Sadoul y la Revolución
Faltan ya sólo unos meses para que se cumpla el centenario de la Revolución bolchevique, probablemente el acontecimiento histórico más importante del siglo XX. La editorial Turner acaba de publicar un libro imprescindible para entender la llegada al poder de los sóviets. Su autor es Jacques Sadoul, un escritor y dirigente socialista enviado por el Gobierno francés a San Petersburgo en octubre de 1917 a seguir de cerca los acontecimientos revolucionarios. Los informes enviados a sus superiores son un testimonio único y pegado a los hechos, puesto que era el único diplomático europeo que tenía cercanía a Lenin y Trotsky, con los que hablaba casi a diario en el Instituto Smolny tras el asalto al Palacio de Invierno.
El interés de las misivas de Sadoul reside en que relatan en tiempo real el desarrollo del proceso revolucionario, los dilemas del primer Gobierno bolchevique y el ambiente de la calle en unos momentos de efervescencia política en los que parecía que el régimen de los sóviets podía derrumbarse con la misma facilidad que habían alcanzado el poder.
El protagonista central de las cartas es Trotsky, con el que Sadoul establece un vínculo amistoso que le permite mantener conversaciones diarias en las que el líder revolucionario despliega una gran energía para combatir a sus enemigos.
Leyendo este documento extraordinario, queda en evidencia que la conquista del poder por parte de los bolcheviques no hubiera sido posible sin la derrota militar del Ejército ruso en la Primera Guerra Mundial, que creó un profundo sentimiento de frustración. Cientos de miles de soldados habían desertado en el verano de 1917 y varios miles de oficiales habían sido asesinados por sus propias tropas.
Lenin fue el primero en darse cuenta de la oportunidad de acabar con la monarquía y derribar al Gobierno provisional de Kerenski, que fue incapaz de conectar con las aspiraciones de la mayoría de la población. Pero como se puede constatar en los textos de Sadoul, Lenin no tenía nada claro el rumbo de la Revolución ni las políticas para consolidar la toma del poder.
Fue, según sostiene Sadoul, la negativa de Francia y Gran Bretaña a ayudar militarmente a Rusia y los recelos de los aliados hacia el nuevo régimen lo que impulsó a Lenin y Trotsky a una deriva hacia el comunismo y la dictadura comunista.
La pregunta que surge de la lectura del libro es: ¿pudieron los acontecimientos desarrollarse de otra manera? Es difícil responder de forma concluyente, pero es cierto que hubo una ventana de oportunidad para que el régimen de los sóviets evolucionara a posiciones moderadas, aceptando una cierta libertad de mercado y el respeto a los derechos políticos. Muchos de los miembros del Gobierno de Lenin eran partidarios de alcanzar acuerdos con los mencheviques y otras fuerzas afines.
Visto desde nuestra perspectiva lo sucedido hace casi un siglo, la hipótesis de que la Revolución bolchevique hubiera podido tomar otro rumbo parece absurda. Pero no lo es. Ni la historia estaba escrita ni el estalinismo fue la consecuencia inevitable de las políticas de Lenin.
La lección que se extrae de las cartas de Sadoul es que el porvenir es imprevisible y que hay decisiones y circunstancias que pueden cambiar los acontecimientos. Si los soldados de Grouchy no se hubieran extraviado y Napoleón hubiera ganado la batalla de Waterloo, el mapa de Europa sería hoy probablemente muy distinto. No es posible prever el futuro porque existe el azar y muchos factores que resultan incontrolables. La historia es pura incertidumbre por mucho que a veces caigamos en la tentación de pensar en la racionalidad de lo real.