Rodolfo Izaguirre: La harina amarilla
Scarlet O’Hara, la actriz británica Vivian Leigh, es una latifundista arruinada por la Guerra Civil o de Secesión norteamericana en Lo que el viento se llevó, 1939, acaso el melodrama más perfecto realizado por Hollywood. Abrumada, se lleva a la boca una raíz y dice: ¡Juro que nunca más pasaré hambre! En mi vida venezolana siempre he sido un privilegiado porque jamás he pasado hambre y siempre he tenido techo y comida a satisfacción y soy de los que sostienen que lo que necesita la gente pobre es educación y mejores condiciones de vida. Un esfuerzo continúo de varios gobiernos sucesivos que decidan enderezar al país y dejen sus caudillos de turno, civiles o militares, de aprovecharse con torrencial avidez de los tesoros públicos y desinteresadamente resuelvan los múltiples problemas de los más necesitados.
Quienes afirman el valor del trabajo y el deseo de todo ser humano de vivir bien somos justamente los que no padecemos urgencias de vida como la falta de trabajo, la miseria, el hambre y la catástrofe en la educación. Basta con observar lo que ocurre con las bolsas plásticas de alimento que se distribuyen en las zonas marginales, las famosas claps que distribuye «generosamente» el régimen militar que en un principio costaban 32 bolívares cada una y luego se alzaron con 85, un precio escandaloso que fue rechazado con furioso desdén en muchas comunidades que a duras penas podían adquirirlas a precio tan alto.
¿Qué contienen esas Claps? Por lo general, harina amarilla, arroz, dos o tres paquetes de pasta barata, aceite; azúcar a veces, sardinas y frijol chino. Pero la harina es sucia y el arroz suele tener gorgojos y a veces gusanos y los que por necesidad tienen que comprar las bolsas que se distribuyen con regularidad cada vez que se anuncian elecciones en cualquier nivel político, deben separar grano por grano y desechar sus oscuras impurezas y suele ocurrir que muchos prefieren cambiar la harina o los granos por cambures y, de acuerdo con la temporada por mangos o alguna otra fruta de la estación.
Los camioneros ofrecen combos de aliños: tomates muy pequeños y maltratados, cebollas, ajíes, ramos de compuesto de muy dudosa calidad a cambio de legumbres también de mala calidad. Las papas son tan pequeñas que parecen papas colombianas y cuando suceden trueques se acepta un kilo de alguno de los componentes sucios o dos o tres paquetes de granos por un kilo de cambures, pero cuando se trata de papas, yuca o zanahorias, los camioneros los cambian por un combo. Pero estos cambalaches varían muy a menudo.
Hay variantes: por ejemplo, se acumulan bolsas para venderlas luego como alimento para los cochinos que algunos vecinos engordan solapadamente. Recuerdo haber escuchado alguna vez que en algunos apartamentos de la Cuba castrista se operaban a los cochinos para mantenerlos en silenciosa clandestinidad mientras engordaban esperando diciembre.
La manipulación de las bolsas, su traslado y entrega no siempre resultan adecuados y las bolsas de plástico se rompen y se esparce mucho de su contenido o se mezcla el aceite con la harina o con el arroz y todo se vuelve un calamitoso engrudo.
Uno se pregunta: ¿Quién es ese o quiénes son esos desalmados que negocian la basura alimenticia? Y sorprende la otra interrogante: ¿Quién es el manso idiota que la compra y consume sin protestar? ¡Un momento! ¡Yo conozco a ese sujeto! ¡Se llama Hambre!
Durante las fiestas y el jolgorio del Carnaval era frecuente en años anteriores jugar con agua, papelillo, maicena y huevos. En la hora actual se reservan la maicena y los huevos, solo se usa la harina amarilla de las claps. ¡Para algo sirve este sucio componente!
Estoy plenamente de acuerdo con resolver las urgentes necesidades de buena parte de la población venezolana dotándola de herramientas útiles para desarrollar aptitudes de trabajo y firme vocación educativa, pero si no se atiende a tiempo el hambre y los infortunios de la gente de «abajo» todo quedará en hermosos pero vacíos y gloriosos anhelos. Lo primero será suprimir las claps o adecentarlas momentáneamente, pero aprovechar también la nueva ocasión y eliminar el ejército o enseñarle un poco de honesta conducta civil.