Ricardo Bada: Por qué los españoles de mi generación fuimos hinchas del Brasil
Pasado mañana comenzará en Moscú el Campeonato del Mundo de Fútbol, con el partido inaugural Rusia–Arabia Saudita. Me atrevo a apostar que muchos de ustedes se levantarán tempranito para no perderse el espectáculo. Y más me atrevo a apostar que el próximo martes madrugarán para no perderse el Colombia–Japón. Espero que les valga la pena.
Pero dejemos la actualidad, porque de lo que hoy quiero hablarles es de algo que se remonta a 1950, al primer campeonato mundial de fútbol después de la segunda guerra mundial, que se celebró en Brasil, y para él se construyó expresis pedes, habría que decirlo así, el mítico estadio de Maracaná.
En ese campeonato hubo un par de novedades que no sé hasta qué punto son conocidas por los aficionados actuales.
Aparte de la inauguración del gigantesco Maracaná, fue la primera vez que Inglaterra, la mamá patria del balompié, condescendió a bajar de su trono y participar en un torneo del deporte rey, sólo que España la eliminó de la ronda final gracias a un prodigioso gol de Zarra, el delantero centro más famoso en la historia del fútbol español. La descripción de la jugada a través del reportero de la radio española (aún no existía la televisión en mi país), relumbra en los anales de aquella historia. ¿Qué niño español de aquellos años –yo tenía once recién cumplidos– no se sabía de memoria aquella escena?: «Tiene en estos momentos la pelota Gabriel Alonso. Avanza con ella. Sigue avanzando. Envía un pase largo sobre Gaínza. Gaínza, de cabeza, centra. El balón va a Zarra. Chuta y… ¡Gol! ¡Gol! Señoras y señores, Zarra acaba de marcar para España un gol maravilloso».
¿Y qué niño español de aquellos años no se sabía también de memoria (yo me la sigo sabiendo) la épica alineación que humilló a la Inglaterra de sir Stanley Matthews? Todavía hoy puedo recitarla como si fuese (y ustedes perdonen la comparación) los versos de Homero describiendo la flota aquea. Era la siguiente: Ramallets; Gabriel Alonso, Parra, Gonzalvo II; Gonzalvo III, Puchades; Basora, Igoa, Zarra, Panizo y Gaínza.
España, en el mundial de 1950
Y bueno, otra de las cosas que quizás no sean conocidas de los aficionados actuales, es que la ronda final de los cuatro finalistas, por primera y única vez en la historia de estos campeonatos, no se jugó por el sistema de eliminatorias sino por el de todos contra todos: Brasil, Uruguay, Suecia y España. Brasil le ganó a Suecia y España, por clamorosas goleadas, mientras que Uruguay le ganó a Suecia pero empató con España. Y el último partido era entre Brasil y Uruguay. Brasil con cuatro puntos, Uruguay con tres. A Brasil le bastaba empatar para proclamarse por primera vez (otra novedad) campeón del mundo.
Pero contra el destino nadie la talla, como dice el tango.
Comienza el partido y gol de Brasil. La apoteosis en Maracaná. Lo malo es que sigue el partido y el Uruguay empata: gol de Schiaffino. No importa. Brasil sigue siendo campeón con el empate. Ay, ay, ay… Yo les cuento que muchos españoles de mi generación torçíamos por Brasil desde esa final de 1950 perdida en Maracaná frente al Uruguay por el 2:1 que vino después, a pocos minutos del final del encuentro, ¡aquella galopada de Ghiggia por la banda derecha y coronada con un gol de antología! Como dijo Ghiggia muchos años después, en una entrevista al semanario Brecha de Montevideo: «Tan sólo dos personas han hecho enmudecer por completo a Maracaná; el papa Juan Pablo II y yo».
En 1950 no había televisión en España, como ya les dije, de manera que sólo oímos la transmisión del partido por radio, pero lo que se nos quedó grabado en el alma fue ver a la semana siguiente, en el noticiero cinematográfico, al equipo uruguayo con la Copa del Mundo en alto dando la vuelta de honor ante un público brasileño puesto en pie y que aplaudía… que aplaudía llorando. A partir de entonces, Brasil fue nuestro equipo. Ay, don Quijote, qué hondo te llevamos… Y lo que son las paradojas: de los cuatro finalistas, España quedó en el cuarto puesto, con un solo punto, pero, eso sí, le cupo la gloria de haber sido el único equipo al que no pudo ganarle el campeón mundial. El que no se consuela es porque no quiere.