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Rubiales y el caballo de Espartero

Bastante cara dura hay que tener para apropiarse de una celebración que no le pertenece. Ese beso es impunidad. Tan simple como eso

Hay que tenerlos cuadrados y no porque el presidente de la Federación de Fútbol, Luis Rubiales, posea los atributos del corcel de Baldomero Espartero. Los tiene cuadrados porque bastante cara dura hay que tener para apropiarse de una celebración que no le pertenece, sobre todo, cuando hace unos meses en la Super Copa Femenina, las jugadoras del Barcelona tuvieron que colgarse ellas las medallas porque la Federación no lo hizo.

En la final de la Copa del Mundo que la selección femenina de futbol ganó por primera vez en la historia, en plena entrega de medallas, Luis Rubiales quiso ser más campeón que las campeonas. Enhiesto y chulesco, cogió con sus manazas la cabeza de la jugadora Jennifer Hermoso y le soltó un beso que ya quisieran muchos saber si se lo habría plantado a Andrés Iniesta o a Sergio Ramos. Que esto no va de feminismo, aunque tenga que ver. Va de paternalismo, de comportamiento de Cortijo, de primero de Torrente, todo mezclado con las formas chuscas con las que Luis Rubiales lo resuelve todo.

Lo ocurrido este domingo se parece bastante a las barbacoas del chalé de Salobreña. Tiene la caspa de un chulo de piscinas y la prepotencia de quienes se consideran jefes y dueños de algo, en lugar de sus representantes. En el vestuario, descorchando el champán que la centrocampista se ganó regateando y recuperando balones ella solita, Jennifer Hermoso admitió que los del beso del presidente de la Federación no le gustó un pelo. «¿Pero qué hago?». Que sí, que el cacique le ha manoseado la celebración a Hermoso, pero aún peor, es que su gesto dé más de qué hablar que la propia actuación deportiva de la atleta. Ese beso es impunidad. Tan simple como eso.

Desde los audios con sobrenombre de línea caliente con el Gerard Piqué —Rubi, enchúfame en Arabia Saudí— hasta sus mariscadas pagadas con dinero de la Federación. Sólo le falta una gruesa cadena de oro colgada del cuello o aporrearse el pecho como un gorila espalda plateada. Marcar territorio, hacerse notar, arreglarse el paquete. Todo menos la elegancia. Sin duda, hay que tenerlos como el caballo de espartero para tan poco sentido de la oportunidad y mucha cara para intentar hacer de eso una gracia.

 

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