CulturaLibros

Rodrigo Blanco Calderón: Leer menos

De los efectos nocivos de la adicción a las series ya se ha hablado bastante. De la adicción a la lectura, no se suele decir mucho

Este año lo comencé con una promesa: leer menos. Así como existe el ‘binge-watching’, o los atracones de series, existe o debería existir el ‘binge-reading’, o el atarugamiento de lecturas. De los efectos nocivos de la adicción a las series ya se hablado bastante: ansiedad, depresión, obesidad, trastornos del sueño y dolores físicos son algunas de sus consecuencias. De la adicción a la lectura, en cambio, más allá de cierto apoltronamiento aristocrático y de una borgeana e inducida ceguera, no se suele decir mucho.

Cuando se trata de libros, los atracones se disfrazan de un hambre de conocimientos que incluso se estimula. Y no digo que no, pero hay también en esa práctica mucho de postureo, de afán de estar al día y, lo que es más peligroso al final, de embrutecimiento.

Hace un tiempo, revisando mis listas de lecturas en ‘Goodreads’, caí en cuenta de que a veces, aún teniendo el título y el autor de una obra consignados, no recordaba nada o casi nada de lo leído. Ni siquiera lograba precisar qué me había llevado a leerla, aunque aquí no hay mayor misterio: es la presión de las novedades constantes la que nos lleva a comprar y leer libros que en realidad no necesitamos ni nos interesan.

Esta compulsión y derroche se suelen solapar con justificaciones complacientes: somos tan cultos y tan graciosamente irresponsables que no podemos evitar sobregirarnos para comprar libros que no tenemos tiempo de leer. Yo también me relamía pensando en el ‘nerd’ incorregible que era. Sin embargo, esta actitud es la contraparte cómplice del crecimiento desmesurado y a la larga insostenible del mercado editorial. Una producción hipertrofiada de novedades que el sistema de librerías, los medios culturales y el público lector tienen cada vez menos capacidad de absorber. Esto es lo que reflejó el XXV Congreso de Librerías, convocado por la Cegal la semana pasada en Madrid, al arrojar algunos datos alarmantes.

Como, por ejemplo, que el 86 % de los libros que se publican en España en un año no alcanza los 50 ejemplares vendidos. O que las librerías sobreviven gracias a solo un 14 % de los más de 70.000 libros publicados en ese tiempo. O, más interesante aún, que las ventas de las librerías provienen en buena parte de sus catálogos de fondo y no tanto de las novedades.

Me doy cuenta de que he establecido una equivalencia quizás arbitraria entre comprar un libro y leerlo. No obstante, en mi caso, y en el de algunos lectores como yo, debo decir que sí suelo leer buena parte de los libros que compro. De hecho, creo formar parte de esa minoría consumista que es la que sostiene a las librerías a lo largo del año y no solo durante las ferias de libros. De modo que sí: comprar menos libros me ha ayudado a leer menos. Y leer menos me ha permitido leer mejor. Esta templanza puede traer muchos beneficios además del económico. Nos reconduce a un modo de leer que trabaja en profundidad y no acumulando millas. Además, tiene un insospechado costado ecológico: leer menos evita que sigamos contribuyendo al «calentamiento editorial», ese espejito vaporoso y adulador que nos asegura cada mañana que somos los más inteligentes, los más leídos, los más cultos.

 

Rodrigo Blanco Calderón (Caracas1981) es un escritor venezolano.

 

Botón volver arriba