Roberto Calasso y su único libro
Hace un tiempo, el poeta Ben Clark escribía un tuit que parecía una provocación: «Y el Nobel de Literatura para una editora o un editor, ¿para cuándo?». En esa ocasión, de inmediato me vino a la mente un nombre, solo uno: Roberto Calasso. El mítico editor de Adelphi y soberbio ensayista florentino acababa de celebrar sus ochenta años en mayo de 2021. Y, ahora, un par de meses después, nos sorprende con la noticia de su muerte. Sirva la ocasión para subrayar en esta nota la importancia de una vida y una obra que encierran la promesa de la perennidad y también la amenaza de la desaparición de eso que todavía llamamos literatura.
La obra ensayística de Calasso bastaría para haberle otorgado el premio Nobel. De esa decena de títulos fundamentales, entre los que destacan ‘Las bodas de Cadmo y Harmonia’, ‘La literatura y los dioses’ o ‘El cazador celeste‘, por nombrar solo algunos, vale la pena detenerse aunque sea muy brevemente en el que se dedica a reflexionar sobre su oficio más conocido: ‘La marca del editor’.
¿Cuál es la marca que dejó Calasso en sus más de cinco décadas al frente de la editorial italiana Adelphi? Si uno espiga algunas de sus ideas encuentra reflexiones que le devuelven el alma a ese venerable oficio. «¿Cómo suscitar deseo por algo que es un objeto complejo, en buena medida desconocido y en otra gran medida, elusivo?», se pregunta Calasso, por ejemplo, al abordar el punto en apariencia menos inspirado de la producción de un libro: el cómo venderlo. Igual sucede con su rescate de Aldo Manuzio (el responsable del «libro más bello jamás impreso» y creador del «primer libro de bolsillo de la historia»), cuya labor como editor en la Venecia de 1500 le parece el mejor modelo para el siglo XXI. Editor que emparenta con el alemán Kurt Wolff, quien en 1915 se atrevió a publicar una novelita titulada «La metamorfosis», de un tal Franz Kafka. Ambos, dice Calasso, ejercían el mismo arte de la edición, que consistía (que consiste) en «la capacidad de dar forma a una pluralidad de libros como si fueran los capítulos de un único libro».
Para Calasso, y esta es una de sus grandes lecciones, la edición de libros podía ser vista como un género literario. Una escritura omnisciente, invisible, que influye en la creación y producción de libros y, finalmente, en el modo de leerlos.
Con la muerte de Roberto Calasso se cierra el crepúsculo de los dioses que comenzó en 1986 con el fallecimiento de Jorge Luis Borges. Y que se encadenó en los últimos años con la desaparición de figuras como Umberto Eco, Susan Sontag y George Steiner. Hemos entrado formalmente en una época que quizás ya habría que llamar posliteraria. Al otro extremo del incendio de la Biblioteca de Alejandría, hoy nos amenaza el fuego helado de la sobreabundancia de libros, la distracción de las redes sociales y la estolidez. La obra de Calasso es un puente hacia la antigüedad, tanto la histórica como la que aún habita en lo más profundo de nuestro ser. Eso es lo que el italiano ha preservado en los libros que escribió y algunos de los que editó. Esa es la medida de lo que, con su muerte, está en juego.