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Rodolfo Izaguirre: El tiempo de Gómez

1900 se estableció en su propia vida y en la de nosotros como una figura histórica e irrepetible que venció al tiempo de la tiranía
«Me gusta el sol», dijo el hombre sabio poniéndose a la sombra en un sorprendente ejemplo de prudencia, serenidad, alto espíritu de comprensión y de prevención de peligrosas o perversas consecuencias.
Recuerdo con tristeza la vez que le advertí a una chica que adoraba tostarse al sol, que no exagerara porque podría enfermarse su piel. No me hizo caso y no volví a verla con su bikini rojo dorándose al sol porque sus amigos acompañaron su cuerpo de oscuro color madera al cementerio; un cuerpo mordido por el cáncer de piel, pero bañado por el sol.
Lo dijo un poeta romano de la antigüedad: sabemos y aceptamos lo que nos hace daño, pero lo seguimos haciendo y nos justificamos diciendo que es así como lo dicta nuestra naturaleza y nos mentimos a nosotros mismos, creyéndonos puros de alma mientras traicionamos al mejor amigo fornicando con su mujer o hundimos al socio de la empresa que creamos juntos mientras lo abrazamos con despiadado afecto.
Cuando dije a mis amigos, intelectuales de mucha altura, que decidí casarme con Belén, trataron todos de disuadirme y en vista del duro fracaso de la intentona levantaron una suerte de Decálogo machista. He olvidado sus preceptos, salvo uno que consideré gracioso y atractivo: «No digas: ¡ya vengo! Di ¡ya llegué!». Mi amistad con ellos fue de mucha nobleza de mi parte y de la de mi propia mujer, pero yo sentía que casi todos deseaban tenerla en sus brazos y Belén, con elegancia, los mantenía a distancia sin decir palabra alguna para evitarme disgustos y enemistades.
Las sociedades avanzan porque el tiempo transcurre y las obliga a cambiar y a enaltecerse. Aquel brioso pasodoble de la era franquista que afirmaba con orgullo que la mujer española no besaba de amor a cualquiera, lo creía porque los obispos y el propio Franco eran crueles y al morir el Caudillo «por la gracia de Dios» surgió una suerte de democracia con un rey y con esta nueva edad política apareció el destape y la mujer española besó a quien quería besar. Y la mujer, en el mundo, comenzó a afirmarse. Ya no fue excluida por el hombre, sino que se afincó en su propio pensamiento, en su propio talento y dejó de ser el objeto que el hombre ansía hacer suyo. Mi mujer fue abordada en la calle por un sujeto que la miró de arriba abajo y le dijo: «!Estás más buena que el carajo!». Mi mujer se detuvo, lo miró y le preguntó: ¿¡Dónde me vas a llevar?¡ ¡Y el tipo se asustó y echó a correr!
Yo disfruté el estupendo filme documental de Manuel de Pedro sobre Juan Vicente Gómez y su época (1974) y vi a Gómez en el Hotel Miramar de Macuto contemplando a los jóvenes, chicos y chicas bañándose en el mar. La mirada de Gómez hablaba por él: admiraba, anciano, la alegre juventud de aquellos muchachos y supo en ese instante que su tiempo ya había terminado. ¡Lo sé porque escuché su mirada!
Los políticos, sociólogos, historiadores han dicho lo que tenían que decir, pero no alcanzaron a escuchar lo que decían lo ojos del déspota. Sostengo que en el Hotel Miramar Gómez vio a unos muchachos en sus «modernos» trajes de baño mostrar una nueva manera de sentirse y de estar alegres y supo que el país exigía un cambio; que su tiempo estaba acabado. Respeto a los historiadores, ¡pero creo en el cine y escucho lo que dicen los ojos. Antes, odiaba al tiempo, pero hoy acepto y tolero que mueva todo y todo lo transforme.
Creo en la poesía y en la belleza de lo imposible y creo también que lo que ella predice se hace verdad y Percy Shelley tenía razón cuando dijo que los poetas son los legisladores del futuro y su mujer, la asombrosa Mary Shelley (Mary Woollstone Craft) dijo que no deseaba que la mujer tuviese más poder que el hombre, sino que tuviera más poder sobre sí misma.
¡Y en eso andamos! Una mujer a la que llamo 1900 por las siglas de su nombre se estableció en su propia vida y en la de nosotros como una figura histórica e irrepetible que venció al tiempo de la tiranía y del pensamiento único, soportó toda clase de vejámenes y algo de ella y de nosotros ronda las cercanías de la Embajada de Argentina. Demostró ser una legisladora no del futuro que asomaba Shelley, sino del presente venezolano que adora al sol, pero que gracias a ella está aprendiendo a cuidarse del sol y… ¡de la sombra!