Ricardo Dudda: Trump imperialista
«Trump no ha vuelto al intervencionismo ni al liberalismo; ha vuelto al siglo XIX, al mercantilismo y el Destino Manifiesto»
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Donald Trump en el Despacho Oval de la Casa Blanca. | Reuter
A un líder político no solo se le fiscalizan sus acciones, también sus palabras. Un comentario del presidente de Estados Unidos vale millones. La famosa intervención del entonces presidente del Banco Central Europeo Mario Draghi en 2012, cuando dijo que haría «lo que hiciera falta (whatever it takes) para preservar el euro», ayudó considerablemente a salvar la moneda europea en un momento de crisis.
Por eso hay que tomarse en serio todo lo que dice Trump. Porque aunque no es un presidente fiable (es muy ambiguo y verboso) y es difícil saber qué es lo que piensa realmente, no deja de ser el presidente de Estados Unidos. Una boutade del «líder del mundo libre» no es una simple boutade. Todo lo que dice tiene un efecto impresionante en la conversación pública global, pero también en la diplomacia y la economía. En la última década, la ventana de Overton con respecto a Trump se ha abierto de par en par: lo que nos parecía un escándalo en 2017 no nos parece tan grave hoy. Y Trump ha cambiado, pero no mucho. Los que hemos cambiado somos nosotros.
Desde que fue investido el 20 de enero, el nuevo presidente ha hecho varias declaraciones de política internacional que van en contra del relato que han promovido algunos de sus partidarios, que lo venden como un líder antiintervencionista que acabará con las «guerras eternas» del establishment estadounidense. En su discurso inaugural, dijo que renombraría el Golfo de México como Golfo de América y el pico más alto de América del Norte, el Denali en Alaska, como Monte McKinley (en referencia al presidente William McKinley, célebre por su política arancelaria). Dijo que recuperaría el Canal de Panamá, una obsesión suya de hace tiempo; su secretario de Estado, Marco Rubio, no ha descartado incluso una intervención militar. En diciembre del año pasado, Trump ya posteó (en su propia red social Truth Social): «Feliz Navidad a todos, incluidos los maravillosos soldados de China, que están operando amorosa, pero ilegalmente, el Canal de Panamá».
Al hablar de los tratados que dieron control del Canal a Panamá en 1977, Trump me recuerda a Putin quejándose de que Kruschev regalara Crimea a Ucrania en 1954, región que invadió ilegalmente en 2014. También ha dicho que quiere anexionarse Groenlandia «por razones de seguridad nacional» para «proteger el mundo libre»; el motivo real es el petróleo y las materias primas, y también rutas comerciales más rápidas. Y si EEUU necesita eso, ¡está en su derecho de cogerlo! Es una estrategia muy expansionista para un presidente que ha defendido un eslogan como America First. Trump no ha vuelto al intervencionismo de los halcones neoconservadores ni al intervencionismo liberal de los demócratas y su «exportación de la democracia»; ha vuelto al siglo XIX, al mercantilismo y el Destino Manifiesto.
«Su actitud para recuperar la grandeza imperial de EEUU está contribuyendo a minar aún más lo poco que queda de derecho internacional»
Pero quizá sus declaraciones más graves en esta dirección son las que hizo esta semana sobre la Franja de Gaza. En una visita oficial del primer ministro israelí, Benjamin Netanyahu, a la Casa Blanca, desveló un plan (bueno, un plan: un delirio) de expulsión de los casi dos millones y medio de gazatíes y la ocupación del territorio por parte de Estados Unidos. No descartó el uso de tropas si fuera necesario, un comentario que al día siguiente matizó porque, en el fondo, ¡no haría falta! Los gazatíes se marcharían voluntariamente a sitios maravillosos. Y Gaza se convertiría en una «Riviera de Oriente Medio» ocupada por la gente correcta, y no por sus habitantes nativos, que no hacen más que molestar y además están todos sucísimos. Es la visión de un promotor inmobiliario o de un jugador del vídeojuego Sim City: la población es un asset más. Es también la visión cruel de un psicópata colonial.
Los partidarios de Trump insisten en que esto, bueno, son solo palabras. O incluso una estrategia negociadora: propone cosas inverosímiles para luego, en la negociación, obtener realmente lo que quiere. Pero sus palabras tienen consecuencias. No conseguirá todo lo que quiere, defienden sus seguidores, una actitud que me recuerda a la de los sanchistas cuando el presidente español promete cosas inconstitucionales: aquí no hay nada que mirar, sigan circulando, si al final no pasará nada, ¡qué exagerados sois! Pero su actitud de whatever it takes para recuperar la grandeza imperial de Estados Unidos está contribuyendo a minar aún más lo poco que queda de derecho internacional en el mundo.