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Robert Redford, el hombre más hermoso del mundo

Gracias a él y a otros como él, ahora sé que la presencia hermosa no está reñida con la integridad ante el mundo

                           Robert Redford con Meryl Streep en ‘Memorias de África’Abc

 

i por primera vez al hombre más hermoso del mundo a los ocho años, «en una granja en África, al pie de las orillas del Nhong…» Entonces no sabía quién era ese hombre hermoso que lavaba el pelo a esa mujer –Meryl Streep– en un claro de la sabana mientras sonaba en un gramófono Mozart y ella echaba hacia atrás la cabeza –y sonreía, claro– y él hundía sus manos entre su cabello y la espuma. Después lo aclaraba con agua de una jarra –que me resultaba templada– aunque me sorprendía más queriendo saber de dónde había salido una jarra en medio de la nada africana…

Recuerdo también el sudor bajo las mosquiteras, recuerdo los caballos, recuerdo otros animales, las partículas del polvo seco atravesando la luz de la tarde… Y recuerdo cómo le enseñaba el mundo a través de «los ojos de Dios» surcando los cielos desde su avioneta, y cómo se daban la mano entre las nubes, sin mirarse.

Aquello se prendió tan fuerte en mi memoria que puedo reconocer cómo ese gesto al lavar el pelo a alguien se convirtió en señal de algo que desconocía, algo cargado de un cuidado tan intenso y delicado que creció haciéndose sitio en mi imaginario del deseo como solo los momentos de cadencia mítica saben hacer.

No sabía entonces que ese hombre tan hermoso era también el cómplice del otro hombre más hermoso del mundo, Paul Newman. Dos hombres hermosos y un destino, dos ladrones, tahures, canallas, amigos… de tantas aventuras juntos que hoy es imposible despegar un rostro del otro en nuestra imaginación.

Tampoco sabía entonces que ese hombre era la pareja de baile de Barbra Streisand en ‘Tal como éramos’, ni que le pondría rostro al Gran Gatsby, ni que se iría a vivir con Jane Fonda a un minúsculo apartamento de un quinto piso sin ascensor en ‘Descalzos en el parque’, ni que daría voz al caso Watergate en Todos los hombres del presidente… No sabía que haría tantos viajes con él, tan peligrosamente juntos, ni que él daría forma a una forma belleza en el cine tan mítica y como humana, pero aún menos sabia que en algunas ocasiones tomaría el timón de la dirección y me presentaría ‘Gente corriente’, ‘El río de la vida’, ‘Quiz Show’, o ‘El hombre que susurraba al oído de los caballos’…

Entonces, a los ocho años, no sabía de su vida, ni de sus búsquedas y aprendizajes de joven en Europa, en España, en la vida ‘underground’ de Nueva York, y de cómo todo eso desembocaría en una manera de comprometerse con el mundo: silenciosa, constante y elegante. Muchas fueron sus contribuciones, pero quizás la más personal o al menos la que más le pervivirá e influirá en las carreras de tantos y tantos cineastas fue la creación en 1980 de un centro de enseñanza para jóvenes cineastas en sus terrenos de Utah: el Instituto Sundance, que inmediatamente se convirtió en uno de los motores más fuertes para el cine independiente moderno. De él han venido nombres tan importantes para el cine actual como Paul Thomas Anderson, Sofía Coppola, Steven Soderbergh, Quentin Tarantino o Chloé Zhao.

Pocos saben que llevó adelante esta empresa a costo propio a pesar de no encontrar apoyos, convirtiéndose en un lugar de referencia y encuentro ávido entre todo tipo de creadores donde se daba espacio, tiempo, y apoyo a las nuevas propuestas cinematográficas que por su naturaleza pequeña, iniciática, o ‘underground’ quedaban siempre fuera del sistema de producción en el que es muy difícil que muchas sendas que no siguen los parámetros de las grandes avenidas lleguen a ser escuchadas.

Gracias a él, miles de voces tuvieron el lugar, momento y ocasión para desarrollar sus historias. Gracias a él encontraron un cauce para nacer, crecer y exhibir unas películas, y un cine que hasta entonces había estado condenado a la marginalidad. Porque Sundance creció tanto y tan rápido que lo que empezó como un lugar de reunión, dada la electricidad de su movimiento creativo, acabó dando lugar a un festival de cine paralelo -en principio para exponer los trabajos de los estudiantes-, que hoy se ha convertido en el festival de cine independiente más importante del mundo.

Entonces no sabía lo que sé ahora de Robert Redford, el hombre más hermoso del mundo. No sabía que en pantalla sería tan gran amigo, amante, abogado, ladrón… Pero, sobre todo, no sabía que había sido un gran maestro. Porque los maestros se miden por los caminos que abren a los que vienen detrás.

Y por eso, gracias a él y a otros como él, ahora sé que la presencia hermosa no está reñida con la integridad ante el mundo, sé que una estrella no pierde la hermosura si expande su brillo a otras luchas, que los mitos pueden ser quien den cobijo al cine más imperfecto y humano. En definitiva, que se puede ser, estar y crear bajo los estrictos márgenes de la dignidad y la belleza.

Mientras… Todavía hoy sigo esperando que alguien me lave el pelo al sol… porque lo de la avioneta lo dejamos para las películas.

 

 

Paula Ortiz es cineasta.

 

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