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Robert D. Kaplan: «La democracia tiene que evolucionar, no se impone. Al Reino Unido le costó 700 años»

El célebre reportero (Nueva York, 1952) acaba de publicar 'El telar del tiempo' (RBA), un ensayo donde reflexiona sobre el papel del imperio en Oriente Próximo a través de unas páginas repletas de historia, geografía y viajes

El periodista neoyorquino Robert D. Kaplan JOHN STANMEYER

 

La posibilidad de entrevistar a Robert D. Kaplan (Nueva York, 1952) siempre es estimulante, pero en un período como el actual, cuando la guerra destruye Ucrania y la franja de Gaza y el mundo contiene la respiración por el temor a una escalada, resulta más pertinente que nunca. Periodista, escritor y viajero, Kaplan atiende a ABC por videoconferencia, en una entrevista en la que reflexiona sobre las principales ideas de su último trabajo, ‘El telar del tiempo’ (RBA, 2024).

En su libro, hace alusión a grandes historiadores. ¿Qué papel cree que debe desempeñar la Historia en el análisis del presente? ¿Son los medios a veces demasiado superficiales porque no miran al pasado?

Lo que suele ocurrir es que los medios creen que la historia comienza en un país el día en el que empiezan a cubrirlo. No se dan cuenta de que están entrando en el capítulo 75 de un país cuya historia comenzó mucho tiempo atrás. A no ser que se tenga alguna idea de lo que ocurrió antes, no se puede analizar el presente. Te daré un ejemplo. Todo el mundo dice «este país debería ser una democracia», pero olvidan que al Reino Unido le costó 700 años perfeccionar la democracia: de la Carta Magna al derecho de voto de las mujeres. Así que la idea de que podemos convertir a los países de Oriente Próximo en una democracia inmediatamente, que pueden celebrar elecciones y que todo el mundo vivirá feliz, demuestra que no hay respeto por el pasado y por la historia.

También se refiere al historiador francés Braudel y a su idea de la ‘longue durée’, de contemplar la evolución de los procesos en un largo período de tiempo. ¿Es interesante para analizar Oriente Próximo?

Braudel da sentido de la humildad, de que lo que estás cubriendo o en lo que te estás centrando son solo las olas superficiales y de que existen profundas corrientes subterráneas de cultura, de geografía, de otras cosas que no se trasladan a las noticias, pero que son muy importantes. Y eso es lo que intento a través de este libro: mirar en los lugares que están en las noticias, pero, a la vez, llevar a la gente lejos de las noticias.

Cuenta cuándo llegó a Grecia por primera vez y expresa que sintió que había entrado en Oriente Próximo, lo que le lleva a reflexionar sobre el cristianismo ortodoxo. ¿Por qué considera que la religión es tan importante para analizar las diferencias entre el oeste y el este de Europa?

El cristianismo oriental, que incluye Grecia, Bulgaria, Rumanía, la antigua Yugoslavia, excepto Eslovenia y Croacia, y otras partes de Europa del este, y, por supuesto, Rusia, es una civilización. No es solo una religión: es una civilización entera. Y, en un sentido histórico, tiene más en común con Oriente que con Occidente. Por eso empecé el libro en Grecia: porque no solo estoy preocupado por las fronteras periodísticas de Oriente Próximo, sino también con las fronteras de civilización. Y Grecia, hasta el siglo XXI, hasta hace unos diez años, tuvo un sistema muy inestable, tanto económica como políticamente. Grecia no tuvo una transición a la democracia tan fácil como la que tuvieron España y Portugal. Sin embargo, actualmente, Grecia tiene un exitoso primer ministro, ha experimentado mucho progreso y se convertido por completo en un Estado occidental. Pero es algo muy reciente. Cuando Grecia, España y Portugal entraron en la Unión Europea, Grecia era, en términos institucionales, el más débil de los tres, y le costó más que los dos países ibéricos integrarse por completo en la Unión Europea. Y eso se remonta a esta influencia ortodoxa, pues, históricamente, la Ortodoxia tuvo relaciones más cercanas con los musulmanes que con la Iglesia católica.

Se puede decir que España también es una tierra de frontera.

Es parecido, pero diferente. España estuvo bajo dominio musulmán varios siglos, más tiempo que la existencia de Estados Unidos. Así que en el sur de España y en España en sí todavía hay influencias lingüísticas y culturales. Todo eso está ahí. Pero se acabó hace setecientos años, y ahora apela más a los historiadores y a etnógrafos que a los políticos, por decirlo de alguna forma. Sin embargo, en Grecia, debido al cristianismo ortodoxo, Oriente se encuentra más cerca que en España o Portugal, donde hubo esta herencia del islam, pero que acabó hace cientos de años.

Me gustaría preguntarle también por sus reflexiones sobre los antiguos imperios, que contrapone a los Estados modernos y monoétnicos.

Defino el imperio en Oriente Próximo de una manera diferente a cómo lo hacen otras personas. La mayoría de la gente, cuando escucha imperio en Oriente Próximo, piensa en los colonialistas franceses o británicos, en los imperios occidentales. Pero lo que estoy transmitiendo, lo que estoy intentando comunicar en este libro, es que el imperio en Oriente Próximo se remonta a la Antigüedad tardía. Hace mil años, Oriente Próximo estaba bajo dominio del imperio omeya, que se extendía de Marruecos a Irak, y bajo el de los abasíes, que tenía fronteras similares: todo el norte de África y el gran Oriente Próximo. Los otomanos gobernaron durante cuatrocientos años en la región. Esa es la verdadera tradición imperial de Oriente Próximo. En comparación, los británicos y los franceses, con sus mandatos y con su influencia en Egipto en el siglo XIX, estuvieron poco tiempo. Esa herencia imperial hizo que fuera más difícil para los Estados desarrollarse. Y si a los Estados les costó más desarrollarse, eso naturalmente condujo a que la democracia se desarrollara de manera todavía más complicada.

También sostiene que los imperios protegen mejor a las minorías.

-En el libro hablo del Imperio otomano y del Imperio de los Habsburgo, y de cómo ambos fueron mucho mejores protegiendo a las minorías y proveyéndoles tanto de seguridad física como de la posibilidad de expresión cultural que los Estados modernos que llegaron a continuación. La gente piensa hoy en día en los imperios en términos opresivos y coloniales. Hay que hablar de una herencia diferente de los imperios: uno que protegía a las minorías y que existía tanto en Centroeuropa como en el Este de Europa y a lo largo de Oriente Próximo durante cientos de años. Fue la destrucción de los imperios después de la Primera Guerra Mundial lo que en último término llevó a Hitler. Winston Churchill pidió, después de la conferencia de paz de Versalles, que se dejase a los reyes, reinas y dinastías de Prusia y a los Habsburgo de Austria permanecer en el poder.

«La idea de que se van a resolver los problemas de Oriente Próximo celebrando elecciones ignora mucha historia»

¿Considera que la democracia es una solución para cada país o que solo es viable según las condiciones históricas de su desarrollo?

-La democracia tiene que evolucionar. No se puede imponer. Como dije antes, al Reino Unido le costó setecientos años. Así que la idea de que se van a resolver los problemas de Oriente Próximo celebrando elecciones ignora mucha historia. También es importante no ser demasiado romántico con la democracia. Celebrar unas elecciones es relativamente fácil, pero gobernar es difícil. Si no hay instituciones de gobernanza que sean fuertes, la democracia fracasa. Y presenciamos lo que hemos visto en las Primaveras Árabes o en partes de África.

Ruanda no es una democracia, pero sí un éxito en términos económicos, y hay políticos africanos que se sienten inspirados por su ejemplo.

Paul Kagame no es el favorito de nadie. A los medios internacionales no les gusta, le consideran un autócrata. Allí no hay democracia. Pero apuesto a que los ruandeses están mucho mejor siendo gobernados por Paul Kagame que por una caótica y débil democracia. Solo hay que mirar el desarrollo económico e institucional que ha tenido el país. No se trata de algo inusual, porque, si te fijas, en Corea del Sur, Singapur o Taiwán, fueron dictadores los que construyeron las instituciones y las economías de clase media. Y, una vez que lo hicieron, pudo haber una democracia que funcionara, y que lo hiciera muy bien.

¿Se podría considerar que la Unión Soviética fue un imperio?

-Sí, lo fue. Los soviéticos heredaron el Imperio zarista. Y, como los zares, gobernaron sobre los kazajos, los uzbecos o los turcomanos. De hecho, los soviéticos extendieron el imperio por sus Estados satélite de Europa del Este tras la Segunda Guerra Mundial: comenzaba en Berlín y llegaba a Vladivostok, en el Pacífico.

Podemos afirmar que la guerra de Ucrania se ha desencadenado por el deseo de Putin de resucitar el Imperio ruso y su antiguo domino?

-Putin interpreta la historia de Rusia de manera imperial. Y, desde esa interpretación, Ucrania es parte del Imperio ruso, por lo que su peor pesadilla es que pueda convertirse en una democracia exitosa vinculada a Occidente, unida a la OTAN y a la Unión Europea. Eso se encuentra en las raíces de la invasión de Ucrania de 2022. Los intereses ucranianos son diferentes. Saben que serán mucho más ricos, mucho más felices y mucho más libres integrados en Europa.

No podemos terminar la entrevista sin que le pregunte por el conflicto en la franja de Gaza.

En mi libro no hablo sobre Israel y Palestina, y me alegro de no haberlo hecho, porque me habría equivocado. Nadie podría haber predicho lo que ha pasado. Los israelíes no tienen más remedio que entrar en Rafah, porque es donde están los líderes de Hamás y los rehenes, y eso va a causar mucho sufrimiento e inestabilidad. Y conecta con lo que creo que sucederá luego: una guerra en el sur del Líbano entre Israel e Hizbolá. Lo que sucedió el 7 de octubre no pudo ocurrir sin el apoyo de Irán a Hizbolá durante años. Y creo que los atentados fueron tan graves que cambiaron la manera en la que Israel piensa sobre Irán. Considero, en mi visión a largo plazo, que habrá un gran cambio en Oriente Próximo cuando el régimen iraní cambie. Y, como digo en el libro, hay que imaginar un Irán más allá del régimen clerical, en el que 85 millones de personas con un alto nivel educativo se integrarán en la economía global.

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