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Ricardo Bada: Ruinas romanas

Érase una vez  – ¿1976, 1977? – en que mi hijo y yo regresábamos del centro de Colonia a Weiß, el pueblito de pescadores (de cuando había pesca en el Rhin) donde vivíamos desde fines de 1975. En la línea de tranvía 16 rumbo a Rodenkirchen charlamos en alemán y con mucho escepticismo acerca de nuestra excursión a ese mundo ya tan alejado del nuestro, el mundo de Weiß, que se había convertido en el centro de nuestras vidas.

Nos sentamos en la mitad derecha del vagón, uno frente al otro, y a mi derecha se sentó una anciana, enjaezada casi de muestra de catálogo como para una visita de cumplido, muy grave y erguida, una señora de la que diríase que parecía hacer todo lo posible para hacernos creer que no le interesaba en absoluto nuestra conversación.

El tranvía se detuvo en la parada de Bayenthalgürtel, y de repente la vieja señora, volviéndose hacia mí, dijo de forma por completo inconfundible:

«Colonia muy antigua ciudad ser», y añadió: «Antiguos romanos fundar Colonia».

La miré, con los ojos grandes como platos, pero enseguida comprendí su razón para hablarme en infinitivos. Aunque se había comportado como si se hubiera autoexcluido voluntariamente de lo que hablábamos, sin embargo reconoció que era extranjero, mi acento me delataba sin la menor duda. ¿Pero cómo es que no se dio cuenta también de que hablaba un alemán fluido e incluso con un léxico harto superior al del promedio de sus compatriotas?

Lo cierto es que ante mis ojos, algo desconcertados por mi razonamiento lógico y no tanto por sus palabras, quiso documentar sus afirmaciones señalando con el índice la construcción  situada al otro lado de la avenida costanera del Rhin, paralela al trayecto del tranvía, esa construcción que yo conocía de verla a diario en mi camino de casa a la emisora donde trabajaba, y que estaba tapada en su mayor parte por unos árboles bastante altos. La anciana me dijo con un énfasis donde el triunfo y el orgullo iban mano a mano:

«Ruinas romanas».

«¿Está segura?», le pregunté.

Me miró como a un mocoso maleducado que cuestiona lo que dice un adulto.

«¿Está segura de que esa construcción son ruinas romanas?», le pregunté de nuevo.

«¿Pues qué si no?», respondió ella, todavía muy segura.

«Verá, vivo en Colonia desde hace muchos años, y puedo asegurarle que esa construcción, entre los árboles, es el monumento a Bismarck», le dije.

«¿Quéééééé? ¿El monumento a Bismarck dice?»

«No lo digo por decir, lo sé con certeza. Y esa es también una de las primeras razones por las que aprendí a amar a Colonia. Tenga en cuenta que Colonia no pudo evitar tener un monumento a Bismarck, pero lo hizo a su manera. Lo erigió en lo que era el extremo sur de la ciudad en aquel entonces, y lo situó en la orilla izquierda del Rhin frente a la orilla derecha, el Schäl Sick*, y no sólo eso, plantó alrededor del monumento unos árboles de crecimiento tan rápido y tan altos que pronto lo ocultaron a los ojos de los caminantes. Y se lo aseguro, creo firmemente que las ciudades saben expresarse a través de su arquitectura”.

La anciana me miraba ahora con ojos cada vez más grandes por la revelación, y finalmente me dijo, sin infinitivos:

«No se lo creerá, pero toda mi vida he estado convencida de que eran ruinas romanas».

Desde entonces, no ha habido demasiadas ocasiones en las que mi hijo y yo hayamos pasado juntos por delante del monumento, pero cada vez que lo hemos hecho nos miramos sonriendo y decimos unísono:

«Ruinas romanas».

FIN

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Schäl Sick Nombre de la orilla derecha del Rhin en la lengua que se habla en Colonia, la kölsch, y que tiene un significado despectivo“el lado falso”El viejo Adenauer, quien fue algunos años entre ambas guerras mundiales, antes de la llegada del nazismo, el burgomaestre mayor de Colonia, solía decir que en la orilla derecha comenzaba Siberia. Por más que si nos paramos a reflexionar, es desde ella donde se disfruta la mejor vista de la ciudad:

 

 

 

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