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Samueles, Macedonios y las campañas de la hipersinceridad demagógica

Las de 2021 son campañas de la era populista, en las que lo importante es hacer política sin parecer político: mostrarse genuino, conseguir votos no a pesar de los defectos propios, sino precisamente a causa de ellos.

El candidato mira a la cámara de su celular, mientras la mano manicurada de su joven esposa le embarra protector solar en el rostro. Él cierra los ojos, hace gestos graciosos y se queja como un niño lo haría con su mamá: “¡no me pongas donde no me voy a quemar!”. Ambos ríen, como buenos recién casados. La escena es íntima. Podría estar ocurriendo en el baño de la casa del candidato antes de salir a asolearse todo el día en calles y plazas para pedir el voto de sus conciudadanos. Pero estas son las campañas de México en 2021, y la intimidad de los políticos se expone de manera calculada a diario en redes sociales. Es Samuel García, candidato de Movimiento Ciudadano a gobernar Nuevo León, el segundo estado más rico del país, cuna de grandes corporaciones multinacionales mexicanas y de una gran universidad, líder en Latinoamérica.

Ni el empresariado ni la academia neoleoneses, muy proclives a hablar de innovación, han aportado para esta campaña un candidato o candidata atractiva, preparada y con ideas novedosas. Ha sido la política profesional, la política de siempre, la que ha preparado el cuestionable menú del que la sociedad tendrá que elegir. García se ha destacado entre sus contendientes porque ha entendido muy bien que, en la era populista, las ideas y las propuestas no le importan a la mayoría y que ser demasiado inteligente y demostrarlo es visto por muchos con desconfianza y rechazo. Ha entendido bien que lo importante en la era populista se llama autenticidad: mostrarte tal como eres, mostrar tu vida, tu casa, tu ropa, tus gustos. Decir lo que sientes, tal como lo sientes, sin filtros, y hacerlo todo el tiempo, para que la gente sienta que te conoce y, a partir de esa familiaridad, conseguir que también sienta que puede confiar en ti. Ha entendido que, lejos de esconderlos, debes mostrar tus defectos con orgullo, pues si estos coinciden con los de los votantes, se identificarán contigo y podrían terminar eligiéndote no a pesar de ellos, sino precisamente a causa de ellos. No importa si no tienes idea de cómo resolver el problema de la inseguridad, si tu propuesta económica es superficial o si careces de la experiencia y el carácter para tomar las riendas de un estado tan grande e importante para el país. Lo importante es hacer ruido, que hablen de ti, que unos te ataquen y otros te defiendan. Lo importante es hacer política sin parecer político.

Esa es la política de la hipersinceridad demagógica que vivimos en México, cuyo principal exponente es, qué duda cabe, el presidente López Obrador. Él se muestra a diario tal cual es por más de dos horas en los rituales políticos falsamente llamados “conferencias de prensa”. Con la exhibición orgullosa de sus carencias, prejuicios, rencores y defectos, AMLO ha construido un poderoso vínculo emocional con sus seguidores, el cual es impermeable a la evidencia sobre los desastrosos resultados de su gestión. Lo importante, dicen los seguidores y defensores de AMLO, es que ellos sienten que él es el primer presidente que tiene la intención sincera de estar del lado de los desposeídos. Por eso él habla a diario de sus presuntas virtudes: honestidad, austeridad, congruencia, valentía, sensibilidad, cercanía con el pueblo. Y habla también a diario de los vicios y pecados de sus adversarios: maldad, avaricia, corrupción, elitismo, clasismo. Al centrar su discurso en las personas, y no en los hechos o las ideas –que es la definición retórica de la demagogia–, AMLO ha logrado ser juzgado por lo que la gente siente que son sus buenas intenciones, no por sus resultados.

En el extremo, el populismo produce monstruos de hipersinceridad demagógica de la talla de Félix Salgado Macedonio, quien tiene muchos años llamando la atención de los medios por representar no solo lo que está mal en política, sino por encarnar los peores vicios de la sociedad mexicana: machismo, misoginia, prepotencia, violencia, falta de autocontrol, desprecio por la ley y un larguísimo etcétera. Gracias a la exhibición permanente de sus pústulas morales, Salgado Macedonio ha logrado construir un personaje que para muchos resulta cercano, como ese pariente dicharachero, cantador, jocoso e impresentable, incapaz de moderarse ante el alcohol y de respetar a las mujeres, pero que, al final del día, es sincero, es uno de los nuestros y por eso hay que apoyarlo y defenderlo. Salgado Macedonio es AMLO con esteroides y por eso, aun si no llegara a gobernador constitucional, se podría proclamar “gobernador legítimo” y gozaría del respaldo de muchos guerrerenses.

Elizabeth Markovits, experta en retórica, lo explica muy bien al decir que

[…] cuando el discurso se enfoca en la calidad de las intenciones más íntimas de los actores y en si son o no son buenas personas, no es sorprendente que la atención a la gobernanza real quede en segundo plano. La política se mueve de una discusión de decisiones y acciones a una discusión sobre las verdaderas intenciones y la buena voluntad. La arena política se vuelve un despliegue de intimidades, más que una discusión de asuntos públicos, y se ve dominada por el melodrama y la desconfianza. 

 

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Ante una sociedad devastada por la pandemia, con una economía semiparalizada, una inseguridad desatada, una violencia rampante contra las mujeres y una educación pública que ha dejado a su suerte a nuestros niños y jóvenes, bien haríamos en enfocar nuestra atención en quienes tengan propuestas para resolver las necesidades más urgentes del aquí y el ahora. Abandonarnos a la agradable sensación de criticar a los Samuel García y horrorizarnos por la existencia de los Salgado Macedonio no nos sacará de nuestra situación actual.

 

 

 

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