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Rodolfo Izaguirre: Inventé mi silencio

Rodolfo Izaguirre cuenta su historia de amor en "Lo que queda en el aire" |  El Estímulo

 

 

Cuando Belén dejó para siempre la quinta Nancy y los empleados de la funeraria bajaron por las escaleras su cuerpo aniquilado por la enfermedad creí haber quedado despiadadamente solo, pero no fue así porque tuve el acertado impulso de cambiarle el nombre y en lugar de llamarla Belén o Cuevita, como era el nombre amoroso que le otorgué en vida, comencé a llamarla Soledad y desde entonces me acompaña día y noche: sigue siendo mi sombra y no me desampara porque nunca estoy solo. Siempre creí que el bullicio, las voces de los otros, los sonidos ajenos persistían a mi alrededor. Descubrí que no es así. ¡Existen, claro está, distraen y perturban, pero no llegaron a molestarme tanto! Mientras no pude enviar mis colaboraciones a los periódicos, las escribía en las turbulentas salas de redacción y aprendí a escribir rodeado de voces, risas, sonidos de todo volumen y naturaleza; un mundo sonoro contaminante.

Siempre anhelé rozar la soledad y finalmente ella vino en mi auxilio. Un anhelo inútil porque el silencio, la soledad comienzan a ser compañía al nomás uno nacer. Algunos la llaman Sombra. Es lo que explica por qué trato de evitar el «yo» porque cambio, me transformo constantemente y no soy el mismo de ayer, es decir, hoy soy otro y desde hace mucho tiempo dejé de ser el que fui y la soledad comenzó a hacerme compañía al no más lanzar mi primer llanto al nacer. Por pura astucia me aseguré la compañía de Belén cuando dejó de estar a mi lado, pero cuando llegue el momento de abrirle la puerta a la mujer del sudario seguro que estaré solo en el lecho de enfermo aunque acompañado de seres que me aman.

Creía estar solo al sentarme ante al escritorio cuando me disponía a escribir lo que escribo, pero no es así porque permanentemente estoy rodeado de ideas, imágenes que dan vuelta y se convierten en palabras y estas en frases como las que escribo en este preciso momento en que estoy no solo ante mi mesa de trabajo sino sentado mentalmente en las gradas del Santiago Bernabéu disfrutando del Real Madrid-Barcelona o aceptando maravillado la ceremonia de bienvenida del pan con sal al bajar del tren en Samarkanda. Es más, cuando caminaba por las avenidas de Manhattan sabía que el aire de la tarde no me pertenecía, pero me sentía solo en medio de la muchedumbre que llenaba las aceras consciente de que cada uno de los que caminaban junto a mi también se encontraban en soledad consigo mismos pero acompañados como yo de los seres que nos vieron andar por el mundo que fuimos.

Hay escritores que afirman encontrarse solos cuando trabajan y declaran que no lo hacen para ellos sino para otros. No lo creo, porque uno escribe para sí a sabiendas que tal vez nuestros textos encontrarán posiblemente un lector que los está esperando o los encuentra al cruzar la esquina, y son muchas las ideas que rondan y se agolpan alrededor del escritor; muchos, los rostros y las miradas que convergen hacia él, el peso de la cultura que acecha en los libros que se suponen dormidos en la biblioteca que se encuentra atrás suyo. Son millares los que han escrito antes que nosotros cargados de sus propias culpas y experiencias y a ellos debemos algo de lo que somos. Siempre estarán junto a nosotros, así los supongamos en soledad. En vida lograron algo cercano al milagro, lograron que no se perdiera el triste encanto y la pureza de sus lejanas infancias porque alimentaron y sostuvieron una edad adulta liberada de odiosas toxinas y acunada por la dulce e inaudible música que vive oculta en las palabras.

¡Las advertencias me las hizo Salvador Garmendia y se acrecentó por eso el amor que le tuve! !Nunca estarás solo, me dijo, porque la vida, es decir, Belén respira en ti, te rodea y te vigila! Detén tu trabajo, ve a la cocina y toca las ollas y trastos que hay en ella; cerciórate de que aún sigues allí porque siempre existirá el riesgo de que quedes atrapado en la memoria y en la imaginación, perdido en el distante lugar donde te encontrabas cuando escribías ¡y no puedas regresar! ¡Habla con tus helechos que con tanto deleite y asombro ves crecer en tu jardín! Evita escribir rodeado de libros porque ellos pesan mucho, ¡son la cultura! ¡Escribe frente a una pared desnuda! ¡Inventa tu propio silencio!

¡Y eso hice! ¡Me inventé un silencio hecho de voces y sonidos!

 

 

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