Rodolfo Izaguirre: La amistad es deshacerme de mi sombra y regalarla a mi mejor amigo
Rodolfo Izaguirre, presto a cumplir 91 años, es uno de los intelectuales venezolanos más queridos y admirados por su sólida trayectoria. Su nombre está ligado fundamentalmente al buen cine, pero su trabajo constante también se expresa en el periodismo, la literatura y en la historia de las letras contemporáneas en este país de grandes mudanzas.
I
¿A qué métrica debemos acudir para conocer la distancia que media entre la infancia y la vejez? El tiempo, expresado en minutos, en años, es una forma de definirla con una precisión objetiva que no disputo.
En el caso de Rodolfo Izaguirre, sin embargo, esa medición se me hace insuficiente.
Lo escucha y mira uno hablar hoy en sus noventa, como lo escuchábamos y mirábamos hablar desde sus cincuenta –cuando lo conocimos personalmente– y el asombro que manifiesta ante casi todo ha sido constante y sustancialmente el mismo.
Sus maneras de expresar el asombro van, en todos sus matices, desde la fascinación hasta el espanto, pasando por el estupor, según sea el estímulo que lo provoque. Me atrevo a apostar que así ha de haber sido de niño. El que era aquel, como era aquel es el mismo que es hoy, como es hoy.
Asombro en la niñez, asombro en la vez, nada cambia: siempre el asombro.
No solamente porque lo dice su verbo, sino sobre todo porque lo teatraliza, ese asombro que lo estremecen los hechos con los que se cruza –desde la belleza de un amanecer hasta el horror de las tiranías– se manifiesta en su corporalidad, en especial en esa mirada que de tanto ver cine, digo yo, es siempre atenta, enfocada con la precisión del obturador de las cámaras cinematográficas, dispuesta para registrarlo todo.
Polisémico es un adjetivo que define a las palabras que tienen más de un significado. Me confiero, sin embargo, la arbitrariedad de una licencia para utilizarlo esta vez en la caracterización de un ser humano: Rodolfo Izaguirre tiene tantos significados que muy bien le ajusta el adjetivo.
De todos esos significados, subrayo aquí el de sabio. Sabio por la profundidad de su conocimiento sobre el alma de la vida y su habilidad para describirla con las palabras escritas, pero también con las palabras dichas, recreando la tradición de la tribu que mora allí, arcana, en nuestra esencia, y que siempre añoramos.
ELISA LERNER:
«Mi homenaje a Rodolfo. Rodolfo Izaguirre es venezolano ejemplar y un escritor de acento estremecido y vibrante. Su prosa acierta como la diamantina hebilla de un personaje de novela fantástica en el bosque oscuro de la historia. A Rodolfo lo ilumina la belleza del lenguaje y los caminos de la libertad. Porque, a sus 90 añitos, es un atleta de la democracia y la pluralidad como en sus años mozos. Al igual que la gente de su generación se viera sorprendida en plena adolescencia por el derrocamiento en la presidencia de don Rómulo Gallegos. Fuera de la escena de la vida los protagonistas del grupo Sardio, queda él como el último adalid. La madera con la que está hecho el lápiz de escritor de Rodolfo tiene virutas del bastoncito risueño de Charles Chaplin, de quien aprendiera tanto en torno a las maravillas del cine. El coraje con que Rodolfo Izaguirre cuida de los helechos de su jardín es la dádiva de un Patricio para la mirada amorosa de un país».
II
Rodolfo: «Frente a la Plaza de Capuchinos, en la Escuela Parroquial de San Juan, dirigida por los Hermanos La Salle, los del baberito blanco, aprendí no solo a leer sino a temer a Dios; mucho antes, desde luego, de que comenzara yo a aterrorizarlo a Él.»
«Yo era un niño rico en una familia venida a menos por las inconsecuencias e irresponsabilidades de mi papá. Podía manejar doce cubiertos, pero no había nada qué comer. Tula mantenía una dulzura aristocrática y forraba con tela mis libros y cuadernos. El problema estaba en que estudiaba mi primaria, no en una escuela oficial como la Ezequiel Zamora, sino en la escuela parroquial, vecina y adjunta a la iglesia de San Juan, regentada por los Hermanos de La Salle».
«Apenas salía a la calle, deshacía todos los forros. No era posible que me presentara ante mis compañeros del barrio El Guarataro, calzados ellos con alpargatas, y yo con zapatos. Significó un trauma ser niño rico sin serlo; odié aquella farsa, detesté a la burguesía y me hice rebelde. Eran años de una infancia triste a fines de los treinta y comienzos de los cuarenta».
Cuenta que desde niño estuvo en contacto con la violencia, porque hacer sus tareas escolares en el escritorio del sapo Velasco –el gobernador de Caracas, Jesús María Velasco, el hombre más odiado por los caraqueños porque mató a unos estudiantes en la plaza Bolívar– era para él un acto de violencia. Aquel escritorio era producto de uno de los saqueos que siguieron al anuncio de la muerte del dictador Juan Vicente Gómez en 1935.
Numerosos testimonios recientes difundidos en las redes sociales por ex alumnos de aquella escuela, todos de épocas posteriores a los años en los que Rodolfo ocupaba uno de sus pupitres, recuerdan con nostalgia un frondoso árbol de mango que señoreaba el patio de la escuela. Imagino que ese árbol ya existía cuando Rodolfo correteaba por aquella explanada. Lo veo hablarles a los pájaros que lo poblaban.
Sentencia Rodolfo en el prólogo de un libro aún no publicado:
«…la nostalgia de aquel amigo invisible que perdemos cuando entramos al mundo de los mayores y actuamos como tales. Es decir, cuando salimos de la poesía para entrar en la prosa. No otro es el drama de la niñez: tener que comportarse como adultos cargando con convenciones y miradas ajenas y es el drama del adulto que pierde para siempre la efímera belleza y energía que traza en el aire un pájaro en vuelo. Permanecer en ese aire en vuelo es lo que explica por qué se mantiene intacta la inocencia que es capaz de producir el milagro de estos textos de Alicia Ponte y las libélulas perfectamente inacabadas de Ana Black».
Bien ayer bajo la sombra de aquel mango en San Juan, lo mismo que hoy por el influjo de los helechos en su refugio de Santa Eduvigis, Rodolfo vivió y vive en la poesía. Cuando lo hace en prosa, la suya es prosa poética.
EN SAN JUAN, CARACAS
Nació el 9 de enero de 1931 –el segundo viernes de aquel mes– en la caraqueña parroquia San Juan. Se trata, pues de un capricorniano, aunque a diferencia de lo que sostienen muchos astrólogos, para mí él está muy lejos del pesimismo y la melancolía.
Rodolfo: «Caracas era una aldea provinciana que contaba apenas con doscientas mil almas. Me gusta más hablar de almas que de habitantes. Hoy esta ciudad debe tener cinco o seis millones de habitantes, pero la mayoría ha perdido el alma».
«Entonces no se paría en clínicas porque no las había. La mujer paría en la casa. En la mía ocurrió que se presentó el doctor Osío acompañado de una comadrona para asistir a mi nacimiento. Fue algo feliz y la comadrona me alzó y dijo, risueña: “¡Parece un cochino inglés!”».
(¿Cómo pudo haber sabido que la comadrona lo dijo «risueña»? Un imaginario familiar, quizá, de los Izaguirre Tosta).
Rodolfo: «Acepto que los cochinos ingleses sean lindos y rosados, ¡pero aquella maldita mujer me estaba diciendo cochino antes de que yo comenzara a berrear!»
«Mi mamá se llamaba Tula. Era nieta del General Francisco Tosta García, político y escritor, presidente del Congreso en tiempos de Guzmán Blanco. Era una mujer culta, leía a Stendhal y a Víctor Hugo y recitaba sus oraciones en francés porque estudiaba en el San José de Tarbes. Hoy sería presidenta del Conac o de cualquier otra institución cultural».
«Era mujer rica, pero se le cruzó Pablo Izaguirre Colmenares, mi padre, un aventurero que la descuartizó, la arruinó y le clavó siete hijos. Yo soy el último, el benjamín, el único que sobrevive. Mis hermanos se llamaban Liliam, que murió muy joven de tuberculosis en diciembre de 1931, y a mí me llamaron cochino en enero; Pablo, que llegó a ser presidente de la Academia de Medicina; José Luis, también médico; Felicia Margarita, Gustavo, Omar y este cochinito inglés. Exceptuando a Don Pablo, aquella era una adorable familia».
Relata que un día, en la placita de Santa Eduvigis (muy cerca de su casa), en compañía del sacerdote jesuita Rafael Baquedano y ante una audiencia que quedó estupefacta, le escuchó decir al sacerdote jesuita Mikel de Viana que «la familia es un peo permanente», aseveración que me confesó compartir y que por eso se cuidó de ver a la suya no más de dos o tres veces al año.
«Quise y admiré mucho a mis hermanos, pero los visitaba con poca frecuencia. Era una manera de mantener la amistad».
III
VICTORIA DE STEFANO:
«A Rodolfo lo conocí hace mucho, mucho tiempo, pero en los últimos más de veinte años hemos sido vecinos. Yo vivía a mitad de camino entre Salvador (Garmendia) y Rodolfo. Gracias a esa circunstancia, mi amistad con ambos llegó a ser bastante cercana. Salvador, además de admirarlo, sentía un afecto entrañable por Rodolfo; para él era vital el encuentro diario o inter diario con su viejo amigo. Admiración, con la que todos los que conocemos a Rodolfo, no dudamos en compartir, por su optimismo, su alegría, sus ganas de vivir, sobre todo por su ánimo sereno, su buen y fino sentido del humor y su gracia como conversador. En una ocasión Salvador dijo, “Rodolfo es un hombre bueno. ¿Estás de acuerdo?” De acuerdo, respondí.
“Cada día aprecio más a los buenos, tenerlos como amigos es un privilegio,” añadió».
Su infancia fue un «limbo sanitario», asegura Rodolfo, pues el ministerio de Sanidad y Asistencia Social fue creado por López Contreras en 1936, un año después de la muerte de Gómez.
Entrevistado en 2019 por la periodista Macky Arenas: «…sobreviví a las paperas, al sarampión, a la lechina, a las lombrices, al aceite de tártago y los purgantes. Entré al Fermín Toro y fue allí donde conocí a Adriano González León, a Luis García Morales y a Elisa Lerner. Con ellos formaría años mas tarde al Grupo Sardio junto a Guillermo Sucre, Salvador Garmendia, Perán Erminy y otros. Sardio significó una renovación de la literatura venezolana. Posteriormente se transformó en El Techo de la Ballena, un movimiento de gran rebeldía intelectual.»
Mediante decreto del presidente López Contreras de setiembre de 1936, fue creado el Instituto de Formación Secundaria Fermín Toro, conocido desde 1946 como liceo Fermín Toro y que durante muchos años operó como eje estratégico para la difusión de las ideas de Marx y Lenin y la fundación de la juventud comunista de Venezuela.
UNA PESADA Y FRAUDULENTA IDEOLOGÍA
Las andanzas de Rodolfo Izaguirre a la vera del Partido Comunista de Venezuela quedan esbozadas en su artículo En la mitad del camino, del domingo 19 de setiembre de este año en El Nacional:
«… a partir de hoy diré ¡Sí! cuando deba decir Sí y diré ¡No! cuando deba decir No, porque hasta ahora siempre he dicho todo lo contrario y lo primero que haré es decirle ¡No! al Partido Comunista, del que jamás fui militante, ¡pero sí compañero de camino!”».
«Lo que he lamentado siempre es haber esperado tanto tiempo porque Rómulo Betancourt lo hizo a temprana edad para considerar, además, que el comunismo es impracticable en el país venezolano a menos que se impusiera o se sostuviese por medios violentos como ocurrió en Rusia, en la Alemania del Este, China o Cuba. Es lo que explica que él sea Rómulo Betancourt y yo un simple ciudadano de este triste y anclado país… Pero me liberé del marxismo, es decir, de una pesada y fraudulenta ideología».
IV
SARDIO – EL TECHO DE LA BALLENA
Al liceo Fermín Toro venían muchachos de todas partes. En la mayoría de los pocos liceos que funcionaban en la provincia no existía el quinto año del bachillerato. De los que menciona Rodolfo como fundadores del grupo Sardio, en 1955, Adriano González León, de Valera, nacido en 1931; Luis García Morales, de Ciudad Bolívar, nacido en 1929 y Elisa Lerner, de Valencia, nacida en 1932. Entre los demás fundadores de Sardio que también cita Rodolfo sucedió algo similar: Guillermo Sucre nació en Tumeremo, en 1933; Salvador Garmendia, en Barquisimeto, en 1928; y Perán Erminy, en Aragua de Barcelona, en 1929.
En 1958 apareció el primer número de la revista Sardio, y con ella nacía también, digamos que oficialmente, la que fue una de las agrupaciones más significativas del mundo artístico venezolano. Sus creadores llevaban ya varios años entendiéndose y preguntándose por ellos mismos y por los hechos culturales del país.
En el número 44 de la revista Latinoamérica, México 2007, la profesora Carmen Virginia Carrillo, del núcleo Trujillo de la universidad de los Andes, publicó un extenso trabajo sobre la evolución de Sardio, Tabla Redonda y El Techo de la Ballena. De Sardio, apunta:
«Políticamente sus miembros se agruparon en torno a una concepción social demócrata, aunque algunos de ellos eran de izquierda. Siguiendo la línea de pensamiento de Jean Paul Sartre, se consideraban afiliados a un humanismo político de izquierda. Entre los autores más leídos por sus integrantes se encontraba Sartre; las ideas del filósofo francés fueron fundamentales para la concepción ideológica del grupo… El filósofo apela a una “moral de la libertad” idea fundamental en la ideología de Sardio».
Cuatro años más tarde, la misma profesora Carrillo entrevista a Rodolfo Izaguirre para Estética, revista merideña de arte y estética contemporánea. Dice Rodolfo: «Adriano González León era básicamente el líder. Nunca he visto a nadie con un sentido y un olfato para la cosa literaria, para la sensibilidad del acto creativo, como Adriano; posee una inteligencia impresionante, y en cierto modo él se convirtió en el jefe del grupo, pero también lo era Guillermo Sucre: se trataba de dos figuras muy fuertes, dos potencias».
En la primera edición de la revista Sardio se publica uno de los varios testimonios que recogen la visión y los ideales de los miembros del grupo, para quienes la libertad era el valor más importante:
«Ante el peso de una historia singularmente preñada de inminencias angustiosas, como la de nuestros días, ningún hombre de pensamiento puede eludir esa militancia sin traicionar su propia, radical condición. Las hasta hace poco imperantes categorías del esteticismo resultan hoy demasiado estrechas y asépticas. Ser artista implica tanto una voluntad de estilo y un ejercicio del alma como una reciedumbre moral y un compromiso ante la vida».
Rodolfo Izaguirre comenta que Sardio fue una expresión natural de insurgencia de muchos jóvenes contra la situación política y el mundo literario de entonces. En todo caso, «estábamos conscientes de la relevancia de escritores como José Antonio Ramos Sucre, Rómulo Gallegos, Mariano Picón Salas o Enrique Bernardo Núñez». I
Diferencias entre sus integrantes respecto de la política venezolana y la revolución cubana provocaron su escisión. Quienes se sentían más comprometidos con la social democracia, y también con el partido de gobierno, Acción Democrática, abandonaron Sardio. Los que se colocaban en posiciones más próximas a la denominada izquierda se cohesionaron en El Techo de la Ballena, cuya aparición había sido anunciada justamente en el último número de la revista Sardio.
En esa entrega, mayo-junio de 1961, aparece un nuevo testimonio, esta vez sobre Cuba:
«Finalmente no vacilamos en declarar a la revolución cubana como un anticipo de la REVOLUCIÓN IRREMEDIABLE, pues, ya no se trata de un cambio en los métodos, sino de un vuelco radical del ser humano a la conquista de otras maneras y otras relaciones y vínculos que establecerán las bases de un nuevo lenguaje, de una nueva vida que preparará, mientras se espera el advenimiento de la sociedad sin clase». II
Estamos en 1961. En junio desaparece el grupo Sardio y nace El Techo de la Ballena. Sus integrantes consideraban que el arte de su tiempo era «trágico». En un documento que llamaron Pre-manifiesto, se definen de esta manera:
«…a fin de cuentas, lo que queremos es restituir el magma… Demostrar que la ballena, para vivir, no necesita saber de zoología, pues toda vértebra tiene su riesgo, y ese riesgo, que todo acto creador incita, será la única aspiración de la ballena. Percibimos, a riesgo de asfixia, cómo los museos, las academias y las instituciones de cultura nos roban el pobre ozono y nos entregan a cambio un aire enrarecido y putrefacto». III
V
ME GUSTARÍA CASARME CON UNA MUCHACHA ASÍ
Rodolfo Izaguirre ha sabido cosechar amistades, muchas fieles amistades. De entre todas ellas, y por como lo he visto, hay una que ubico en el número uno: Belén Lobo, madre de sus hijos e hija ella del merideño Manuel Salvador Lobo Rojas y la caraqueña Mercedes María Núñez de Lobo
Estaban siempre juntos, en todas partes. Siempre.
Recuerda Rodolfo que un día fue a almorzar al restaurante La Sartén de Plata, en las cercanías del boulevard de Sabana Grande, en Caracas y que en una de las mesas estaba Alfredo Chacón en compañía de Belén.
«La vi: Pantalones negros, una larga cabellera en cola de caballo y el empaque característico de la bailarina. Lo único que me dije fue: “¡Me gustaría casarme con una muchacha así!».
«Estuvo un primer año en el Fermín Toro, pero abandonó para atender a su mamá enferma de cáncer. Luego viajó a Nueva York para formarse como bailarina en la School of American Ballet. La primera venezolana en hacerlo».
Belén frecuentaba a los escritores y conoció a los integrantes del Grupo Sardio. Se hicieron amigos. Rodolfo se fue a Italia. A su regreso a Caracas, dos años después, volvió a verla.
«La tarde cuando nos casamos, en la alcaldía de Chacao, se vistió de Chanel. Un bello conjunto beige de chaqueta y falda corta; camisa de seda y mangas largas de color rosado y zapatos Dior. La semana anterior se apersonó en la alcaldía para averiguar cuál era la manera más rápida para casarse por el civil sin tener que dar o hacer trámites engorrosos. La secretaria, seca y entrada en años parecía hablar en telegramas. Dijo que la manera más rápida era legalizando una unión concubinaria. Al decir esto, miró a Belén vestida con correcta elegancia y soltó con irónica displicencia: “¡Así se casan los campesinos o la gente del barrio!”». IV
«Al casarme comencé a perder mi identidad porque Belén era muy conocida en los medios balletísticos. Yo pasé a ser “el señor Lobo”. Y al nacer mi hijo Boris, crecer y hacerse famoso como animal televisivo e intelectual de renombre, pasé a ser ¡el papá de Boris!».
«¡Adoré a Belén! ¡Más de cincuenta años juntos! Nos llamaban las guacamayas porque son monógamas y andan siempre en pareja. Cuando yo era muy joven, Albert Camus escribió que amar es envejecer juntos y yo me ofusqué. Me aterrorizaba envejecer. Pero envejecimos juntos Belén y yo; nos adoramos tanto que podíamos correr el riesgo de que nos confundieran con un par de tórtolos idiotas. Durante el largo período de vida y comportamiento que alimentamos juntos, jamás se perdió aquel Adagio que permitió que no fuésemos pareja sino una perfecta unidad». V
Rodolfo Izaguirre, lo ha dicho, es un escritor. Y es lo que hace casi todos los días. Produce en la actualidad un ensayo sobre su propia vida y da los retoques finales a Lo que queda en el aire, un libro sobre Belén Lobo, la bailarina con la que quiso casarse.
«Cuando se fue para siempre, Belén se cambió el nombre: ahora se llama Soledad y con ella vivo», dice con música de candidez.
ALFREDO CHACÓN:
«Tan fiel a sí mismo como expuesto al contacto vivaz con sus prójimos y sus inspiraciones: en esta fecunda cualidad se sustenta la maestría de Rodolfo Izaguirre en el arte de ser persona para quienes durante tanto tiempo hemos disfrutado su amistad, su activismo cultural y sus escritos de invención o reflexión».
VI
Rodolfo Izaguirre es un hombre de familia. Belén, sus hijos, sus nietas, han sido razones de vida.
RHÁZIL:
«Rházil es mi hijo mayor. Ilumina espectáculos de ópera, teatro y ballet y se hizo indispensable en el Teresa Carreño durante la irrepetible dirección de Elías Pérez Borjas, pero ilumina por igual represas y bodas elegantes. Es un poeta que se expresa con luces y sonidos. Estudió en Londres y egresó del Carnegie Mellow de Pittsburg.
Casó con Rosario (Charo) Pintado, hija de asturianos y tiene dos hijas: Verónica y Claudia».
DICE RHÁZIL:
«Rodo, como cariñosamente lo llamamos aquí en casa, es una referencia para todos los miembros de esta familia, así como es un referente en nuestro país por su visión, su forma de pensar, su capacidad de discernir y su capacidad de relacionarse con las personas y con las instituciones.
Rodolfo fue un esposo ejemplar. Su relación con Belén, nuestra madre, fue también un ejemplo maravilloso para cada uno de nosotros; crecimos en una familia estable, fuimos muy felices, hicimos tantas cosas juntos, viajamos, nos cultivamos con ellos y fuimos afines a cada una de las actividades y enseñanzas que ellos se encargaron de compartir.
A mi esposa Charo y a mí nos ha tocado este trayecto de los últimos años de compartir con él y ayudarlo en toda esta etapa después de la muerte de nuestra madre. También hay que recordar el abuelo maravilloso que es con sus nietas. Nuestras hijas Verónica y Claudia han recibido de él una magnífica y una estupenda lección de vida.
Su pasión por la historia de Venezuela y por la historia universal, ligada siempre al cine y a la literatura, es una parte vital de su generación. Su sabiduría continúa viva a su edad avanzada y eso nos mantiene sumamente motivados a seguir asistiéndolo en esta etapa de sus ya más de 90 años».
BORIS:
«Boris tendría doce años cuando José Ignacio Cabrujas me dijo que estaba molesto con Boris porque lo veía en los ensayos y estrenos de sus obras. “Quiero hablar con él”, me dijo muy, pero muy molesto.
“Boris, me dice José Ignacio que quiere hablar contigo”. Se lo llevé. Pasé a buscarlo una hora mas tarde y salió José Ignacio.
“Rodolfo”, –me dijo–, “Boris es un señor. Todo lo que me dijo sobre mi obra es pertinente. Yo quisiera, chico, que tú me lo dieras para yo terminártelo de criar”. ¡Cómo no, José Ignacio, te lo dejo! Y después le dijo a Boris: “Te voy a enseñar algo que te permitirá no depender del Conac!”. Y le enseñó escribir telenovelas!»
DICE BORIS:
«Quiero mucho a mi papá. Con él nunca he dejado de aprender. Y de reír. Y, sobre todo, de mirar. Uno de los juegos que hacía conmigo, después de recogerme en el colegio, era invitarme a ver a la gente cruzar la calle con el semáforo en rojo.
“Imagínate quiénes son, de dónde vienen, hacia dónde van”, invitaba a jugar. Y le hacía caso. Inventaba historias, a veces muy elaboradas y larguísimas. Él las escuchaba atentamente, comentaba, preguntaba. Creo que allí nació mi deseo de escribir historias, o al menos, construirlas.
Pero sin duda el sonido de las teclas de su máquina de escribir, redactando con premura la crítica cinematográfica que luego entregaría en El Nacional, despertó en mi el imitarle, ser también alguien que teclea en las mañanas y que entrega en el último momento. Luego, cuando entregábamos la crítica, me llevaba hasta la caja en administración, donde se la pagaban.
Para mí eso si fue una súper revelación: era un trabajo remunerado. Nunca me importó la cantidad, pero sí me dio mucho más ánimo que se pudiera vivir de ese teclear por las mañanas.
Mi papá siempre cuenta que un día me subí al carro, –que llamábamos Pocaterra porque se lo compró con el dinero del premio de ese nombre que ganó por su novela Alacranes–, y le dije excitadísimo que era feliz, inmensamente feliz, porque había descubierto el adjetivo en la clase de lenguaje. “¿Pero, solo el adjetivo?”, preguntó. Y que, según él, le dije que lo demás también, pero que lo que de verdad me interesaba era el adjetivo. “Es poderoso, define cualquier cosa. Y el solo puede ser una oración”. Es cierto, yo siempre defenderé un adjetivo ante el verbo y el sustantivo. Me sorprende que él recuerde tan bien ese momento, pero aprovecho para agradecerle que no me fastidiara mi convicción. Sí lo hizo con mis intentos de escribir poesía. Eran poemas que más bien parecían declaraciones de intenciones. “Boris, no puedes ser nunca panfletario”, me dijo tranquilamente. Como no iba a poder cumplir su mandato, abandoné la poesía.
Al mismo tiempo que era un guía intelectual formidable, y relajadísimo (en nuestra casa ninguno de mis hermanos hemos recibido ningún tipo de presión pedagógica, social, política), Rodolfo y Belén también eran muy atractivos. Bellos. Delgados, elegantes, sexis. Y eso lo notaba siempre por la atención que generaban sobre ellos. Eso también ha sido una escuela. Y creo que fue lo que abundó en mi decisión de ser muy amigo de ellos, incluso antes que hijo. Su mundo me fascinaba, me sigue fascinando y creo que, al igual que mis hermanos, es algo que nunca terminaremos de agradecerles».
VALENTINA:
«Las mujeres que rodean aún mi vida son de temple y carácter fuerte. Belén tenía apenas 17 años y se fue sola a Nueva York aventurando que la recibieran en la School of American Ballet.
Mi hija Valentina también se fue sola a Nueva York para saber cómo era el primer mundo. Regresó a Venezuela un par de veces y solo por una o dos semanas. Hizo su vida en Nueva York y hoy, casada con Juan Delcan, un ser maravilloso, vive en Los Ángeles en una bella casa con una vista espléndida. Lo primero que me impresiona de tu casa, le dije, es el silencio. Me miró a los ojos y me dijo: “Pal´s, desde hace media hora hay un taladro que nos tiene locos a todos”.
Es wardrobe stylist y ha alcanzado prestigio vistiendo personajes. Me vistió en cinco minutos la vez que entramos en una tienda y a distancia supo cuál era la camisa y el pantalón y la correa que me iban bien.
Se hizo americana y su pensamiento y manera de ser dejaron de ser venezolanos. Es otra muestra de su carácter y anhelos de ser ella misma ¡Yo la adoro!
Mi nieta Claudia va mas allá: apenas tiene 20 años y ya está en Islandia. Mantiene un espíritu de aventura notable. El mío de milagro llegó a París».
DICE VALENTINA:
«Más que ser una figura paterna, Rodolfo siempre ha sido mi cómplice, compañero de aventuras y locuras. Cuando era niña y estudiaba primaria, más de una vez nos jubilamos, él de la Cinemateca y yo de la escuela y nos pasábamos la mañana en Macuto. Volvíamos a mediodía a almorzar como si no hubiera pasado nada y nos reíamos a escondidas de la travesura.
Ya más grande, me dejaba libros en la mesa de noche de mi cuarto. Aprendí a volar y a crear universos desconocidos gracias a él.
De mayor, sus visitas a Los Ángeles son maravillosas. Juntos hemos descubierto lugares fantásticos y lo que más llama la atención es la capacidad que tiene de, a los 90 años, todavía asombrarse y emocionarse con todo. Rodolfo es un alma libre.
Es una mente privilegiada, brillante, joven, la más joven que conozco, y además de eso, Rodolfo no tiene miedo. No tiene miedo de decir lo que tiene que decir».
LAS NIETAS:
«Verónica y Claudia, mis dos nietas, cursaron el preescolar en una bella y amable escuela y ayudaba a sus padres, siempre ocupados a esa hora, a esperarlas, recogerlas y llevarlas a casa una vez terminadas las clases. No me costaba esfuerzo alguno y el placer de verlas y estar con ellas constituía un verdadero disfrute».
DICE VERÓNICA:
«Mi abuelo ha sido incondicional en mi vida. El que me ha apoyado en todo momento. Con el que tengo las mejores sobremesas. Es el que me enseñó que Zinc tiene dos valencias, “como los ojos de Margarita Zingg”. Me ha enseñado que el amor de las guacamayas es el más especial. Gracias a él y a mi abuela Belén heredé el gusto hacia la artesanía mexicana. Son estos algunos de los bellos recuerdos y bellas ideas que hemos compartido».
DICE CLAUDIA:
«¡Eres reconocido por cada expresión de tu alma!
De ti he heredado parte de los sabores de mi cocina (los otros, de mi querida mamá), he aprendido del buen gusto y la estética y he adquirido unos bellísimos ritos alrededor de la mesa por las tantas comidas que compartimos en familia.
En su momento me nombraste mosquita muerta, y es hoy día que empiezo a entender por qué soy digna de ese nombre, que en otros momentos también fue vodquita muerta».
DICE CHARO:
«Las mejores hallacas no son de mi mamá, son de mi suegro, hechas a la manera de Caracas, sin encurtidos porque amargan y solo de pollo. El guiso tiene la sazón de Rodo, que hemos heredado algunas privilegiadas de la familia… Compartir con Rodolfo es maravilloso, sus recuerdos, artículos y opiniones en la sobremesa del almuerzo del domingo, eso es lo máximo.»
A lo largo de su vida, Rodolfo Izaguirre ha sembrado el camino de amistades; las atesora como bienes incomparables.
Le pedí que definiera la palabra amistad. Y así lo hizo: «Deshacerme de mi sombra y regalarla a mi mejor amigo».
VII
MANUEL CABALLERO EN SORTILEGIO
El sitio se llamaba Sortilegio, y espero que aún exista. Un comedero de carretera, en Urachiche. Regresábamos de Barquisimeto. Nos atendió una señora de cabello cano recogido en un moño, menuda y muy bajita, dulce, de resplandeciente sonrisa y mirada inocente.
Recuerdo que cuando la señora se retiró, Manuel Caballero nos dijo que Rodolfo Izaguirre también venía de una nebulosa, que era un verso que camina y que no necesitaba ni a Chaplin ni a su amada Vivien Leigh ni a nadie más para entender el cine, «porque él es el cine. Como yo lo conozco tanto, conozco el cine. Nunca sabrá lo que le debo, lo que me ha enseñado».
SOBRE SALVADOR GARMENDIA:
«Gracias a él y a Gonzalo Castellanos, arquitecto que murió muy tempranamente, conocí a Schoenberg, a Mahler; juntos exploramos el universo abierto por el surrealismo; el cubismo anunciado por Cézanne y recorrimos la abstracción geométrica, el informalismo, la libertad de pensamiento que practicamos en Sardio y los desafíos que conocimos y protagonizamos luego en El Techo de la Ballena.
Me enseñó dos cosas prodigiosas. La primera, no escribir rodeado de libros. “¡Ellos arrastran el peso de la cultura!”, me dijo. Tenerlos a mano significa que nunca lograrás resolver tus dificultades de escritura porque alguno de los autores que te rodean lo hará por ti. Conviene escribir frente a una pared desnuda. La segunda: ¡hay que parar, hacer una pausa y levantarse del ordenador, ir a la cocina, tocar los trastos, destapar las ollas…! Saber que el mundo aun está allí porque de lo contrario podemos quedarnos fuera de él, atrapados en las redes de la aventura de nuestra propia imaginación”.
Era un lector insaciable, un conversador inigualable. En un tiempo, parecía fumar mucho, pero botaba los cigarrillos casi sin consumirlos. Los sostenía y el cigarrillo daba vueltas en la palma de la mano. Era una especie de ceremonial neurótico.
Corría en el Parque del Este junto a un grupo de amigos. Se les conocía como “el Ateneo que camina”. Pero llegó el momento en que comenzó a no poder hacerlo y en gran medida eso lo afligía. Ya la enfermedad iniciaba su asedio final. En mi casa tomaba solo aguas de toronjil, de orégano orejón, de malojillo. Nada de azúcar y me complace saber que al menos pude proporcionarle esos sencillos y delicados disfrutes. Nunca dejó de escribir y la Negra Maggi mostró incluso esas espléndidas Anotaciones en cuaderno negro, manuscritas que, después de muerto Salvador, ella encontró entre sus papeles».
ELISA MAGGI:
«Cuando conocí a Salvador, conocí de su profunda amistad con Rodolfo, sustentada en el recorrido intelectual de lecturas y de conocimientos y en la participación de proyectos de creación y de acción que siempre enriquecieron nuestro panorama cultural. Salvador me contagió su indiscutible admiración por las grandes virtudes de Rodolfo: su inteligente humor y su capacidad de asombro, que nos convencen de que la vida sí vale la pena. Salvador visitó a Rodolfo con asiduidad, casi a diario al final, para compartir eso: el entusiasmo por la vida; eso que Rodolfo, magnífico, nos regala en sus escritos y en sus encuentros. Nos da tanto amor».
SOBRE PERÁN ERMINY:
«Trabajaba en la Cinemateca y tenía tanta necesidad de hablarle y descubrí que no sabía donde vivía. No estaba casado aún y los hermanos tampoco sabían. Ralph, uno de ellos, me dijo que creía que vivía del obelisco de Altamira para abajo, es decir, en una avenida larga llena de edificios anónimos. Pregunté a las conserjes, una por una y finalmente, desesperado, le hice caso a una de ellas que preguntó: “¿Es doctor?” Dije que sí y me remitió al piso 17, un pasillo oscuro, anónimo y en el tarjetero de una de las puertas decía: Gabinete del Doctor Caligari. Toqué, se abrió y apareció Perán. Conocí la esencia del humor porque el letrero estaba dirigido al propio Perán.
Cuando se lo conté a Zapata, me dijo: “yo creía que tenía humor, pero Perán me deja como un tonto”».
SOBRE ADRIANO GONZÁLEZ LEÓN:
«…supo esparcir la ternura de aquella tierra (Alto de Escuque) y la eternidad de sus aguas no sólo sobre quienes le conocimos entonces sino sobre todos los que tuvieron ocasión de verlo, escuchar su voz, leer sus apasionados textos y deleitarse con el resplandor de su palabra. Para mí ha significado un privilegio haber sido él, más que un amigo entrañable, el admirado hermano de la familia que he elegido a lo largo de mi propia vida». VI
MARA COMERLATI:
«Fuera en alguna breve conversación en las afueras de la Cinemateca que dirigió durante años, o en casa de amigos intercambiando opiniones, los sabrosos comentarios de Rodolfo, tan agudos, tan llenos de gracia y tan bien articulados, eran un enorme disfrute para el caricaturista que siempre tuvo como norte decir mucho con la menor cantidad de palabras posibles.
Rodolfo y Zapata pertenecieron a una generación que en su juventud quedó deslumbrada por la utopía socialista y ambos, como muchos otros, en su madurez, sintieron la decepción de descubrir que lo que creyeron y defendieron durante una parte sustancial de sus vidas, a la luz de los hechos, no fue sino una lamentable e irrecuperable equivocación.
Los unió espiritualmente el dolor por el país arruinado incluso por muchos de sus antiguos compañeros de esperanza.
Y también el profundo amor de los dos por el mundo de la cultura, al que ambos sirvieron con total devoción y desprendimiento».
VIII
EL CINE LO HIZO ESCRITOR
«De muchacho fui a París a estudiar derecho en la Sorbona, pero un día torcí el rumbo de mi vida porque en lugar de seguir para la Escuela de Derecho entré a la Cinemateca Francesa. Quedé deslumbrado por las maquetas de George Méliès, los films primitivos daneses, franceses y alemanes y nunca mas salí de aquella cinemateca porque no sabía que me iba a tocar dirigir la de Venezuela durante 22 años.»
«Entre molesto y avergonzado por haber desertado de La Sorbona, mi papá decía que yo me la pasaba ahora festejando con Drácula y Frankenstein. La verdad no le iba del todo bien a Don Pablo porque nunca llegó a aceptar o entender que a Belén le pagaran por bailar, y a mí por ver películas.»
«Lo mejor que me ocurrió fue que gracias al cine encontré a la literatura. Para mostrar al lector la gloria de una determinada secuencia cinematográfica tenía que emplear palabras. Comprendí que debía afinar mi idioma, deleitarme con las palabras, descubrir la música que se oculta en su interior. Porque el problema mío era cómo hacer para que esa secuencia cinematográfica de Kurosawa, por ejemplo, … cómo hacer para transmitir esa emoción que me produjo visualmente el cine, cómo hago para traducírselas en el código de las palabras a un lector que ha visto o no ha visto la película. Entonces tendría que tener un lenguaje similar, al mismo nivel, de la belleza del cine ¡Y me hice escritor!»
LA CINEMATECA NACIONAL
El 4 de mayo de 1966 nace la Cinemateca Nacional de Venezuela, fundada por Margot Benacerraf. Rodolfo Izaguirre fue nombrado como su director dos años más tarde. Desde entonces y hasta que dejó de conducirla, en 1988, la cinemateca, como la llamábamos todos con aquella mezcla de familiaridad, afectos y admiración, fue un espacio abierto, libre, en que vimos un cine que era totalmente desconocido en el país.
El régimen actual le ha pasado factura a Rodolfo Izaguirre por las demoledoras expresiones que escribe para describir sus atropellos en los artículos dominicales que publica en el diario El Nacional: las páginas de los institutos oficiales del mundo de la cultura, incluido el portal de la Cinemateca Nacional que condujo ¡durante veinte años!, no se le menciona. Intentar borrar el pasado es práctica común de todos los totalitarismos contra los cuales Izaguirre da batalla sin cuartel desde el refugio de sus palabras certeras.
JOAQUÍN MARTA SOSA:
«El cine, gracias a él, tocó mi corazón, dio forma a mi gusto por las artes y ocupa una de las cumbres en mi imaginario emocional. Finura, delicada sensibilidad, ironía y humor risueños rodean sus conversaciones. Voz y mirada que semejan brisas colándose por los bosques (en vasco esto es Izaguirre). En definitiva, su personalidad entera vibra con el alma de un niño, inocente, íntima, inteligente, limpia. Así, caigo en cuenta de que la verdadera mitología de lo cotidiano es Rodolfo. Su vida está a la altura de los mejores films éticos y estéticos que se hayan rodado hasta hoy.»
Rodolfo: «Ramón Palomares se acercó a la Cinemateca Nacional que yo dirigía entonces buscando alguna película que mostrara o apoyara la insurgencia que él estaba llevando a cabo contra el sistema (¡entonces se decía “el establishment!”). Quería proyectarla en los barrios donde hacía proselitismo. Le hice ver que no era fácil en aquel momento conseguir películas de esa naturaleza, pero le sugerí́ que proyectara uno de los cortos hechos por Charles Chaplin para la Keystone o la Essanay en las primeras décadas del siglo en los que Charlot, el pequeño ser humillado y desarrapado, se enfrenta invariablemente al hombre corpulento y sale vencedor gracias a la inteligencia de su sensibilidad y amplitud humanística. ¡Me miró con odio! Creyó́ que me estaba burlando de él. “¡Un cómico? ¿Una película cómica para tratar un asunto tan importante como el destino político de un país!” Me dió la espalda y salió́ de la oficina enardecido.»
CÉSAR CORTEZ:
«En Venezuela había muy pocas salas de cine y el país tenía un índice de analfabetismo muy grande, aquí solamente veíamos películas que se hablaban en castellano porque no sabíamos leer. Es a partir de los años sesenta cuando hay una revolución cultural y el venezolano comienza a interesarse, no solamente en el cine mundial, sino en la literatura mundial, en la pintura, en la escultura, pero fundamentalmente con las ideas de Rodolfo Izaguirre de no limitar el cine a un hecho folklórico, sino a un hecho universal de comunicación.
Rodolfo quiere más el cine que los mismos cineastas, porque para Rodolfo el cine es un milagro, el milagro de cumplir un viejo sueño del ser humano: contar historias con imágenes en movimiento y sonido. … Ese sueño se realiza con el cine. Rodolfo se enamora del cine y se mete dentro de la película. Rodolfo no es un historiador del cine, Rodolfo es parte de la historia del cine venezolano.»
Rodolfo: «Lo mejor que pude haber hecho desde la Cinemateca consistió en que desde allí hicimos un trabajo de enseñanza. En primer lugar, con el propio personal, a quienes educamos para ver buen cine, porque quien ve buen cine se hace mejor como persona. Eso pasaba también con los espectadores, que fueron por miles a la Cinemateca cada uno de aquellos años.»
«Defendí con empeño el cine venezolano y siempre luché porque nuestros cineastas dejaran de hacer películas y se dedicaran a hacer cine. Creo que también desacralizamos el arte de la cinematografía para llevarlo más cerca de la gente y sus realidades.»
ALBERTO VALERO:
«Como buen poeta, Rodolfo ha sido siempre una persona distraída. Para muestra, esto que ocurrió hace unas cuantas lunas en la Cinemateca Nacional, cuando recibimos la visita del director de una institución asiática y después de pasearlo por el Museo de Bellas Artes, donde tenían lugar las proyecciones diarias, lo trajimos a las oficinas, donde Rodolfo fue presentando a la pequeña trouppe (¡una familia inolvidable!) bajo su mando…las secretarias Carmen Luisa Cisneros y Cristina Sánchez, los programadores Valero y Zapata, Almella el proyeccionista y un muchacho de apellido Flores que fungía de jefe de sala, a quien nuestro flamante director introdujo como: “Salas, jefe de flores” para sorpresa del visitante oriental, maravillado de la magnificencia de una institución del Tercer Mundo que se daba el lujo –entonces, cuando a muy pocos le preocupaba el medio ambiente– de pagar un funcionario dedicado exclusivamente a embellecer sus dependencias».
ALFONSO MOLINA:
«El humor de Rodolfo. En 1977 conocí en persona a Rodolfo Izaguirre. Me llamó la atención de aquel muy serio intelectual de izquierda, de amplio prontuario cultural desde El Techo de la Ballena y otras aventuras similares, no era su evidente comodidad conceptual en el campo del cine, las letras, la danza, las artes, en fin, sino su sorprendente y desconcertante humor. Un hombre que evadía la solemnidad, que se burlaba de los lugares comunes en boga, que desconfiaba con razón de la hipocresía de las formas, a través de un humor lacerante e implacable. Allí comenzó nuestra amistad… en persona».
EL CINE, MITOLOGÍA DE LO COTIDIANO – LA CINEMATECA DEL AIRE
Cómo saber cuántas personas escucharon aquel programa de nombre enigmático a lo largo de sus casi cuarenta años de existencia que emitía la Radio Nacional de Venezuela. No parece sencillo aclarar esa incógnita. Pero si queremos descubrir si hubo alguien vinculado al cine que entre 1971 y el 2010 que no lo escuchara asiduamente, la respuesta es fácilmente predecible.
La radio era el medio de la más alta penetración en el país y, además, el cine era una expresión cultural y de entretenimiento sumamente atractivo, al alcance de las grandes mayorías de la población. Un auténtico fenómeno de masas.
Si restringimos la audiencia de El cine, mitología de lo cotidiano a aquellos para quienes el cine no era solamente un asunto de espectadores, aquellos que estudiaban cine, amaban la fotografía, querían hacer cine, componer música para cine, escribir para el cine, adaptar obras literarias al lenguaje cinematográfico, aquel programa se convirtió en una cátedra obligatoria, aleccionadora, a la que asistían con devoción.
Algo similar ocurrió durante los 5 años que estuvo en el aire La cinemateca del aire en la Televisora Nacional, Canal 5.
Rodolfo Izaguirre es el creador de ambos programas. Ha de ser por eso y desde luego que también por su obra escrita, que no es extraño constatar que muchos se dirigen a él con honroso título de Maestro. Que lo es.
Rodolfo: «La Cinemateca del aire resultó ser una exigencia para tocar a un mayor número de interesados. Al comienzo se pensaba en un grupo muy cerrado de conocedores del cine, pero no era así. El muchacho que llenaba el tanque en la gasolinera me miró y dijo: “¿Usted pasa unas películas bien raras, no?” y estando en Mérida pasó una gandola y el gandolero gritó, al verme, “¡Cinemateca del aire!”, lo que indicaba claramente que era un programa que fue haciendo público. Padecí haciéndolo porque el canal cinco de televisión daba lástima por la precariedad de sus equipos técnicos y laborales».
«Hubo veces en que debía esperar que llegara “pocillo e loco”, encargado de poner mi silla en una especie de pódium y en otra, mientras yo hablaba de David Griffit y el primer plano, uno de los camarógrafos, en silencio, levantó el brazo en manifestación de victoria y yo pensé: Armando Arias pegó un jonrón en el tercer inning. Ahora bien, yo habría querido estar en el estadio y disfrutar el jonrón de Arias, pero estaba en un deplorable set televisivo con un camarógrafo que me ofendía a mí, a mi trabajo y se ofendía a sí mismo».
«Tiendo a referirme poco a esa Cinemateca del aire porque, no obstante haber sido un hermoso capítulo cultural, es también el mal recuerdo de un trozo de país negligente e inservible»
IX
NOVELISTA
La dirección de Cultura de la UCV publicó en 1966 la novela Alacranes, la única que ha escrito Rodolfo Izaguirre, y que relata el deterioro progresivo de una casa habitada por alimañas, reconocida en 1968 con el premio José Rafael Pocaterra, de la universidad de Carabobo.
El escritor Salvador Prasel comenta la novela en estos términos: «…se requiere mucha madurez para ofrecernos, en el semblante de una vieja casa caraqueña, un mundo que se desmorona; para conferirles una nueva dimensión a los colores del yodo, de la creosota y del elíxir paregórico, que se escapan de sus frascos; al movimiento de la boca del Negus en la estampilla de una vieja tarjeta postal; al perrito enmudecido de la RCA Víctor; a la casa que ha venido girando y huyendo, poniéndose chiquita en medio del vendaval, para estallar de pronto como si una pelota de béisbol quebrara en el aire un espejo de oro…»
En la página 59 de la edición de Alacranes, editada por Bruguera, ediciones B Venezuela en 2017, leemos este luminoso párrafo que resume las penurias de aquella casa que se desvanece. Es notable la musicalidad de su prosa:
«Este era el malestar de la casa: la sombra de los malos recuerdos atenazando por igual a jóvenes y a viejos. En unos, que si el fracaso, los amores contrariados; los odios, las parrandas continuas como para borrar toda culpa, para quemar todo remordimiento; en otros, que si la enfermedad, el ácido úrico formando hoyos amarillentos en la carne, los alacranes devorando mentes y almas».
Edilio Peña, prologuista de esta edición, la describe con una sorprendente comparación: «He leído dos novelas extraordinarias en las que una casa termina siendo la protagonista de la historia. La casa del Centenar, de Sutpen, y su progenie que se destruyó, en Absalón, Absalón, de William Faulkner, y Alacranes, de Rodolfo Izaguirre, donde una familia se confinó en un universo ponzoñoso.»
He aquí lo que sorprende del juicio de Peña:
«La diferencia es que Faulkner, con su música, necesitó contar la historia en más de quinientas páginas; en cambio Izaguirre apenas le bastaron un poco más de cien páginas para edificar su casa. Sin duda alguna, ambas novelas son maestras narrando la intensidad existencial de sus personajes, que se bifurcan en sus destinos, aunque con estilos diferentes que celebramos. Alacranes una de las mejores novelas de la literatura latinoamericana. Una joya de la narrativa que leemos con atención y fascinación. Una novela que el transcurrir del tiempo no vence, porque su música la hace perdurable».
X
GLORIFICAR LOS PASOS DE LOS PERIODISTAS
En noviembre de 2021 el Caracas Press Club designó a Rodolfo Izaguirre como el quinto de los miembros honorarios que ha tenido desde su fundación en 1988.
Eu columna dominical de El Nacional del 21 de ese mes escribe:
«… existen amables recodos en la ingobernable Caracas, lugares de sombra y seductora armonía que sostienen a toda costa y en medio de feroces apremios una exigente altivez intelectual.
Uno de estos lugares es el Caracas Press Club que acaba de hacerme Miembro Honorario. Se dice y resulta fácil, pero no lo es cuando se mencionan los cuatro nombres irrepetibles que han conocido semejante honor.
… un honor como el que me hace el Press Club de Caracas no se busca pero tampoco se declina. Es posible que el homenaje busque reafirmar la certeza de que he llegado a los noventa años con mente abierta, disposición a enderezar las distorsiones del país y glorificar los pasos de sus periodistas a lo largo del tiempo».
COLUMNISTA
En abril de 2018 Rodolfo Izaguirre presentó en una espléndida librería que existía entonces en la ciudad de Coral Gables, el libro En el tiempo de mi propia vida, recopilación de decenas de artículos que durante años han aparecido y siguen apareciendo cada domingo en el diario El Nacional. La recopilación de los textos fue hecha por su hija Valentina.
Ese asombrase ante todo como una característica de la personalidad de Rodolfo Izaguirre a la que nos hemos referido antes, se reproduce con la lectura de cada página de este libro, en las que el autor habla y analiza un universo temático que luce inalcanzable para una sola vida. No para la suya, desde luego.
MOISÉS NAÍM EN EL PRÓLOGO:
«En Izaguirre se da con intensidad lo que Antonio Gramsci llamó “el pesimismo del intelecto y el optimismo de la voluntad”. El autor ha sido una víctima más de las terribles circunstancias de la Venezuela chavista, las cuales detesta y denuncia. Pero es imposible leer este libro sin pensar que él siente que se puede crear un país más decente del que ahora tenemos.
El intenso “optimismo de la voluntad” que exhibe Izaguirre se nutre de Venezuela y, más precisamente, de Caracas. De lo que fue y de lo que él cree que puede ser. Venezuela, Caracas y su gente están en cada una de estas páginas. Y no a través de teorías y diagnósticos, sino de sensaciones, intuiciones y recuerdos. De orgullo por estas tierras y su ciudad capital. Y de amor por su gente».
POESÍA EN PROSA
Sostengo que la prosa de Rodolfo es pura prosa poética. Quien lo dude, simplemente lea y escuche la música que hay en este párrafo de su artículo Amenazar a las flores:
«Cultivo en una enorme maceta un buen grupo de calas blancas bastante caprichosas porque florecen tardíamente y de mala gana pese a mis cuidados y a la preocupación por alimentarlas y regarlas tal como recomiendan hacerlo los conocedores. Últimamente han tardado en florecer más de lo razonable y me he visto obligado a proceder con cierta firmeza. Amo las plantas porque ellas significan el carácter naciente de la vida. Gracias a ellas, el hombre neandertal advirtió́ que lo que lo separaba y diferenciaba de los otros seres era su posición erecta, igual a la de los árboles y las hierbas de los campos».
Queda todo aquí, resumido: Rodolfo Izaguirre es un venezolano útil. Y sabio, por más señas.
NOTAS
[i] Tomado de Grupos Artístico-Literarios en la Venezuela de los años sesenta, de Carmen Virginia Carrillo, publicado en el número 44 de la revista Latinoamérica, México 2007, p.61
[ii] Ibíd., p. 63
[iii] Ibíd., p. 68
[iv] Tomado de Lo que queda en el aire, libro de Rodolfo Izaguirre. En preparación.
[v] Ibíd.
[vi] Rodolfo Izaguirre: Mientras crece la hierba. 24 de setiembre, 2013. Ideas de Babel.
[vii] Biografías, Rodolfo Izaguirre 1/3. Macky Arenas. YouTube, 2019.
[viii] Salvador Prasel, 1968. Mostar, Bosnia-Herzegovia, 1920 – Caracas, 1990. saber.ula.ve, portal de revistas ULA, de la dirección de Cultura y Extensión de la Universidad de Los Andes, Venezuela.
Una semblanza poco ordinaria. Extraordinaria. Hay que felicitar sin medida alguna a Alvaro Benavides.
Fenomenal.