoría, era de Huelva. Curiosamente –¿curiosamente?–, pero creo que respondiendo a la característica modestia de quienes somos sus habitantes, no hay ningún topónimo, ni hispanoamericano ni filipino, que se corresponda con alguno de la provincia de Huelva (no más un islote llamado Gibraleón, en el archipiélago panameño de las Perlas).

También es sumamente desconocido que el primer español que se aculturó en lo que llamamos Latinoamérica fue mi paisano Gonzalo Guerrero, un héroe a quien mucho quiero, el primero en hablar un idioma del Nuevo Mundo, y el primero en morir peleando contra sus excompatriotas, los conquistadores, defendiendo su nueva patria maya. Era Gonzalo paisano mío, sí, de Palos de la Frontera, en la provincia de Huelva.

Quizás se entienda mejor así por qué el 19.7. de este año, cuando el canal Phoenix de la TV alemana pasó un excelente documental de hora y ½ acerca de América antes de la llegada de los europeos, a partir del final de la primera parte ya tomécum grano salis todos los datos que se nos dabany los que se nos habían dado. Fue a partir del instante en que la voz del locutor anunció que en el verano de 1492, «con una horda de desesperados, Colón partió con sus tres naves del puerto de Sevilla». ¡Bastardos analfabetos! Los guionistas, digo. Ni sabían quienes integraban aquél primer viaje ni el  nombre del puerto del que zarparon. ¡Sevilla! ¡Puaggg!

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