Salzburgo consagra a Netrebko como la nueva Aida
Anna Netrebko caracterizada como Aida – ABC
Tarde de fuerte lluvia en Salzburgo y, pese a ello, enorme expectación a las puertas del Grosses Festspielehaus poco antes de levantarse el telón ante uno de los estrenos más esperados del festival de este año. Formidable demanda de entradas, agotadas desde hace meses, se dice que con recompra de hasta 6.000 lo que significa multiplicar casi por catorce el precio original. Muchas cámaras (hoy cualquiera es reportero), presencia destacada de famosos (no todos lo son pero las apreturas en la entrada permite posados inauditos) y algo más discreta la de personalidades como la canciller Angela Merkel, quien tras su paso por Bayreuth se hace habitual en las representaciones salzburguesas. En cartel, el estreno de una nueva producción de «Aida» con la presencia de la soprano Anna Netrebko debutando en el papel protagonista y dispuesta a mantener su posición en el Olimpo lírico; el director Riccardo Muti, indiscutible en Salzburgo; y la artista visual iraní Shirin Neshat proponiendo formalizar la obra en un ámbito muy infrecuente. Desconcertante, cabría deducir, si se atiende a los abucheos que trataron de minimizar la ovación general.
Quizá tratando de minimizar las consecuencias, Neshat apenas se expuso durante los saludos finales, protegida en todo momento por el maestro Muti, que salió a buscarla fuera del escenario y se prodigó en constantes muestras de cariño. El trabajo de Nehat, tan lejos de cualquier «Aida» de carácter naturalista, quedaba así bendecido por un director manifiestamente contrario a la recreación personal de las obras, ya sea en el ámbito musical o en el teatral. Pero Muti quedó fascinado con Nehat desde que los puso en contacto el director del Festival de Salzburgo, Markus Hinterhäuser, responsable de la idea inicial. Artista visual, representante del arte iraní contemporáneo, con una importante producción audiovisual y fotográfica, en su obra destaca la dimensión social, cultural, política, religiosa e ideológica que dimana del papel vivido por las mujeres en las sociedades musulmanas. En segundo plano quedaba su muy limitado conocimiento musical y nula experiencia operística.
Calidad visual
Pero si hay un aspecto fundamental en la obra de Nehat, con consecuencias inmediatas en «Aida», es la calidad visual. El encanto de lo inmaterial y la sugerente frialdad de la iluminación construida por Rainhard Traub; la limpieza, claridad y evocador vuelo del vestuario de Tatyana van Walsum; la exacta configuración de los videos de su colaborador habitual Martin Gschlacht. Todo se reúne en una producción cuyo hieratismo alcanza momentos muy sólidos. Nehat trabaja por síntesis de las ideas y por omisión de lo decorativo. Los egipcios son híbridos de lo oriental y occidental, los etíopes aparecen como representación de los desplazados, las figuras religiosas son mezcla de musulmanes, judíos y cristianos ortodoxos. Lo arcaico se vincula a lo moderno a través de una escenografía centrada en un enorme cubo blanco y abierto, con textura cementosa, que gira buscando distintos puntos de vista. El resultado es altamente estilizado, elegante, peligrosamente ajeno al significado, en tanto se muestra superficialmente pulido, un punto torpe en momentos de rigidez en el fluir escénico de los actores.
Pero la emoción del trabajo de Neshat es evidente pues apela a la pureza frente a la distorsión de una obra tantas veces enfatizada en escenarios fantasiosamente recargados. Muti ha de compartir la idea porque su trabajo también es una pura cirugía musical. Es difícil imaginar semejante transparencia, exactitud, congelación incluso, sólo posible gracias a la destreza de la Filarmónica de Viena. La escucha inconsciente es compleja pues lo que importa es la clarividencia intelectual de algo minucioso, la lógica del planteamiento, lo aséptico de muchas decisiones musicales. El ejercicio al que se somete al espectador es agotador pues apenas ha comenzado la obra todo se diluye en una dimensión de pétrea arqueología que arrastra, en buena medida, a los cantantes.
La nueva Aida
Con una calidad fuera de toda duda, con una armadura técnica extraordinaria, Anna Netrebko sale de Salzburgo consagrada como la nueva Aida. Su canto es refinado, pleno de recursos y con un color reminiscente. Impresionantes las medias voces y la intensidad con la que vive el texto. Sin duda, es la estrella de esta producción, dentro y fuera del escenario, desde la perspectiva artística y comercial, recuperando un divismo hoy prácticamente ausente del mercado operístico. Aida es el nombre de un diseño de tazas que se vende en Salzburgo como primera colaboración con Imperial Porcelain. Gracias a su presencia, se ha hecho particularmente atractiva la cena de gala en la Residenz de Salzburgo, a la contribuyeron numerosos asistentes tras el estreno.
El tenor Francesco Meli también debutaba en el papel de Radamés. Brillante en el registro agudo y en las acciones de fuerza, no siempre aguanta con sólido apoyo el registro grave. En una futura ocasión, en un ambiente distinto, podrá explicar si su personalidad algo ingenua es consecuencia del entorno o de un canto de identidad hacia lo pusilánime. Dibuja a Ammeris la mezzo Ekaterina Semenchuk, muy sobresaliente por la sustancia, la igualdad y la autenticidad. Y en el carácter, el color y la intención verdiana el Amonasro de Luca Salsi. Su encuentro con Netrebko, en el tercer acto, marca la distancia emocional de la obra. La desintoxicación de Nehat y Muti se solidifica en un reparto muy importante.
No menos relevante es la consecuencia humana que se derivará de esta «Aida» después de que el Festival de Salzburgo ha hecho donación del beneficio neto de la venta de entradas al ensayo general a la ong MECI (Middle East Children’s Institute). Los 50.000 euros, incrementados hasta los 100.000 por un antiguo patrono del festival, darán educación musical a 6.000 niños sirios refugiados como herramienta de futuro y terapia para superar el trauma de la guerra.