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Rodolfo Izaguirre: El aire que respiramos

Para Betty y Ramón Peña

 

Todo comienza con la palabra que escribo desde el teclado de mi computadora. Una palabra que brota ella sola. Ignoro desde dónde, pero lo hace con decidida autoridad y a partir de allí el texto comienza a galopar a veces de manera indetenible y en otras con apacible trote cauteloso. Acabo de escribir la palabra «Todo» y ella me obliga a lanzarme al torrente que corre en el interior de sí misma y me debato conmigo, pretendiendo, incluso, absurdos desafíos como el de nadar contra la corriente buscando espacios vacíos que en los libros impresos serían las paginas en blanco; es decir, no abismarme en ningún texto; olvidarme de lo que pretendía escribir. Sin embargo, en este caso concreto, la palabra «Todo» se asociará a las que se sucederán hasta componer un texto, pero desde el instante en que comienzan a armarlo despertarán una música que hasta entonces permanecía oculta, precisamente, detrás de las palabras que irán alineándose una detrás de la otra.

Me complace esa música inaudible que solo yo escucho a pesar de ser duro de oído porque creo que fue ella la que me ilusionó para que dijera descaradamente que soy escritor. ¡No lo soy!, pero descubrí que en las palabras vibra un sagrado resplandor, el mismo carácter que anima e impulsa el movimiento del cuerpo humano o animal y en principio a todos los objetos, y me obliga a reconocer que hay más movimiento en el silencio de una roca asentada en el tiempo que en los bañistas que corren hacia el mar o en las fieras que se pierden en las espesuras de la selva.

La vastedad del universo, la profundidad de los océanos o la ilimitada ternura de una caricia, caben en esta palabra que inicia el texto que escribo y todo cabe aun mas en la palabra poética y ésta, a su vez, gusta de apoyarse en el silencio para reinar sobre la prosa y vencer en la rivalidad. En la palabra Todo caben las amarguras y los festejos; lo grande y lo pequeño; las desilusiones y los vaticinios del porvenir; los valles y la alta montaña y no me afecta para nada que un determinado texto quede trunco u olvidado durante semanas o largos años y un día vuelva a verlo y sienta, o no, que todavía queda en él algo del arrebatado impulso con el que comencé a escribirlo. Lo que realmente importa es saber que las palabras se disuelven en el tiempo y estallan en memorias que conmueven o dejan indiferente al lector que las atrapa al vuelo. Lo atractivo de la aventura de escribir y luego de leer es que nuestro espíritu se anima, se regocija, se aturde o se entristece al establecer contacto con el texto que se le ofrece. Los hay escritos en hojas que vuelan y se pierden en el tiempo, pero son muchas las que encontramos agrupadas en volumen esperando a su lector y éste cruza rápidamente el umbral o tarda a veces largos años en aparecer y las palabras convertidas en libro editado o las que viven una nueva vida virtual esperan con insólita paciencia ver aparecer al lector con el que han soñado durante tanto tiempo.

¡La palabra todo lo abarca! Deja establecidas normas y obligaciones en los dominios de la economía y la vida en sociedad y se inserta en la política y descubre a los patriotas pero también a los traidores de mente perversa y autoritaria. Une o distancia a los amantes; se atropella a sí misma cuando interviene en las discordias y se enfrenta al silencio que destaca los serenos valores de la palabra poética. Siento que leer poesía en alta voz es como si nos regodeásemos pronunciando un discurso o dictando una proclama. Es como agredir a la sensibilidad que la hizo posible.

Todo debe germinar, crecer y florecer y al esparcir en el aire el mágico polvillo de lo maravilloso lograremos que también él germine y crezca en los seres que nos rodean, abrazan o recelan y sentiremos que algo habrá crecido en nosotros y en el país que somos y seguiremos creciendo hasta rozar el cielo de todos nuestros anhelos.

La absurdidad existe en quienes se empeñan en negarle poder a la palabra poética creyendo que la verdadera autoridad se encuentra solo en la economía o en el látigo del mandatario desalmado. Acepto que la palabra poética podría considerarse tan inútil como el canto del ruiseñor, pero estoy seguro que ambos atormentan al mandatario cruel y avivan en el palacio de gobierno el ardor que sin percatarse le está destrozando el alma despótica, pero contrariamente la poesía contribuye en nuestras casas a abrir aun mas las ventanas del aire que respiramos.

 

 

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