Ricardo Bada: Una biografía de Mussolini
Las paredes de mi apartamento me recuerdan de manera periódica la existencia de la ley de la impenetrabilidad de los cuerpos, lo que dicho en buen cristiano significa que tengo que volver a desprenderme de un par de cientos de libros para hacerle sitio a otro par de cientos que siguieron llegando sin remisión. Y en la última «saca» cayó en mis manos uno que andaba semiescondido, porque si no ya lo habría desamortizado hace muchas calendas, con todo y saber que se trata de un regalo de un amigo, ± 45 años atrás en el calendario.
Es una biografía de Mussolini escrita por Christopher Hibbert y editada por Pomaire, en 1963, si bien la edición que me regalaron era una no abreviada (¡mala suerte en ese caso!) del Círculo de Lectores.
Me limitaré a reseñar algunas torpezas de la redacción:
«en compañía de mis compañeros»,
«su hostilidad en contra de aquellas personas contra quienes sentía especial desagrado»,
«la mayor parte del tiempo que tenía libre cuando no tenía clases en la escuela»,
«un brioso, elocuente y malicioso ataque contra los diputados socialistas de la clase media contra los que el Partido tenía serias acusaciones como eran las felicitaciones públicas al Rey por haber resultado ileso de un atentado contra su vida»,
«esto se hacía solamente para hacer un buen efecto en el extranjero»,
«aún en sus relaciones diarias, desde que lo nombró ministro de Relaciones[sic, Relaciones a secas]»,
«le dieron un apretón de manos como una apenada disculpa. Los gritos de una plaza, como decía Cavour, no se pueden tomar como una manifestación de la opinión pública», etc., etc., etc.
Cinco veces se menciona una ciudad llamada Génova, cuando en realidad se trata de Ginebra, en inglés Geneva, y ni se me ocurre contar la cantidad de dislates en materia de concordancia (baste como botón de muestra: «su valor y su serenidad en cada ocasión fue muy admirada» en vez de «fueron muy admirados») y de citas de palabras extranjeras.
Lo más grave, empero, no son estos detalles, que incluso pueden deberse algunos a fallos de los tipógrafos. Lo más grave son redacciones como estas que siguen:
«Tuvo un gran amor con la mujer de su propietario»: ¿se imaginan a Mussolini (o a cualquier otro occidental) siendo propiedad de alguien?
«Los intentos de los biógrafos fascistas para absolver a Mussolini de los cargos de connivencia o de ignorancia de estos crímenes son absolutamente falsos», donde se ve claramente que el texto original debe decir otra cosa, porque si los intentos de sus biógrafos eran absolutamente falsos, en tal caso los cargos imputados a Mussolini serían absolutamente ciertos.
«Mussolini presentó al gobierno griego un ultimátum y una compensación por 50 millones de liras», de lo que se desprende que don Benito no cicateaba a la hora de endulzar los ultimátums, aunque las tornas se vuelven al saber que en realidad presentó una reclamación.
«Ribbentropp, que lo odiaba y aún no había repuesto a Neurath en el ministerio de Relaciones [vide supra]», lo que parecería dar a entender que Ribbentropp era el superior de Neurath y lo repuso en un cargo del que lo había exonerado antes, cuando en realidad lo que la frase quiere decir —muy mal expresado— es que Ribbentropp aún no había relevado a Neurath como ministro de Asuntos Exteriores.
«Ribbentrop llegó con una enorme comitiva que incluía intérpretes oficiales del Foreign Office», afirmación que nos hace admirar el fair play de Ribbentropp, haciéndose acompañar por unos intérpretes oficiales de sus enemigos ingleses, o bien admirar la destreza del Foreign Office al introducir a sus intérpretes oficiales en la comitiva del ministro de AA. EE. de sus enemigos alemanes… si no fuera porque es evidente que la traducción pasó por alto que el único Foreign Office que se designa así es el inglés, y el único State Department el de los USA, y el único Nuncio el del Vaticano (¿se imaginan una traducción hecha en L’Osservatore Romano donde se hablase del Nuncio de la República Popular China?).
Y para poner fin a esta sarta de disparates, uno digno de ser cincelado en mármol: «Sus ojos, que estaban abiertos, se habían cerrado suavemente», hazaña de la que posiblemente tan sólo ha sido capaz, y aun eso después de muerto, un hombre de la talla del Duce.
Por fortuna, y como dejé dicho, este libro me lo regalaron, no lo compré. De haberlo mercado yo le habría hecho una fulminante reclamación a la editorial para que, una de dos, a) me devolviese el importe de la compra, o b) me lo enviase de nuevo… pero bien traducido. Y mejor editado.
Es lo mínimo que se debería de hacer después de tirar el libro a la chimenea. En invierno, claro.