Ricardo Bada: Nuestras primeras películas (II)
Segunda parte de una crónica–encuesta sobre la primera experiencia cinéfila de mis amigos a partir de tres preguntas.
Sala de cine durante la proyección de una película. | Imagen: Árbol Invertido
Hace algún tiempo, un buen amigo leyó en mi Diario lo que conté acerca de la película Mrs. Miniver y me escribió emocionado contándome que esa fue la primera peli que vio en su vida. Podía recordar cómo, cuándo y dónde la vio, e incluso recordar escenas de la misma. Eso me ha llevado a pensar en una crónica–encuesta donde recoger esa primera experiencia cinéfila de mis amigos. Por eso las preguntas:
¿Cuál fue la primera peli que viste, o que recuerdas?
¿Dónde, cómo y con quién la viste?
¿Qué recuerdas todavía de aquello que, por primera vez, viste en una pantalla?
Esperanza Ortega, la grandísima poeta española, tiene cumplida respuesta a mis preguntas:
«Intento recordar cuál fue mi primera película y no lo consigo. Esto ocurre porque de niña iba casi todos los días al cine, ya que mi padre era empresario de todos los cines que en aquel entonces había en Palencia. El más importante era el Cine Ortega, que todavía está en funcionamiento, esperemos que por muchos años. Así que veía todo tipo de películas, toleradas y no toleradas.
«Cuando me aburría, salía a hablar con Isidoro, el acomodador. O con el Cojo, que era el que llevaba el Ambigú y que incluso me dejaba entrar con él por dentro de la barra.
«Pero sí recuerdo lo que me contaba mi madre sobre la primera película que me gustó mucho. Según ella me contaba —yo no recuerdo nada al respecto—, siendo yo muy pequeña y antes de que aprendiera a pronunciar la ´rr´, contestaba a la pregunta sobre mi película preferida: La ciega de Soguento.
«Mi madre me decía que La ciega de Sorrento era un dramón tristísimo de una niña ciega envuelta en una trama de crímenes innobles, que estaba segura de que yo no entendía, porque debía tener unos tres años, pero que veía cada tarde con creciente interés. Lo menos siete veces, que es lo que duró la película en el Ortega, pues entonces cambiaban cada semana.
«Pero ya digo que es un recuerdo de un recuerdo. Sin embargo, acabo de mirar en Gmail si existe tal película y me sale una de Nuncio Malasomma, en la que, por cierto, aparece Ana Magnani por primera vez. Es de 1934. Hay otra versión de 1953 que tiene mucha peor pinta. Pero recuerdo que mi madre se reía diciendo que La ciega de Sorrento era una película antigua, con unos actores que parecían de cine mudo, así que me figuro que será esta. Y además deseo que sea esta y ya está. La he pedido y me llegará dentro de unos días.
«En cuanto a verme a mí misma en el cine, sentada en una butaca, yo lo que recuerdo con más alborozo es la sesión de Reyes que había en el Ortega el 6 de enero. Era a las tres y estaba destinada a los niños. Siempre ponían dibujos animados, de Tom y Jerry, de Miki Maus…
«Solo veíamos dibujos animados ese día, excepto cuando estrenaban una película de Walt Disney y entonces era como estar en el Paraíso, como si a Eva no la hubieran descubierto dando el mordisco a la manzana. Entonces no había televisión. El nerviosismo de los niños en la sesión infantil del Día de Reyes era extremo.
«Cuando aparecían en la enorme pantalla los colores y la música de la película, el cine, que era inmenso, vibraba en una ovación que nunca olvidaré. Pero enseguida nos callábamos, porque la acción era trepidante y había que seguirla con atención. Siempre nos parecían cortísimas las películas, aunque mi padre decía que las ponían durante dos horas, y a veces las repetían porque los niños más pequeños lloraban y no querían irse.
«Pero a las siete comenzaba la sesión vermut y había que limpiar bien el patio de butacas, lleno de papeles de caramelos y cáscaras de pipas».
Guillermo Angulo, apasionado cultivador de orquídeas y periodista colombiano de alto standing:
«Yo tenía 11 años y mi mamá me llevaba siempre al cine.
«La primera película que vi la anunciaron como Los muertos hablan en español, y la falta de esa coma me hizo dudar de si en la película, mexicana, los muertos hablaban en español o si era hablada en español.
«Se trataba de una película policíaca en la que se investigaba, sin éxito, quién le había disparado de frente al occiso.
«Un fotógrafo terció en la investigación alegando que él tenía un método fotográfico infalible para resolver el crimen. Decía el fotógrafo: ´El ojo es una cámara y la retina es el equivalente a la película. Si logro revelar la retina sabremos, de manera irrefutable, quién fue el asesino´.
«Tras muchos intentos, el fotógrafo logró revelar la retina y ¡oh maravilla de la ciencia! ahí estaba retratado el asesino.
«Tiempo después, le pregunté a un campesino por qué le gustaba el cine mexicano. Y me contestó: ´Vea, mi don: cuando no están habladas en español, si uno mira el letrero se le va el míster; y si mira al míster se le van los letreros´».
Mi compadre, el poeta antioqueño José María Ruiz P., en su beatus iile, a orillas del Cauca:
«Crecí en un mundo de precariedades y de falencias con muy pocos momentos; por fuera de una infancia inocente y feliz en el campo, para divertimentos como ese de ir a un cine. En el pueblo godo y camandulero al que fuimos a vivir la urbanidad a mis 12 años, solo había un cine público; se llamaba ´teatro´; Teatro Caldas, y podrás imaginar «la cartelera» o listado de películas.
«Recuerdo vívidamente la quizás primera película: Marcelino Pan y Vino, a la que con la anuencia y patrocinio económico de mi padre fui a ver con dos de mis hermanos. Era matinal dominical por tiempos de Semana Santa, en la que solo podían proyectarse cintas ´aptas para todo católico´ y a las que se asistía con un recato adobado con cierto misticismo propio de la época.
«A casa todavía no había llegado el primer televisor, por lo que la novedad de la proyección cinematográfica era casi mágica, alucinante. La película en blanco y negro, a ratos con tonalidades sepia, contaba una historia tierna y triste que al final de la proyección se tornaba, por el ´aroma de la santidad´ en el ambiente, en una sublime alegría ante la certeza de que Marcelino ya estaba con Cristo en el paraíso».
Jesús Jiménez Prensa, bloguero español, cinéfilo empedernido, a quien descubrí en Fronterad:
«La primera peli que recuerdo ver y recordar fue Matrix en 1999. La estaban volviendo a ver en casa de un amigo y era mi primera vez. Me impresionó muchísimo, al salir de su casa no sabía cómo reconocer si estábamos en el año 1999 o en el siglo XXII.
«Creo recordar eso, pero quizás solo me impresionó la espectacular acción y fue luego cuando empecé a dudar. Es de mis películas favoritas y todavía hoy puedo recordar ese día en casa de mi amigo Manuel. La he vuelto a ver muchas veces y nunca en el cine.
«Vuelvo a leer el recuerdo y busco cuándo se estrenó la película en cines: marzo de 1999. Pienso que entonces vería la película en VHS más tarde, quizás ya en 2000. En aquella época alquilar una cinta de video era algo especial y ceremonioso.
«Aquella tarde y noche no estábamos en el cine, sino en el salón de la familia de Manuel comiendo patatas. Ahora que vuelvo a recordar aquella época me doy cuenta de que echo de menos los videoclubs y todas aquellas pelis en casa que había que devolver en pocos días».
José Luis Rocha, investigador social y periodista nicaragüense:
«Supongo que por no ser tan cinéfilo o porque mi infancia está llena de recuerdos de atmósferas oníricas, la película de más viejo recuerdo la tengo muy borrosa. La vi en un autocine, en el asiento trasero del coche de mi padre. En una escena o varias aparecían muchas cucarachas sobre un suelo mugroso. Lo demás no tenía atractivo y posiblemente me dormí.
«Pero mis primeros recuerdos en un cine no son ese. Son varias idas a la sala de cine cutre, quizás de la vieja Managua destruida por el terremoto, donde un cobrador de la empresa de mi abuelo manejaba el proyector. Cuando cambiaba el primer carrete, iba por unos hotdogs y unos cacaos, y los llevaba hasta nuestros asientos.
«Ese era el momento que yo más esperaba (lo siento, humano sum y como tal estoy sometido a una jerarquía zoológica de las necesidades). Mi padre le decía “camarada” porque creo que había sido su cómplice pasivo cuando usó los vehículos de mi abuelo en operaciones clandestinas del FSLN. (…).
«Recuerdo La novicia rebelde. Me fascinó. Estaba muy chico. Mi padre nos metió a mis hermanas y a mí en un cine de Granada donde daban uno de esos matinés de dos películas (pero esa es tan larga —2h 52min— que no sé si hubo otra) para irse a hacer unos mandados no aptos para menores (tal vez vueltas administrativas por la cripta familiar) y la cosa funcionó muy bien para nosotros y para él. Por supuesto, no entendí por qué lo que ocurre en los primeros cinco o diez minutos de la peli tenía que ser la base para bautizarla entera.
Coda del Transcriptor:
«Esta finísima observación infantil me lleva a averiguar que The Sound of Music (que es el título de una de las canciones del musical) se tituló Meine Lieder, meine Träume (Mis canciones, mis sueños) en Alemania y Austria, Sonrisas y lágrimas en España (Somriures i llàgrimes en la versión catalana), Música no Coração en Portugal, La mélodie du bonheur (La melodía de la felicidad) en Francia y Quebec, y de modo espectacular Tutti insieme appassionatamente en Italia. ¡Viva l’Italia!»
Y desde mi Güeno Saire querido, mi buen amigo, poeta y gastrónomo Miroslav Scheuba:
«Uno: La vuelta al mundo en 80 días, con Mario Moreno “Cantinflas”, David Niven, Shirley MacLaine y compañía.
«Dos: Cine de Iquique, Chile, año 1956 (yo tenía 6 años) y me llevó mi padre. ¡Salí del cine muy impresionado!
«Tres: Recuerdo la escena cuando van por la India y deciden rescatar a una mujer de la pira de fuego donde van a quemarla junto al cadáver de su marido fallecido… Y el nerviosismo por ganar la apuesta y para que la locomotora vaya más rápido y produzca más vapor, alimentan el fuego con todo lo que sea combustible. ¡Un peliculón inolvidable!»
Le contesté a Miroslav :
«Gracias, Miroslav, y bueno yo nací once años antes que vos, en 1939, y lo que más recuerdo de la peli es algo que me pasó desapercibido en la lectura de la novela. Porque cuando lo hice estaba muy chico para darme cuenta de una delicatessen como esa, una de las más originales declaraciones de amor de la literatura.
«Cuando Phileas Fogg llega por fin a Londres creyendo que ha perdido la apuesta, se lamenta con Aouda de haberse arruinado, y ella, la princesa india a quien salvó de morir incinerada con el cadáver de su anciano esposo, le dice (el diálogo es memorable):
̶ En todo caso, la miseria no puede cebarse en un hombre como usted. Sus amigos…
̶ No tengo amigos, señora.
̶ Sus parientes…
̶ No tengo parientes.
̶ Entonces, le compadezco, mister Fogg, porque el aislamiento es cosa bien triste. ¡Cómo no! No tiene un solo corazón con quien desahogar sus pesares. No obstante, dicen que la miseria entre dos es soportable.
̶ Así dicen, señora.
̶ Míster Fogg ̶ dice entonces Aouda levantándose y tendiéndole su mano a Fogg ̶ , ¿quiere usted tener al mismo tiempo una amistad y un pariente? ¿Me quiere usted por esposa?
«¡Genial Julio Verne!».
(Huelva, España, 1939). Escritor y periodista residente en Alemania desde 1963. Autor de La generación del 39 (cuentos, Nueva York 1972), Basura cuidadosamente seleccionada (poesía, Huelva 1994), Amos y perros (cuento, Huelva 1997), Me queda la palabra (conferencias, Huelva 1998), Los mejores fandangos de la lengua castellana (parodias, Madrid 2000), Limeri de Bueno Saire (poesía nonsense, Río de Janeiro 2011), La bufanda de Cambridge (cuentos, Bogotá 2018) y El canto XXV (novela corta, Copenhague 2019). Su ópera breve La serenata de Altisidora (partitura de David Graham) se estrenó en el Festival de Camagüey del año 2000.