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Ricardo Bada: ¿Qué es traducir?

En el diccionario tan solo se nos enseña que traducir proviene del latín traducere, cuyo significado es «hacer pasar de un lugar a otro», y le propina tres acepciones: 1) «Expresar en una lengua lo que está escrito o se ha expresado antes en otra»; 2) «Convertir, mudar, trocar»; 3) «Explicar, interpretar».

Sabemos, sin embargo, que traducir, y sobre todo traducir poesía, significa muchísimo más. Sí, muchísimo más. (Dicho sea de paso, me cuesta trabajo escribir «traducir poesía»; a mis versiones de poemas de otros idiomas nunca las llamo «traducciones» sino «aproximaciones», pues eso es lo que son, y es que no pueden ser otra cosa).

Hace como mil años, leyendo un libro de Stefan Zweig que no recuerdo cuál fue, copié a mano una larga cita de Rainer Maria Rilke que leí en él y me dio una idea de lo que significa «traducir poesía». Y no, no es una cita tomada de Cartas a un joven poeta, acabo de releerlas y no se encuentra allí. Dice aquel excelso poeta que fue Rilke, otro ninguneado por el nobel:

Los versos no son, según cree la gente, sentimientos (que estos se adquieren asaz pronto), sino experiencias. En holocausto a un verso hay que ver muchas ciudades, personas y cosas, hay que conocer a los animales, hay que sentir cómo vuelan los pájaros, y tener idea del gesto con que, de mañana, se abren las florecillas. Hay que saber recordar caminos hacia regiones ignotas, encuentros inesperados y despedidas que se veían venir; días de infancia que aún son inexplicables, a los padres a los que se ofendió cuando traían una alegría que no se comprendió (era una alegría para los demás); hay que saber recordar enfermedades infantiles que comienzan de tan extraño modo, transformaciones graves y profundas, días pasados en habitaciones tranquilas y silenciosas, mañanas a orillas del mar, el mar, todos los mares, noches de viaje que resonaban altas y huían con todas las estrellas. Y aún no basta con que se pueda pensar en todo esto. Hay que tener memoria de muchas noches de amor, ninguna de las cuales se parecía a otra; de gritos de parturientas y de paridas jóvenes, blancas, dormidas, que se pliegan sobre sí. Pero también es menester haber estado junto a moribundos, hay que haber compartido la habitación con cadáveres, ante ventanas abiertas y ruidos intermitentes. Y no basta con tener recuerdos: también hay que saber olvidarlos si son muchos, y hace falta harta paciencia para esperar que retornen. Porque no se trata de los recuerdos mismos. Solo cuando se convierten en sangre de nuestra sangre, en gesto y mirada, anónimos e imposibles de separar de nuestro propio ser, solo entonces puede acontecer que en una hora muy singular se alce en medio de ellos, y emane, la primera palabra de un verso.

Lo que nos dice Rilke, aunque no lo haga de una manera explícita, sino tácita, es que escribir poesía es traducir experiencias, todas esas que enumera con una belleza muy propia de él y que no es (no nos llamemos a engaño) sino la punta de un iceberg llamado Memoria.

He rescatado esa cita suya tras la lectura de una selección de poemas de la brasileña Ana Martins Marques (nota y traducción de Rodolfo Mata y Marco Antonio Campos), aparecida el domingo 7 de octubre de este año en el suplemento cultural del diario mexicano La Jornada, donde me llevé la gratísima sorpresa de encontrar un poema titulado «Traducción» que forma parte de O livro das semelhanças (2015) y que dice así:

Este poema
en otra lengua
sería otro poema
un reloj atrasado
que marca la hora exacta
de algún otro lugar
un niño que inventa
una lengua solo para hablar
con otro niño
una casa de montaña
reconstruida sobre la playa
corroída poco a poco por la presencia
del mar
lo importante es que
en un determinado punto
los poemas queden emparejados
como en ciertos problemas de física
de viejos libros escolares.

También esto es traducir, aunque no lo sepa ni lo diga EL diccionario.

 

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