Ricardo Bada: Tiquismos
En 1984, a causa de un encargo hecho a mi emisora por la OMS, y a realizar en Costa Rica —un país que me cayó requetebién y al que rebauticé Camaralendolandia—, adquirí un sabroso caudal léxico del que selecciono como botón de muestra las “pastillas de planificación”, el nombre que los ticos les dan a las píldoras anticonceptivas.
Años después, mi amiga Marjorie Ross, poeta, gastrónoma y novelista con dos grandes títulos en su palmarés (El secreto encanto de la KGB y La herencia del asesino, que me gusta más que la de Leonardo Padura sobre el mismo personaje: Ramón Mercader, que mató a Trotsky en México), mi amiga Marjorie, pues, me regaló seis posavasos metálicos, cada uno de un color, con seis tiquismos más que estoy seguro de que a muchos de ustedes les sorprenderán:
Corcor: de un solo tirón. Beber un líquido sin apartar los labios del recipiente.
¡Diay!: expresión de saludo que denota admiración (“¡Diay! ¿todo bien?”) // Expresión interrogativa (“Diay, ¿qué te pasó en esa mano?” ).
Pura vida: simpático. // Bueno, que gusta. // Bien, muy bien. // Expresión que se usa como saludo y despedida (“—¿Todo bien? —¡Sí, pura vida!”).
Suave un toque: expresión usada para indicarle a otra persona que espere un momento.
Tuanis: simpático, que cae bien. // Bonito, de aspecto agradable. // ¡Tuanis!, como interjección. // Expresión de saludo (“¡Diay qué, tuanis!”).
¡Upe!: usada para averiguar si hay alguien en la casa o en cualquier otro lugar privado.
Y volviendo a 1984, en el Hotel Amstel, de San José, me sentí como en casa desde el primer momento, y al cabo de dos o tres días era el huésped consentido. Con los dueños, además, hablaba en neerlandés. Y la camarera que me atendía en el comedor durante el desayuno ya me sabía el encargo de memoria y me preguntaba al verme llegar: “¿Café solo y jugo de naranja, don Ricardo?”, y yo siempre le decía que sí. Pero un día, al llegar al comedor, vi en una mesa cercana a una pareja gringa con una cesta llena de cruasanes que olían como la Sulamita debió olerle al rey David, y yo sabía que procedían de la tahona del hotel.
Así es que cuando la camarera me hizo la pregunta de rigor, yo le añadí: “Y una ración de cruasanes”. Ella reaccionó con una epifanía, pues tenía la costumbre de ir anotando los encargos en su libreta, leyéndolos en voz alta para que el cliente pudiera cerciorarse de que había entendido bien su pedido. Y dijo mientras escribía: “Café solo… jugo de naranja… y una orden de cangrejos”. Nunca lo podré olvidar, aunque no sé si ella se acordará de aquel cliente mimado que le dijo: “Jamás he conocido a un traductor o intérprete simultáneo mejor que usted”.